Insatisfacción social
Puede sentirse por doquier la queja sobre el aumento de los precios de los productos de primera necesidad. Y los de segunda y tercera necesidad también…
Cabalgamos en una situación, al parecer inadvertida por el gobierno, de intranquilidad, incertidumbre y crispación creciente.
No hay gobierno ni gobernantes que no pretendan hacer un buen gobierno. Pero el arte de gobernar manda cuidar el pan de la gente, ahorrarse motivos de exacerbación del ánimo público, de ofrecer certidumbre sobre cuanto acontece para general sosiego y confianza en la población.
Vivir días enteros buscando enfrentamientos, callar voces disidentes con toda suerte de infamia mediática, no es buen consejo para el buen gobierno.
Dejar un herido a diario, por uno u otro motivo, en este horrible contexto de pandemia va creando campos minados que luego será difícil de restañar heridas.
El odio abonado, desde esa mirada, romperá la restaurada unidad nacional alcanzada en la postguerra a golpes de duros enfrentamientos, muertes y resentimientos todavía latentes, que se pueden percibir en la gran pantalla de medios, redes y eventos.
Se siente un pálpito de inseguridad creciente en los individuos y grupos sociales, que no ven en las estructuras sociales y políticas más que un suelo líquido. Un ambiente volátil, ambiguo, incierto y complejo propiciador de estados de desconfianza que debemos evitar.
Se van sumando, corriendo y a empujones, factores económicos, sociales, políticos, comunicacionales y sanitarios, cada vez más imponderables.
Se requiere cada vez más el buen juicio, la prudencia y la mirada larga del buen político. Ese artista del riesgo, el equilibrio y la sobriedad de los actos del Estado.
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