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Quisieran imponer todavía hoy sus caprichos y creencias a todas las mujeres. No a una parte, sino a todas las mujeres.

¿A santo de qué?, pregunto.

Pretenden todavía hoy reglamentar y dictar pautas de conducta a todas las mujeres.

Controlar, más que a los hombres, a las mujeres, cuando ya no es posible limitar sus derechos sexuales y reproductivos. Ni tampoco pueden obligarlas a morir cuando podrían vivir, ni a una jovencita a padecer el dolor y el abuso de parirle un hijo a un delincuente que la violó.

No hay que ir muy lejos para darse cuenta de este absurdo.

Puro anacronismo. Terquedad. Obstinación. Están fuera de tiempo en sus intenciones, menesteres y procederes esos poderes.

Y que sólo consiguen llevarlas a la clandestinidad. 

Porque las mujeres no van a renunciar a su libertad. Viven esa libertad (todavía precaria y frágil) con todas sus alegrías y tristezas. En la escuela, en la universidad, en el empleo, en la cotidianidad.

Y no sólo ellas, las mujeres, sino toda la sociedad, creyente o indiferente, feminista o no, hombres también, reclamamos mayor libertad protegida (y digo protegida) por el Estado, porque mientras más libres, más seguras, más plenas, más ellas mismas, también nosotros, los hombres, lo seremos. 

La lucha por la despenalización del aborto en 3 causales, no vaya usted a creer que es un conflicto entre mujeres pro abortistas y no abortistas, sino de libertad de decidir, que enfrenta a todas las mujeres con la intención de controlarlas.