Los riesgos invisibles de la inteligencia artificial

13-08-2025
Ciencia, Tecnología e Innovación
Ojalá, República Dominicana
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Cada avance tecnológico viene con una cara oculta que, en un principio, no suele hacerse evidente.

Basta recordar cómo las redes sociales pasaron de ser espacios para compartir ideas a convertirse en trampas que fomentan el odio y deterioran la salud mental de millones, especialmente adolescentes.

O el smartphone, que nació como herramienta de productividad y terminó como una adicción masiva que afecta la postura, la vista, el sueño y hasta la vida social.

La inteligencia artificial, sin embargo, lleva este patrón a un nivel distinto. Es invasiva y silenciosa a la vez, lo que la convierte en un riesgo particularmente letal. No se trata solo de que pueda superarnos en rapidez, eficiencia o productividad, sino de que erosiona nuestra capacidad de pensar, nos acomoda en la pereza y, sobre todo, nos hace dependientes de una tecnología tan útil como peligrosa.

La IA no solo reemplaza tareas, también suplanta vínculos humanos: puede asumir el papel de amigo, hermano, maestro, terapeuta o médico.

En esa intimidad digital, donde le confiamos problemas, secretos y hasta chismes, reside un peligro subestimado: nada de lo que compartimos con estas herramientas es realmente privado.

Incluso Sam Altman, director de OpenAI, ha advertido que nuestras conversaciones con ChatGPT podrían ser utilizadas en nuestra contra en un juicio, y la situación se extiende a otros asistentes similares debido a una zona legal todavía difusa.

A diferencia de profesionales sujetos a códigos de ética —psicólogos, médicos, abogados—, la IA no garantiza confidencialidad. Lo que hoy parece un diálogo inocente puede convertirse mañana en evidencia. Y si quedaban dudas sobre la fragilidad de la privacidad, OpenAI llegó a permitir que las conversaciones fueran indexadas por buscadores como Google.

Aunque la función era opcional, algunos usuarios la activaron sin darse cuenta, abriendo la puerta a que chateos supuestamente privados quedaran expuestos al escrutinio público.

La empresa terminó retirando la función, pero el episodio deja claro que los riesgos de la IA no solo son reales: también se cuelan sin aviso en nuestra vida diaria. En este escenario, la pregunta no es si habrá consecuencias, sino cuán preparados estamos para enfrentarlas.

No se trata de renegar de la inteligencia artificial, sino de entender que no es un juguete ni un amigo, sino una herramienta que puede volverse en nuestra contra si la usamos con ingenuidad.

Cada vez que le confiamos algo, cada vez que dejamos que piense por nosotros, cedemos un pedazo de control. Y el control, una vez perdido, rara vez se recupera.

No esperemos a que un error, una filtración o una mala interpretación nos despierte de golpe: cuestionemos, informémonos y pongamos límites hoy, porque mañana la IA no pedirá permiso para cruzarlos.