ChatGPT y el efecto rebaño

02-07-2025
Ciencia, Tecnología e Innovación
Ojalá, República Dominicana
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El ser humano se adapta a cada cambio, sin importar lo disruptivo que sea, y esta realidad aplica a la inteligencia artificial, sin duda el avance tecnológico más invasivo que hemos tenido en décadas.

Podría argumentarse que toda la tecnología que nos rodea es invasiva, pues termina formando parte de nuestras vidas, aun si así no lo queremos en principio, pero donde llega el alcance de la IA, sobre todo la generativa, es algo nunca visto.

Veamos el caso: hasta hace poco, la gente todo lo resolvía con Google. ¿Correo electrónico? Gmail. ¿Direcciones para llegar a un lugar? Google Maps. ¿Responder dudas? Una búsqueda en Google. ¿Explorar el entorno? Google otra vez.

Siendo este otro ejemplo de tecnología invasiva, Google llegó a convertirse en verbo; primero entre angloparlantes, luego extendido a cada idioma imaginable. La expresión “googléalo”, aunque en vías de extinción, sigue vigente.

¿Cuál ha sido el reemplazo de Google? ChatGPT, por supuesto, la herramienta que puso en el mapa todo este asunto de inteligencia artificial a nivel del consumidor final. De repente, esta es la solución a cada pregunta, duda y tarea que tengamos a la mano, desde consultas médicas hasta trabajos escolares y de oficina.

Al tratarse de una inteligencia artificial, ChatGPT supera a Google en muchas cosas, y es por esto que Google, viendo que está perdiendo fuerza rápidamente, se ha apresurado en sacar sus propias soluciones de IA, perfeccionándose las mismas sobre la marcha.

Un aspecto donde ChatGPT por mucho tiempo superó a Google fue el de la generación de imágenes a partir de texto.

Con esta facilidad generativa, de repente no estamos limitados a un banco de millones de fotos a la disposición de todo internet, sino que podemos sacar partido a nuestra imaginación y pedir lo que se nos antoje para un resultado único en cada interacción.

La generación de imágenes en ChatGPT empezó como una novedad llamativa y, como toda tecnología que se respete, fue evolucionando y mejorando, llegando a recrear estilos particulares que se volvieron en locura colectiva para los millones de usuarios de esta herramienta.

Uno de esos estilos -controversial, por demás- es el famoso Ghibli, inspirado en el estudio japones del mismo nombre. Cuando salió esta característica, ahí fue que de verdad explotó ChatGPT a nivel de usuarios y frecuencia de uso, al punto de que OpenAI tuvo que sacar la bandera blanca y pedir clemencia ante la incesante manada de requerimientos Ghibli.

Lo del estilo Ghibli puede resumirse en el efecto rebaño del que adolece una humanidad sin rumbo y sin idea de que transita el camino hacia la obsolescencia; obsolescencia impuesta por nosotros mismos por caer rendidos ante una tecnología tan útil, envolvente y llamativa que somos miopes ante la sustitución acelerada que va realizando con cada interacción antojadiza que hacemos con ella.

Porque, ¿qué necesidad tenemos de pedir a un sistema crearnos una imagen al estilo Ghibli? ¿Qué aporta eso? Nada. Solo aporta un malestar al creador de este estilo, quien está de por sí en contra de la IA, y presiona recursos como agua y energía que son necesarios para el funcionamiento de la inteligencia artificial. De paso, y es parte de nuestra miopía, reduce la posibilidad de sacar debido provecho a ChatGPT a quienes lo usan de manera puntual y estratégica.

La muestra de este último punto está a la vista: tras la vorágine Ghibli, ChatGPT jamás ha vuelto a crear imágenes con la rapidez o calidad de antaño, pero eso al grueso de la gente no le importa. Estamos feos para la foto.