El magnicidio haitiano
La muerte del presidente Jovenel Moïse a manos de un comando armado en su hogar es un hecho importante que la República Dominicana no puede soslayar y sin, definitivamente, asumir una actitud más proactiva en el trato de la crónica inestabilidad haitiana.
La fragmentación de esa sociedad es tan dilatada como dolorosa. Desde la división del norte y el sur, patrocinada por sus generales, hasta las intervenciones internacionales estériles. Y en todos los casos, la gran masa del pueblo de Dessalines puesta a un lado, mientras los intereses económicos-sociales dominantes redefinen los nuevos escenarios de estabilidad, gobierno y reparto.
Muerto papá Duvalier y depuesto su Baby, los golpes y contra-golpes de Estado no han cesado. La guerra social y económica de acumulación constituye una constante, un desorden que enriquece grupos o propicia concesiones onerosas del patrimonio haitiano.
Esta vez, según la prensa y Le Nouvelliste, la presencia de extranjeros en las operaciones de muerte al Presidente es dominante, a la luz de la información disponible: 15 colombianos, 2 norteamericanos, 2 traductores haitianos y dejemos el conteo. Los acontecimientos están en curso. Falta mucho por saber.
Un comando vestido, calzado y armado a la moderna. Una guardia presidencial cuyo destino y reacción esperamos conocer. En Haití se juega una potente lucha de intereses de connotaciones internacionales, a la vez que la noche negra de la pobreza popular se ensancha como destino irremediable.
La seguridad nacional de República Dominicana necesita un nuevo enfoque estratégico, que los beneficios no minen el progreso de las instituciones y que los intereses dominicanos no puedan ser desdeñados por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, como acaba de suceder.
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