La amenaza no ha desaparecido
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Salir a ver la manera en que la gente está asumiendo hoy día la COVID-19 provoca escalofrío. Personas echadas al descuido, se conglomeran en avenidas, colmados y bares sin preocupación alguna: sin mascarillas, abrazos y conversación altisonante, trago en mano.
Crece, diría, una suerte de percepción de que todo o casi todo lo relacionado al virus pandémico ha desaparecido. Especialmente entre los jóvenes, que “tetean” con desparpajo como si el mundo de los virus no existiera.
El llamado Plan de Vacunación ronda el millón y tantos de inmunizados, de tal modo, que no es garantía alguna para asumir conductas violatorias de los mínimos preventivos establecidos.
Las noticias provenientes del exterior sugieren la necesidad de poner frenos a semejantes conductas. Brasil no solo tiene un 13 % de las muertes por COVID-19 en el mundo, sino también el doble de los casos del año pasado (14.6 millones) y una variante del virus más agresiva. En tanto que, la India ha encendido las alertas mundiales con una ola inusitada de casos y muertes.
Reforzar la vigilancia sin pruebas es un imposible, con el agravante del traslado a la gente del costo de la PCR, aumentando su gasto de bolsillo en salud. Hay que definir nuevos criterios y controles para el uso de las PCR con una clara definición de su financiamiento.
El país debe sumarse a las presiones internacionales sobre los países desarrollados para encontrar alternativas ante la ausencia de vacunas suficientes para el resto de países pobres.
Liberalizar el comportamiento social frente a la pandemia es un despropósito.
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