La miopía del sector tecnológico
En la pandemia, mientras estábamos todos impedidos de salir de nuestras casas, se dio un fenómeno interesante: la gente se vio obligada a abrazar la tecnología, extensivo a negocios, lugares de trabajo y demás.
La consecuencia, como es lógico, es que el sector tecnológico vivió una época de bonanza que, para algunas compañías, no tuvo precedente.
Ejemplos abundan, empezando por el fenómeno Zoom y siguiendo por Netflix, que reportó haber agregado más de 15 millones de nuevos suscritores en los tres primeros meses de 2020, a lo que siguió más de 10 millones de suscriptores adicionales entre abril y junio de ese año.
Amazon es otra compañía que rompió récords, llegando a reportar un incremento de más de 200 por ciento en ganancias durante la pandemia.
Por supuesto, ante el increíble boom en ventas online, Amazon tuvo que buscar la forma de ampliar sus espacios de almacenamiento y de contratar más personal para dar abasto.
La bonanza, como dejan entrever estos ejemplos, fue en grande, y si de algo pecaron estas compañías fue de no ver más allá de lo que era esto: una situación temporal que, tarde o temprano, iba a llegar a su fin.
Ante el miedo infundado por COVID-19 y el prospecto de que las cosas jamás volverían a la normalidad, no es de extrañar que la pospandemia y las realidades de una economía presencial reactivada haya tomado al sector tecnológico por sorpresa.
Una de las primeras en reaccionar fue Netflix, cuando la realidad le dio en la cara y reportó, por primera vez en diez años, una pérdida de suscriptores en abril de 2022.
Al susto y al pánico siguieron las medidas habituales: acciones en baja, recorte de gastos, despidos de personal, cancelación de proyectos, reingeniería y un largo etcétera.
Lo que se vio en Netflix se ha visto en otras compañías de renombre en el sector, siendo Meta (anteriormente Facebook) y Amazon dos de los ejemplos más representativos. Los despidos han afectado igualmente a HP, Yahoo, Zoom, eBay, Paypal y un largo etcétera.
Es asombroso como estas compañías parecieron acostumbrarse rápidamente a una bonanza tan repentina como inusitada, fácilmente explicable por las circunstancias especiales del momento, y no previeron una eventual sequía.
Podría decirse que pecaron de miopes o, quizás, de optimismo desbordado. También podríamos verlo por el lado de la ambición sin límites. Sea cual sea la explicación, siempre la soga se rompe por lo más fino: los empleados.
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