Blackout en la felicidad
La felicidad de quienes votaron por el PRM, frente al caos, precarización y encarecimiento de los servicios públicos es más falsa que la opulencia que exhibía un dominicanyork con prendas alquiladas en los 90.
La República Dominicana ha retrocedido 20 años, alcanzando niveles astronómicos de inequidad. Comida cara, pésimo servicio educación, salud destrozada, azúcar racionada y, para colmo, escasea el pollo; el presidente amenaza con profundizar el cambio, aunque la gente llega a fin de mes estirando los chelitos y apenas respirando.
En agosto del 2020 se puso en pausa el estado emocional llamado felicidad, y en agosto del 2024 se celebró en Bellas Artes, la inobjetable desigualdad.
Los días del santo cobro ofrecen un breve espejismo de respiro a los asalariados empobrecidos: unas cervezas, tal vez una cena para fingir, aunque sea por unas horas, que todo va viento en popa. Pero basta con pagar las facturas para que la felicidad se desvanezca, sustituyendo la ilusión con una dosis de razón y servicios desgastados, cortesía de un Gobierno despiadado.
Mientras tanto, sectores oportunistas que aplauden al inquilino del poder, no buscan el bienestar del pueblo, sino, una rebanada del pastel.
Hay que darle créditos al Gobierno de Abinader, no todo va mal; la falta de energía eléctrica ha revitalizado el emprendimiento local: la venta de inversores, velas, lámparas de trementina y focos, cosas que las dominicanas y dominicanos ya habían olvidado.
Con la llegada de la luz, veo a las personas celebrar y recuerdo que yo hacía lo mismo 25 años atrás, con la misma emoción fugaz porque, al cabo de unas horas, habría un blackout en la felicidad.