A merced de los hackers
“La información vale oro”. Esta es una máxima que se viene repitiendo con fuerza desde el boom de las redes sociales hace ya más de 10 años, y vaya si es una realidad irrefutable.
Nuestra información no solo vale oro, sino que puede multiplicar ese oro de manera casi infinita si se sabe aprovecha, usualmente en detrimento de nosotros, quienes somos los que la proveemos, no siempre de manera voluntaria o consciente.
El apetito insaciable de grandes compañías como Meta o Google es ampliamente conocido y documentado, pero hay otros grupos que están detrás nuestra información, y estos no pertenecen a organizaciones o corporaciones formales.
No. Hay un grupo que es, incluso, peor que esas compañías ya mencionadas a modo de ejemplo, y que emplea métodos ingeniosos para hacerse con nuestros datos sin quiera darnos cuenta.
Hablo, por supuesto, de los hackers, y vaya si tienen una campaña de asedio montada contra todo aquel que tenga presencia online, desde usuarios individuales hasta grandes corporaciones.
A lo largo de este año, los casos han sido numerosos y frecuentes, exponiéndose, de paso, una triste realidad: la ciberseguridad no iguala el ritmo de la ciberdelincuencia. En pocas palabras, los hackers están siempre varios pasos delante, por lo que abundan los incidentes que involucran los llamados ataques de día cero.
No hay información que esté a salvo de los hackers. Nombres, direcciones, correos electrónicos, tarjetas de crédito e historiales varios forman parte de los datos que cada cierto tiempo se ponen a la venta en la dark web.
Hay muchas formas de hackeo. Phishing es, quizás, la más común, pero ahora se está dando un fenómeno preocupante: secuestro de la información, seguido de extorsión si no se realiza el pago correspondiente para su liberación.
¿Debe de pagársele a un hacker para que devuelva la información robada? Los expertos en seguridad dicen que no, que este es un curso de acción errado. No solo no se garantiza la devolución de la información, sino que se empodera a los hackers y se les da luz verde para seguir cometiendo esos delitos.
Sin duda alguna, vivimos en un mundo donde la privacidad hace mucho dejó de existir, con el agravante de que nuestros datos expuestos al mejor postor ofrecen oportunidad no solo de fraudes, sino de tobo de identidad.
¿Lo peor de todo? No hay vuelta atrás hacia un mundo análogo.
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