Líneas de Guerra: La popicracia de Abinader (1 de 3)

14-12-2021
¡Te lo dije!
Ojalá, República Dominicana
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El concepto de populismo, como casi todas las categorías más elementales de la ciencia política, está sometido hoy día al fuego cruzado de una sociedad profundamente polarizada por las desigualdades y, vaya paradoja, narcotizada a la vez por el espejismo de corrección política escenificado a diario en las redes sociales.

Unos coinciden en aceptar como buena y valida la acepción de populismo enmarcada en la definición concebida por el argentino Ernesto Laclau: “la construcción de una identidad popular que articula una serie de demandas insatisfechas mediante la identificación de una elite que se opone a los designios del pueblo”.  Para quienes concuerdan con esta definición del populismo como un sistema ideológico con un objetivo claramente definido, llamar populistas a líderes como Hugo Chávez, Evo Morales, Fidel Castro, López Obrador o Pablo Iglesias, lejos de constituirse en un agravio es un reconocimiento a su lucha por el interés colectivo.

Otros se inscriben en la visión sobre el populismo del ex presidente ecuatoriano Rodrigo Borja que, en su Enciclopedia Política, lo define como “una desordenada movilización de las masas, sin brújula doctrinal”.

Como si sus miembros estuvieran leyendo el famoso best seller “Los cuatro acuerdos” de Miguel Ángel Ruiz, la Real Academia de la Lengua Española intentaron ser “impecables con sus palabras” al definir el populismo como “tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”.  Vale decir que, aunque el término tiene casi un siglo siendo utilizado en el ámbito de las ciencias sociales y políticas, es en este siglo que la RAE lo incorpora a su diccionario.

Si bien es cierto que en esta época cuando pensamos en populistas nos llegan a la mente nombres como el de Nayib Bukele, Duterte, Bolsonaro y Trump, también lo es que en el mundo se empieza a configurar una extraña derivación que consiste en gobernar con y para las elites buscando el aplauso en la ciudadanía que vive en la burbuja de titanio transparente (si es que tal metal existiera) que es tuiter.

Esta nueva clase de populismo, inaugurado por Mauricio Macri en la Argentina, se empeña en presentarnos un discurso políticamente aséptico, pero cuidadosamente diseñado para adueñarse de la conversación tuitera, tiene en la República Dominicana no solamente a su principal representante, sino también que la sociología popular ha bautizado con un nombre muy particular a la tribu social que lo consume: los popis.

Si algo caracteriza al gobierno de Luis Abinader es, precisamente, su búsqueda permanente, casi obsesiva, del aplauso tuitero.  Desde la propia integración de su gobierno, dominado por los popis y Participación Ciudadana en detrimento de los perremeistas, hasta las maneras de vestir de sus funcionarios (chacabana blanca o saco sin corbata) desde el ámbito oficial todo parece estar dirigido a mantener batiendo palmas en 240 caracteres al esnobismo de nuevo cuño que representa el popi.

La actual administración destituye a los descamisados funcionarios envueltos en escándalos de corrupción, pero guarda silencio, cuando no directamente férrea defensa, por los distinguidos miembros de la elite social que se conjuraron junto al entonces candidato presidencial para el golpe de febrero del 2020, génesis de la popicracia liderada por Abinader, sobre los cuales hay  serios cuestionamientos en el manejo irregular de la cosa pública.

Al presidente no le importa decir una cosa hoy y mañana la contraria o hacer un bureo interminable por actividades intrascendentes, obviando dedicar tiempo para sentarse a gobernar, siempre y cuando ello le garantice ganarse un like o ser tendencia en tuiter.  Todo por los popis pareciera ser el mantra de Abinader a la hora de tomar cualquier decisión como gobernante.

Rodrigo Borja, parecía hacer un dibujo fiel de la gestión de Abinader, con los popis y su adn perremeista, cuando en su Enciclopedia Política terminaba la referencia al populismo con estas palabras: “…cuando llega al poder, suele operar al margen de un plan de gobierno.  Carece de sistematización y de orden.  No tiene metas macroeconómicas ni sociales de largo plazo.  Con acciones demagógicas y espectaculares busca la satisfacción de las demandas populares inmediatas.  Lo cual lleva a la improvisación.  Todo esto, con frecuencia, produce a la postre un fenómeno característico del populismo: la frustración colectiva.  En función de gobierno resulta incompetente para satisfacer las demandas que contribuyo a inflar durante el proceso electoral y entonces todo su andamiaje se desbarata y la misma ola de ilusiones que le llevo al poder se vuelve contra el.”