A ver, ¿cómo se regula la inteligencia artificial?
Llevamos dos años siendo testigos de cómo la inteligencia artificial se ha ido imponiendo sobre la humanidad con sus impresionantes avances, que van desde la creación de contenidos hasta la facilitación de complejos procesos.
A lo largo de este tiempo, marcado por la salida de ChatGPT en noviembre de 2022, hemos sido también testigos de un intenso debate que cuestiona los efectos en el largo plazo de esta imposición, además de poner en entredicho la sobrevivencia del dominio de la humanidad de cara a un desarrollo que luce imparable.
El hecho de que la humanidad en conjunto podría sucumbir ante los encantos de una inteligencia artificial que podría llegar a pensar y actuar de su cuenta ha llevado a gobiernos y entes reguladores en el mundo a tratar de poner un freno para evitar que las cosas lleguen ahí.
En la actualidad, aun cuando este desarrollo no es tan potente como se asegura pudiera llegar a ser -se habla de una superinteligencia que estaría lista para 2026-, es mucha la gente que dice sentirse desplazada o en riesgo de ser desplazada por la inteligencia artificial.
El prospecto, por supuesto, llena de temor a los más susceptibles de caer en el anonimato o el olvido a causa de la inteligencia artificial, pero este grupo no es el único que mira esta tecnología con recelo.
Bajo el dominio de sistemas de inteligencia artificial, una de las áreas más grises es la que tiene que ver con derechos de autor, pues es un hecho conocido que estos sistemas se alimentan de contenidos ya existentes para entrenarse y ofrecer la funcionalidad que ya hemos visto.
¿Tienen permiso estos sistemas de usar los millones de escritos y contenidos disponibles en la web?
Este es un punto caliente del debate que se caracteriza por opiniones divididas: por un lado, están quienes opinan que el progreso no debe parar y que entran en acuerdos con compañías como OpenAI para que activamente sean ordeñados sus contenidos; por el otro, están medios como el New York Times que consideran una afrenta este modelo.
En el medio de todo esto, yacen las autoridades, las cuales llevan dos años emprendiendo una carrera contra el reloj en lo que respecta a la regulación de la inteligencia artificial.
El gran problema es que se hace muy difícil regular sistemas que continuamente se reinventan y que se basan en un aprendizaje acelerado en el que intervienen millones y millones de piezas y datos, algunos de ellos ni siquiera de origen humano, pues la inteligencia artificial es capaz de generar su propio material y reutilizarlo para seguir creando.
Esto nos lleva a República Dominicana y el intento de un grupo de legisladores de regular el uso de la inteligencia artificial exigiendo transparencia en los procesos usados por una herramienta como ChatGPT para llegar a una respuesta o conclusión particular.
Este planteamiento o bien denota un optimismo excesivo en los poderes regulatorios o una ignorancia básica de cómo funciona la inteligencia artificial y lo que implica este concepto.
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