Y sin embargo no va
Parecía que cuando en abril pasado el Ministro Administrativo de la Presidencia definía la reforma tributaria como algo impostergable, nada detendría los planes del Gobierno de aplicarla.
El Director General de Impuestos Internos adelantó hace unos días que la propuesta de reforma estaba avanzada. Ya había amagado el Gobierno con una que puso a circular a través de Hacienda. Y el tanteo no fue para nada agradable a los ojos, oídos y bolsillo de la población.
No se quedó atrás el Director General de Presupuesto en dejar bien claro que la reforma iba «sí o sí», anulando con sus palabras todo resquicio de diálogo, entendimiento o pacto en un tema tan peliagudo como la reforma fiscal.
El Gobierno estaba decidido. Venía con todo. Pero en un arrebato de conciencia, de la noche a la mañana, anunciaba el Presidente que desistía de aplicar la reforma.
¿Qué sucedió en el camino? ¿Se le apareció un ángel como a Abraham para evitar que apuñale a Isaac, su hijo, en una montaña? En este caso, el puñal afilado iba a ser enterrado en las clases media y pobre. Una estocada fatal, insufrible.
Primero, perdió el Gobierno la ya malograda moral que tenía. Además de los escándalos de corrupción e improvisaciones que han costado miles de millones de pesos al Estado, el mandatario acapara las planas de periódicos en el mundo por ser uno de tres presidentes en Latinoamérica con cuentas en paraísos fiscales.
No podía el Presidente pedirle a la población pagar más impuestos cuando se descubre que tiene cuentas de empresas que no pagan impuestos en el país.
Se suma a esto el deterioro del bienestar social que por las malas prácticas, políticas improvisadas y corrupción sufre la población desde hace un año.
Alimentos, combustibles, materiales de construcción, servicios… ¡Todo ha subido de precio! En muchos casos, al doble y al triple de lo que costaba hace un año. Si bien es cierto que la situación económica internacional influye en la local, también es cierto que el Gobierno no ha tomado una medida que pueda decirse que haya sido efectiva para paliar la crisis.
Hay un proceso de deslegitimación de autoridades e instituciones. Durante este año, no han sido pocas las instituciones del Gobierno que han salido a desmentir a otras. Desde el Presidente hasta el Inapa. La lista es nutrida.
Un Gobierno cuyo Presidente actúa con deshonestidad a la hora de declarar sus empresas, funcionarios sin credibilidad en la mayoría de las instituciones y una inflación asfixiante es el tétrico panorama social que hoy analiza el ciudadano. La derrota estrepitosa del partido que gobierna en las recientes elecciones de la ADP es un reflejo de ello.
Se asoman las elecciones en el Colegio Médico. En esos comicios se prevén resultados similares. El Gobierno lo sabe y examina el escenario.
La oposición advirtió que no apoyaría reforma que cargue más a la clase media y a los pobres. El empresariado dijo ¡No!
La reforma tributaria es un absurdo en este momento. Pero el Gobierno no declinó porque estuviera convencido de esa realidad. Vimos que a pesar de la inflación la reforma iba «sí o sí».
Son otros, más recientes, los motivos que mueven al Gobierno a no tocar ese merengue.
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