Incendios desatados que asfixian la población urbana y rural, incluyendo pueblos indígenas. Sequías incesantes, varios países inundados  y dos devastadores ciclones: uno extra tropical que dejó 40 muertos en septiembre, en Brasil, y Otis, este mes en Acapulco, Mexico.

Son muestras para que el continente americano prenda todas las alarmas y reconozca que la crisis climática llegó para quedarse. 

Agravada porque este año ya es el más cálido de la historia y por fenómenos cíclicos como El Niño y La Niña, dos caras de una misma moneda del ciclo natural-global del clima conocido como la Oscilación del Sur (ENOS).

El Niño se produce por el calentamiento del Pacífico ecuatorial, mientras que La Niña corresponde a la fase de enfriamiento.  Sudamérica sufre grandes precipitaciones que provocan catastróficas inundaciones, como las de estas semanas.

Al contrario, en el norte del subcontinente y gran parte de América Central y el Caribe, el déficit de lluvias produce sequías recrudece incendios forestales, como en la Amazonia ahora y en el Paraná y Argentina por La Niña de tres años seguidos que dio paso al Niño en marzo.

Nuestro país ha tenido muchos avisos, como los fuegos de principio de año, las lluvias de noviembre pasado en la capital, los ríos desbordados en el sur después de la feroz sequía y la última, la tragedia del Fula en Bonao. Lo que no ha estado a la altura ha sido la planificación, prevención y mitigación por parte de las autoridades.

Dios nos proteja y ojalá tengamos mejor suerte que los bañistas del Fula y los capitaleños muertos en Noviembre pasado.