Mañana se rinde honor a la Patria y, paradójicamente, a su destrucción.

Porque a ver, el discurso de amor, trabajo y entrega se desdice con los resultados.

El amor a la patria es sentido de pertenencia y agradecimiento hacia la tierra en la que naciste o que te acogió, y debe ir acompañado de acciones concretas que demuestren el verdadero compromiso y dedicación hacia el bienestar de esa nación y su gente.

Pongámoslo un poco más simple. Hacer patria implica, por ejemplo, respetar y proteger su medio ambiente y cuidar sus recursos. No se puede decir que se ama a la patria mientras se contaminan sus ríos, o mientras se venden por pedazos sus bosques. Espejito por oro, como cuando Colón. Solo que ahora el trueque incluye, nada más y nada menos, que el agua que tomamos y el aire que respiramos.

Amor a la Patria es cuidar las obras y servicios que mejoraron las condiciones de su gente. Proteger a quienes necesitan alimentos, medicamentos, salud y educación digna. Destruirlas, como se viene haciendo, no es hacer patria.

El amor a la patria es compromiso con la justicia social, la igualdad y el respeto a los derechos de la población. Si tus acciones desde el poder hacen crecer las desigualdades, discriminan y violan derechos, queda en entredicho ese cariño.

Hacer Patria es también honrar sus compromisos, pagar tus impuestos dentro de ella y no sacarlo a paraísos fiscales, respetar un sistema de partidos existente y ayudar a que sea cada vez más fuerte y sano, fortalecer las instituciones, no traficar y manipular con la verdad.

Los golpes en la mesa, el ruido mediático comprado, los chistes en inauguraciones, las ruedas de prensa repetitivas, los anuncios con fanfarrias que caen en el vacío y las promesas que nunca se materializan siguen mientras se va complicando cada día el bienestar, la salud y las alegrías de los dominicanos y las dominicanas.

Patria es humanidad, decía Martí. Y de eso tienen poco quienes nos dirigen.