Dos mártires de nuestros ríos
El 12 de octubre de 1998 a Sixto Ramírez lo mataron de un balazo en la boca. Lo llamaban el Maco porque no salía del agua. Era un enamorado de su río Nizao, un pequeño productor agrícola de la comunidad de Boca de Mana.
Este once de abril, le tocó a Francisco Ortiz Báez morir por su río Tireo. Le dieron cinco balazos. También era agricultor y defensor de su medio de vida en Constanza.
Ellos dos representan el decoro y la conciencia ecológica de todo un pueblo, la misma que le falta al Ministerio de Medioambiente y al gobierno completo.
Todos somos Sixto y Francisco. Sus muertes no pueden caer en el olvido porque es la vida de nuestros ríos, de nuestra biodiversidad y nuestra propia supervivencia.
No son solo los ríos: medio país ha estado bajo asedio en las últimas semanas.
Se anuncia un plan de protección del 30%, pero lo que ocurre es la destrucción impune en muchas áreas protegidas.
Las dunas de Calderas cercadas y sus bosques talados y quemados. En la Sierra de Neiba otro tanto. El monumento natural Padre Domingo Fuertes en el Bahoruco Oriental se convoca a discutir un “plan de manejo” cuando se han otorgado concesiones de exploración y explotación minera a todo su alrededor.
Se crea un nuevo parque marino y se amplía el santuario del Banco de la Plata, pero al mismo tiempo se autorizan puertos de cruceros en Arroyo Barril y Cabo Rojo sin el más mínimo respeto por el ecosistema.
Y no hablemos de las barcazas de la muerte en Los Negros, de Azua, impuestas a tiro limpio. Y las del Ozama no contaminan menos.
Todos debemos ser Sixto y Francisco, porque si aún no nos matan de hambre pronto ocurrirá. Porque nos envenenan el agua y el aire; cercan y queman nuestros montes; saquean nuestros ríos… Seremos muchos Sixto y Francisco defendiendo nuestro Patrimonio Natural, porque no nos callaremos ni miraremos para otro lado.
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