El espejismo de la privacidad digital

15-10-2025
Ciencia, Tecnología e Innovación
Ojalá, República Dominicana
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A ver, ¿cuándo fue la última vez que entregaste tus datos sin pensar que podrían terminar en manos equivocadas? La pregunta no es retórica.

En la sociedad hiperconectada en que vivimos, cada clic, cada registro, cada foto subida se traduce en datos: el combustible invisible que mantiene en marcha al mundo moderno.

Durante años supimos que los datos eran importantes, pero no fue hasta la era de las redes sociales que comprendimos su verdadero valor. Mark Zuckerberg y compañía no inventaron el concepto, pero sí supieron explotar la mina de oro que tenían bajo los pies.

Desde entonces, el apetito por recolectar, analizar y monetizar información se desató con fuerza. Lo que comenzó como un ejercicio de segmentación publicitaria terminó convirtiéndose en un modelo de vigilancia disfrazado de conectividad.

Hoy nos movemos en un entorno donde los anuncios parecen leernos la mente y los servicios digitales nos exigen ceder información a cambio de comodidad.

Y, como si fuera poco, los sistemas de inteligencia artificial —que aprenden, curiosamente, de nuestros propios datos— han hecho que la línea entre privacidad y exposición se vuelva casi imperceptible.

No es casual que desde 2011 se diga que los datos son el nuevo oro. Lo que quizá no se previó fue el costo: una era de hackeos constantes que han convertido la seguridad digital en una ilusión. Ninguna empresa, por grande o pequeña que sea, está exenta.

Google, Microsoft, MGM, Salesforce, LinkedIn… la lista de compañías víctimas de filtraciones es tan extensa como preocupante.

A veces se trata de una falla técnica mínima; otras, de ataques premeditados que buscan desde chantaje hasta humillación pública. Pero el resultado es siempre el mismo: datos comprometidos, confianza rota y usuarios vulnerables.

En el mejor de los casos, la información termina en el mercado negro; en el peor, se usa con fines que ni siquiera imaginamos.

El más reciente recordatorio de nuestra fragilidad digital vino de Red Hat. Un grupo conocido como Crimson Collective robó 28 mil repositorios alojados en una instancia de GitLab, extrayendo 570 GB de información que incluían reportes de clientes, códigos y datos sensibles de infraestructura.

El golpe no solo afecta a la compañía y sus clientes, sino que sacude la credibilidad del propio modelo de software abierto, que ya arrastra su cuota de prejuicios.

Al final, lo que deja claro el caso Red Hat —y todos los que le preceden— es una verdad incómoda: la privacidad digital es un espejismo.

Antes culpábamos a las redes sociales por exponer demasiado; hoy, los ciberataques han demostrado que lo realmente inseguro no somos nosotros… sino el sistema en el que decidimos confiar.