La tecnología no es infalible
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Vivimos rodeados de tecnología. Lo primero que hacemos al levantarnos es revisar el teléfono, ya sea para confirmar la hora, detener la alarma o, incluso, fijarnos si tenemos alguna notificación pendiente. A lo largo del día, el teléfono se convierte en nuestro mejor aliado, sirviéndonos de agenda, computadora y asistente. Al llegar la noche, muchos de nosotros lo último que vemos es el teléfono.
Este es solo un ejemplo de la realidad irrefutable ya planteada al inicio de este artículo. Si nos fijamos bien, la tecnología está en todas partes, y cada vez más dependemos de ella. Contactar servicio al cliente por texto es más satisfactorio que llamar por teléfono y aguantar una larga y aburrida grabación. Comprar online es más fácil que ir a una tienda física. Pagar el banco a través de recursos online resuelve el problema en minutos. Si seguimos buscando, la lista es extensa, y en constante crecimiento.
No hay nada de malo en usar y aprovechar la tecnología, pero debemos estar consciente de que esta no es infalible. Casos donde estos recursos fallan los hay por montones, y quizás uno de los más clásicos sea la fila que se arma en bancos cuando falla el sistema y no admite transacciones de ningún tipo. La historia se repite en otros establecimientos, pero este es uno de los escenarios que más sufrimiento provoca.
Con la pandemia, la tecnología tuvo un momento de apreciación colectiva, pues, en vista de las normativas de distanciamiento social impuestas por la presencia de COVID-19, de repente lo remoto se convirtió en la norma. Bajo estas circunstancias, el teletrabajo pasó a otro nivel, las compras online aumentaron, y surgieron numerosos servicios bajo modalidad online que operaban y siguen operando con un mínimo de infraestructura.
Juntamente con esta apreciación colectiva de la tecnología nos dimos cuenta de sus limitantes: internet lento, conectividad interrumpida y acceso disparejo o inexistente a estos recursos según la condición socieoconómica imperante. Esto último fue evidente sobre todo en el tema de la educación escolar, y se trató de un fenómeno global, no circunscrito a alguna región en particular.
La tecnología falla de muchas maneras, y, mientras más avanzada o compleja es, más se siente el impacto. Tomemos el caso del reconocimiento facial, usada como medida de seguridad biométrica en varios teléfonos de alta gama sin que haya presentado grandes problemas.
A nivel de uso individual, en la forma ya mencionada, esta tecnología tan solo aporta una capa extra de seguridad. Ahora bien, su implementación en instituciones del orden con la finalidad de identificar potenciales criminales o incluso predecir incidentes es cuestionable, sobre todo porque esta se ha creado sobre una base de fotos -robadas de la internet, en su mayoría- de personas que mayormente blancas y de rasgos caucásicos. El resultado es un sistema sesgado e impreciso, con connotaciones que podrían rayar en el racismo, según se denuncia en Estados Unidos.
El potencial de confundir la identidad a través del reconocimiento facial es alto, y ya en estados Unidos se dio el caso de un hombre afroamericano injustamente arrestado por un robo que no cometió. El incidente ocurrió en 2019, y hace unos días, con el apoyo de American Civil Liberties Union (ACLU), la víctima, Robert Williams, decidió demandar al departamento policial de Detroit.
Otra tecnología que se está impulsando fuertemente es la de los vehículos autónomos, con Tesla y otros fabricantes ofreciendo algunas funcionalidades de ese tipo en sus vehículos. La idea de que un carro se maneje solo, sorteando obstáculos y manteniendo el control, es fascinante y aterradora a partes iguales, pero los proponentes indican que esta será una de las claves para un futuro de calles y carreteras más seguras.
¿Será cierto? Ha habido grandes avances en el desarrollo de sistemas de detección de obstáculos, pero estos distan mucho de ser perfectos. En el caso particular de Tesla, la función autopiloto ha sido la causa de varios accidentes documentados, algunos de ellos con saldo trágico, como ocurrió durante el fin de semana en Texas.
Podrá argumentarse que estas son tecnologías que están aún en proceso de perfeccionamiento y que son necesarias para el avance de la humanidad, pero ello no significa que estemos ciegos ante el hecho de que la tecnología no es infalible y, en efecto, puede fallar en cualquier momento. Las contingencias y las alternativas manuales o mecánicas nunca estarán de más, sobre todo si queremos asegurar la continuidad de lo que se ha construido.
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