La inteligencia artificial ya no inspira solo asombro
¿Paranoia, o hay algo que no nos están diciendo? En 2016, cuando la inteligencia artificial todavía era tema de nicho, Sam Altman —el actual rostro más visible de esta revolución tecnológica— confesaba a The New Yorker que tenía planes de escape en caso de catástrofe. Entre sus escenarios posibles estaba, precisamente, que la IA se saliera de control.
Nueve años después, la inteligencia artificial no solo está en boca de todos, sino que está incrustada en nuestras rutinas, decisiones y modelos de negocio.
En octubre de 2023, Altman reafirmó que sigue preparado para cualquier eventualidad, pero añadió algo más inquietante: ningún búnker será suficiente si el apocalipsis viene de la mano de una IA desbocada.
Cuando el CEO de la empresa que encarna el auge de esta tecnología habla en esos términos, no queda más remedio que preguntar en serio: ¿a qué estamos jugando? ¿Qué sabe él que no sabemos los demás?
La historia de OpenAI dista mucho de ser un camino de transparencia y altruismo. A finales de 2023, la empresa fue sacudida por un hecho insólito: Sam Altman fue removido como CEO por un breve pero intenso lapso de tres días. El movimiento fue liderado por Ilya Sutskever, cofundador de la compañía y —hasta entonces— un férreo defensor de la llamada inteligencia artificial general (AGI), esa que, en teoría, igualará o superará la capacidad cognitiva humana.
Lo sorprendente de este lío fue la motivación. De promotor a alarmista, Sutskever habría llegado a la conclusión de que el desarrollo de la AGI estaba yendo demasiado rápido.
Según extractos de un libro que se publicará pronto, incluso llegó a plantearse la necesidad de construir un búnker para cuando la IA cruce el umbral y deje de responder a nuestro control. Para él, la llegada de la superinteligencia será algo tan monumental como bíblico.
¿Es esto solo una expresión del síndrome del genio paranoico, o hay fundamentos más profundos? ¿Qué llevó a alguien en su posición a dar la voz de alarma dentro de la misma organización que ayudó a fundar? ¿
Y por qué después de todo decidió crear una nueva empresa que, según él, apostará por una inteligencia artificial segura?
Lo cierto es que, más allá del drama de oficinas y las luchas de poder, hay una verdad incómoda que asoma: estamos creando algo que apenas entendemos, en ese proceso los líderes más informados del sector nos advierten, incluso desde el silencio o las contradicciones, que el riesgo no es menor.
La inteligencia artificial puede ser una aliada formidable, pero también puede ser una fuerza sin control si se desarrolla al margen del escrutinio ético, social y humano.
Lo peor que podemos hacer es quedarnos como espectadores pasivos en este momento histórico. No necesitamos un búnker todavía, pero sí una ciudadanía informada, crítica y consciente del rumbo que está tomando esta tecnología.
Cuando los propios arquitectos del futuro empiezan a hablar de refugios, tal vez sea hora de hacernos preguntas incómodas. No por paranoia, sino por responsabilidad.
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