iPhones más caros y que no impresionan

16-09-2025
Ciencia, Tecnología e Innovación
Ojalá, República Dominicana
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Apple celebró su evento “Awe Dropping” con la promesa de sorprender al mundo, pero lo que dejó al final fue más cercano a un bostezo colectivo.

La nueva familia iPhone 17 confirma la tendencia que ya muchos analistas habían advertido: el ciclo de innovación de la compañía parece haberse ralentizado, mientras los precios no hacen más que subir. Una combinación peligrosa para una marca que durante años construyó su prestigio en la capacidad de reinventar la tecnología de consumo.

El anuncio más comentado fue el del iPhone Air, un modelo ultradelgado de apenas 5.5 milímetros que Apple presentó como una hazaña de ingeniería. Y sí, es impresionante desde un punto de vista técnico, pero no deja de ser un experimento con precio de producto estrella: 999 dólares, lo mismo que antes costaba un Pro. Más allá del grosor y del uso de titanio, ¿qué aporta realmente? Apple asegura que su sistema Fusion compensa el hecho de que el Air solo tenga un lente trasero, pero la pregunta es si los usuarios aceptarán pagar tanto por un modelo que sacrifica versatilidad a cambio de estética.

El resto de la familia iPhone 17 revela lo que se ha vuelto una rutina: mejoras graduales en cámara, pantalla y procesamiento, acompañadas de ajustes cosméticos como el nuevo módulo trasero que ocupa todo el ancho del equipo y obliga a comprar fundas nuevas.

La eliminación de la versión Plus borra del mapa la opción intermedia de 899 dólares, encareciendo la entrada a la gama alta.

Ahora, el modelo Pro arranca en 1,099 dólares, mientras que el Pro Max sube hasta 1,199. En otras palabras: menos opciones, precios más altos y un mercado que ya no recibe con entusiasmo lo que en el pasado eran saltos disruptivos.

La cámara, como siempre, se lleva el foco. Todos los modelos cuentan ahora con lentes de 48MP y una cámara frontal de 18MP, pero el énfasis en megapíxeles y estabilización avanzada poco aporta a la narrativa de innovación.

Apple habla de capturas en Dolby Vision 4K a 120 cuadros por segundo y soporte ProRes RAW, pero estos avances interesan más a un nicho profesional que al grueso del mercado. Para el usuario común, la promesa de “mejores fotos y videos” ya no es suficiente para justificar un nuevo desembolso anual.

Un detalle curioso —y revelador— es el cambio en materiales. Los Pro y Pro Max dejan el titanio y regresan al aluminio, mientras que el Air presume de titanio.

En términos prácticos, esto significa que Apple reserva el material premium para el modelo más delgado, reforzando la idea de que se privilegia el diseño por encima de la funcionalidad. El gesto parece más un experimento de marketing que una verdadera apuesta de ingeniería.

Más allá de los iPhones, el evento sirvió para mostrar otros productos: Apple Watch 11, Apple Watch Ultra 3 y AirPods Pro 3. El primero llega con la capacidad de medir la presión arterial, pero todavía sin la aprobación de la FDA.

Apple promete que ese aval llegará pronto, pero mientras tanto, lo presenta como una característica estrella que aún no puede desplegar todo su potencial. Los AirPods, por su parte, estrenan traducción en tiempo real, una función que competidores como Google ya ofrecen desde hace años.

El problema para Apple es que sus anuncios llegan tarde y, aunque se disfracen de hitos, en realidad refuerzan la percepción de que la compañía está más ocupada en alcanzar a la competencia que en liderar el mercado.

En cuanto al software, iOS 26 estará disponible el 15 de septiembre, con la inclusión del controvertido Liquid Glass, una función que generó críticas desde su presentación en la WWDC 2025.

Apple insiste en venderlo como un avance estético, pero el rechazo temprano sugiere que podría convertirse en un ejemplo más de cómo la compañía, en su afán de imponer tendencias, a veces tropieza con la realidad del usuario.

Lo más revelador, sin embargo, no fueron los productos, sino la reacción del mercado, pues las acciones de Apple cayeron 1.5 por ciento tras el evento. Los inversionistas parecen haber enviado un mensaje claro: la narrativa de “la mejor innovación de la historia” ya no se sostiene solo con marketing.

Sin un salto genuino que recupere la capacidad de asombro, el prestigio de Apple corre el riesgo de erosionarse.

La gran pregunta es si estamos frente a un punto de inflexión. Durante años, Apple dictó el rumbo de la industria, imponiendo estándares y redefiniendo categorías. Hoy, en cambio, parece atrapada en su propio modelo de negocio, obligada a exprimir a los usuarios con precios cada vez más altos mientras ofrece cambios que no justifican el costo.

La compañía sigue siendo rentable, poderosa e influyente, pero el brillo que alguna vez la distinguió empieza a desvanecerse. Y quizás esa sea la verdadera conclusión del “Awe Dropping”: Apple no deja de vender, pero sí deja de impresionar.