
La tecnología parece haber perdido el rumbo
Hasta hace poco, la inteligencia artificial avanzaba con un ritmo imparable, prometiendo transformar la manera en que vivimos y trabajamos. Sin embargo, en las últimas semanas, el panorama tecnológico parece haberse estancado, con una notable ausencia de anuncios revolucionarios o desarrollos de impacto.
¿Qué ha pasado? Uno de los catalizadores de esta pausa podría haber sido la irrupción de la china DeepSeek en el campo de la inteligencia artificial generativa, un movimiento que generó un revuelo inesperado en Wall Street.
La incertidumbre financiera, sumada a las preguntas sobre la millonaria inversión en este sector en Estados Unidos, ha provocado una reflexión que se traduce en una aparente desaceleración.

Pero el problema no es sólo la IA. La tecnología en general está sintiendo los efectos de un contexto global convulso, donde la amenaza de un conflicto de gran escala, el temor a una crisis económica y la polarización ideológica configuran un escenario de incertidumbre.
En este entorno, hay un nombre que resuena con fuerza: Donald Trump. En su segundo mandato, el presidente de Estados Unidos ha impulsado una serie de medidas que afectan directamente a la industria tecnológica, desde la imposición de nuevos aranceles hasta una postura comercial agresiva que ha impactado a gigantes como Apple, Microsoft, Tesla, Amazon y Meta.
El reflejo de este golpe se ha visto en la volatilidad del Nasdaq y en una mayor cautela en las inversiones del sector.
La relación entre tecnología y política es innegable. Las guerras comerciales afectan tanto la importación de componentes clave como la exportación de productos terminados, golpeando directamente la cadena de suministro de la industria. Y aunque los efectos de estas medidas se extienden a distintos sectores, en tecnología el impacto es más evidente debido a su carácter global y su dependencia de la innovación constante.
A esto se suma un mercado laboral tambaleante y el espectro de una posible recesión en Estados Unidos, lo que hace que muchas empresas adopten una estrategia de espera antes de lanzar nuevos proyectos o realizar inversiones arriesgadas.
No significa que la innovación se haya detenido por completo, pero todo indica que el ritmo será menos vertiginoso y que los próximos avances podrían carecer de ese factor «wow» que en otros tiempos mantenía a la audiencia expectante.
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