Así mataron al profesor Pedro Hernández
La última vez que se supo de Pedro Hernández, discutía con acritud con quienes pretendían usurpar su tierra. El miércoles 29 de marzo, en los predios que conocía como las arrugas de su piel de 71 años, machete en mano, cuatro veces llamó ladrón al abogado que medía sus terrenos.
Jueves y viernes nadie lo vio. Tampoco sábado ni domingo. En esas lomas de La Cuaba, del kilómetro 22 de la autopista Duarte, en Pedro Brand, hay puntos en que la señal abandona los celulares. Pero una angustia recorrió la sangre de sus amigos. Un mal presagio se cernía sobre ellos. El lunes 2 de abril subieron a buscarlo. Era tarde. Su cuerpo yacía asesinado.
De puñaladas o de disparo de escopeta, aún no se determina el arma con que se cometió el crimen. El septuagenario Pedro Hernández, enhiesto y vigoroso a pesar de los años, ya tenía por lo menos dos días muerto cuando lo hallaron cubierto con pencas, doblado en la tierra de la que el Instituto Agrario Dominicano le entregó título de propiedad hace 32 años.
¿Quién lo mató? Para Virgilio, su gran amigo, la respuesta es obvia. El intento de arrancar de sus manos la tierra que trabajaba con dedicación no era nuevo. En ocasiones anteriores, el mismo abogado, del cual no se tiene nombre, había quemado zonas de su parcela para apropiarse de ellas.
“Ustedes tienen que hablar conmigo, no venir a medir. ¡Se me va de aquí! ¡Ladrón!”, se escucha decir a Pedro, enardecido, en el último video en que se le vio con vida.
No era un simple campesino que se dejaba dominar por las emociones, de esos que andan con puñal a toda hora, por si se ofrece matar o morir. No. Pedro Hernández era un ambientalista de vocación y oficio. Sembró la zona con frutales y cacao.
Consagrado profesor de matemáticas (llegó a ganar concursos nacionales sobre la materia), también era un prolífico escritor, con muy buena calidad en la redacción y un vasto conocimiento de la historia dominicana. Al menos doce libros había escrito en su antigua máquina de escribir; sólo dos de ellos fueron llevados a una editora para ser publicados.
Pedro era, además, un activista, defensor de los derechos humanos. A Virgilio Almánzar le propuso en más de una ocasión construir una Escuela de Derechos Humanos en su propiedad. Quería donar los terrenos para la causa.
Todo un líder comunitario, útil y vital, Pedro Hernández fue asesinado de forma despiadada, inmisericorde. En su terruño, en su patria chica, por la que dio la vida, literalmente.
Sus siete hijos, sus amigos, la comunidad a la que con amor le sirvió, hoy piden justicia.
Cincuenta años después, siguen matando a Mamá Tingó. Al campesino de nada le vale tener la tierra y el papel. Creyó Pedro Hernández que el documento que le entregó el Instituto Agrario en 1991 impediría el atropello. Creyó que tuvo tierra, pero la tierra era él, la tierra que pisaron, a la que le sembraron cartucho y puñaladas.
En 1949 escribió el poeta Pedro Mir: “Los campesinos no tienen paz entre las pestañas/no tienen tierra/no tienen tierra”. En 1949 y todavía.