En las redes sociales, todo es bonito: influencers dándose la buena vida, cuerpos perfectos, estilos de vida de lujo, ropa increíble por un lujo, viajes y un largo etcétera.

Por años se ha dicho que todo esto es falso, que la gente en estas plataformas hace un esfuerzo increíble por aparentar lo que no es, y eso a veces lleva a la gente a engatusar al público con imágenes estratégicamente tomadas y editadas. 

Por más que esto se explica, la gente no se da por enterada o, más bien, no quiere darse por enterada, y el resultado es que tenemos toda una generación que a lo que aspira es a ser influencer en Instagram, TikTok o cualquier otra red de moda. 

Como no todos podemos ser influencers, en conjunto con el fenómeno hay toda una oleada de emprendedores que parecen llevar su vida y su negocio en perfecto orden, siendo esto una mentira más.

En el medio de todo esto -porque los oportunistas están en todas partes- han surgido una serie de cuentas y agencias que prometen a cualquier interesado convertirse en influencer o emprendedor estrella de las redes sociales, a menudo con resultados desastrosos. 

A cambio de honorarios que suelen ser muy elevados, estas agencias y cuentas se comprometen a hacer crecer la presencia personal en las redes, a conseguir patrocinios y hasta clientes, según sea la naturaleza del influencer o emprendedor. 

En ocasiones, se trata de esquemas tipo pirámide, mientras que otras veces los patrocinios que se consiguen son de baja calidad, pero mercadeados para lucir premium ante una víctima inexperta y deseosa de ganar notoriedad. 

Es también común que bajo esos acuerdos de patrocinio haya mentiras por parte del influencer, esto en el sentido de que un producto o servicio puede ser malo, incluso dañino, pero no se da a conocer esa información por intereses monetarios. 

En esta cultura, todos salimos perdiendo. La falta de regulación tan solo empeora un ambiente que de por sí es tóxico. 

Mucho ojo con esto.