Un Cantante llamado Héctor Lavoe

25-08-2022
Música
TeleSur
Compartir:
Compartir:

No vale prosa alguna para superar el nudo en la garganta, el pie liberado, la esquina expectante y ese sabor de códigos cantados con los que el Caribe revienta de salsa sin control en su nombre y a su nombre. Sus fechas están marcadas con el aché de los dioses que cada uno lleva en la conciencia. No se quiere volver sobre el estigma, porque la gloria supera el subjetivo ojo con que algunos pretenden entronizarlo en una historia que en definitiva se canta a su manera, que es la manera que tienen los pueblos de proyectarse emocionalmente a través de un canto, de una letra y una disposición que hace suyas.

El Caribe tiene derecho a cantar los pregones de su pueblo, los boleros de su alma, las plenas y bombas de su independencia y toda la salsa del mundo contenida en la universal proyección de su infinito amor por las cadenas rotas.

Con él el continente se apropió del significado de “El Cantante”, y tuvo calle luna y calle sol, un paraíso de dulzura y tal vez, al  caer las tardes, un emborrácharme de amor de los que hacen historia. Con Héctor Lavoe jamás habrá periódico de ayer.
 

Como bien apunta el periodista boricua Jaime Torres Torres en su libro “Cada cabeza es un mundo” Héctor Lavoe tuvo una manera auténtica y elocuente de cultivar la salsa al estilo puertorriqueño, con identidad, frescura y actualidad, totalmente distinta a la herencia del son y demás ritmos afrocubanos que cultivaban Tito Puente, Johnny Pacheco, Machito y otros. Y agrega: “Héctor fue un tipazo de nobles sentimientos. El artista nunca maniató al ser humano y viceversa. Siempre fue el mismo: el hombre -cantante y el cantante -hombre que puso al mundo salsero a gozar, llorar, guarachar, parrandear, sufrir, y celebrar la vida”.

Cuentan que…

Héctor Juan Pérez Martínez, nació el 30 de septiembre 1946, en Ponce, Puerto Rico, y hay quien cuenta que fue el 29  pero hacia la medianoche, por lo que para algunos ya era 30.

Cuna de pobre tuvo el hijo de Francisca Martínez y Luís Pérez. Mas pobre la infancia con la muerte de la madre, la vida le avisó con tiempo de los golpes que le daría, para probarlo. La música fue el marco de su historia. No fue casual que La Perla del Sur, Ponce, fuera la patria chica, con caminos de Plena y ansias libertarias. Y si a los 14 años ya cantaba por las calles ponceñas, a los 17 ya estaba en Nueva York buscando el desahogo económico y artístico. En esas calles ya pobladas de latinos conocería al personaje con quien conformaría uno de los binomios mas importantes y legendarios de la historia de la música popular latinoamericana de todos los tiempos. Porque lo de Héctor y Willie Colón no puede ser definido de otra forma, aunque fueran apodados “Los chicos malos”.

Si en algún momento los pensamientos de Jerry Masucci y de Johnny Pacheco apuntaron a una caja registradora rebosante, los pensamientos del destino (que los tiene) apuntaron hacia el rompimiento de esquemas hasta ese momento intocables. Y es que Willie y Héctor no le pararon ni medio a su inicial desafine, ni a la pacatería de los doctos, ni a la leyenda de los consagrados de entonces. Un trombón desafiante y una voz irreverente se encargaron de ratificar al Caribe que se había puesto en marcha una gran humanidad: la de los restringidos.

Desde 1967 y hasta los comienzos de la década de los ochenta la voz de Héctor llenó las ganas, los intentos, el llanto y el desparrame emocional y gregario de los melómanos identificados con el mar de los Caribe. Un recordatorio al vuelo nos muestra en el almático repertorio de cadencias temas como “Juana Peña”, “Barrunto”, “Calle Luna, Calle Sol”, “La Murga”, “Periódico de ayer”, Paraíso de dulzura”, “Aguanilé”,  “El Cantante”, “Soñando despierto”, “Timbalero”, “Emborráchame de amor”, “Rompe Saragüey”, “Juanito Alimaña”, “Paso la noche fumando”, “Triste y vacía”, “Panameña”, “Qué bien te ves”,  “Felices horas”,  “Ublabadú”, “Taxi”,  “Vamos a reír un poco”, “La Verdad”, “Abuelita”,  “El Todopoderoso”, “Mi gente”, “Un amor de la calle”, “Cheche colé”, “VoSo”  “Piraña”,”Loco”, “Siento”,  “Un amor de la calle”, “Hacha y machete”, “La banda”, “Noche de farra”,  “Te conozco (bacalao)”, “Ausencia”,  “Todo tiene su final”…

¿Para qué hablar de etapas en la vida musical de Héctor si se conocen casi de memoria, con un do de pecho clavado en el afinque? ¿Quién olvida que desde 1967 y hasta 1973 se hizo yunta con Willie Colón? ¿Y quien olvida que a partir de 1975, como solista, Héctor también marcó la vida caribeña con su voz de calle sin pentagrama? ¿Y quién puede olvidar esa década de los ochenta cargada para él de incendios, fracturas de piernas, funerarias, depresiones y explotación laboral inmoral, brutal?.


Willie Colón en el prólogo de la obra de Torres Torres acerca de Lavoe “Cada cabeza es un mundo”  indica: “ Promotores y empresarios lo explotaron hasta el fin. Hasta en su agonía siguieron vendiéndolo y exhibiéndolo cuando ya no podía ni con su alma. Productores montaron ‘obras’ teatrales y hasta películas sin hacer las investigaciones apropiadas y sin entender quién era Héctor LaVoe. Otros se han apoderado del libro de sus arreglos musicales y siguen usando el nombre de Héctor para una orquesta, recaudando fondos para caridades nebulosas. La maldición de Héctor LaVoe no terminó con su deceso. Su espíritu sigue agonizando, atormentado por los que siguen viviendo de su nombre y ganando buena plata mientras Héctor estuvo durante casi diez años en un cementerio sin una lápida y su esposa Puchi (qepd) trabajaba en una base de taxis. Gente que no lo conocían, que nunca hicieron nada por él y que se seguirán enriqueciendo a costilla de Héctor, de cualquier manera”.

Héctor Lavoe murió a los 46 años, el 29 de junio de 1993 en el Memorial Hospital de Queens, cinco años después de su malogrado intento de ¿suicidio?

Hector fue enterrado en el cementerio Saint Raymond de Queens, New York. Los sacerdotes ‘católicos’ le negaron el responso final y sería Ismael Miranda quien oraría en voz alta “Y brille para él la luz perpetua”. Nueve años después, tal como él mismo pidió, gracias a la gestión realizada por el mismo Ismael Miranda, sus restos fueron llevados a su ciudad natal, Ponce. 

En el caso de Héctor Lavoe, Sonero Mayor con derecho propio a estar en el panteón musical donde conviven Miguelito Cuní, Benny Moré e Ismael Rivera, el pueblo no le dio ese título sino uno superior: El Cantante de los Cantantes, porque , ciertamente lo de Lavoe no eran canciones: Eran  y siguen siendo himnos entonados en la forma natural de la genuina salsa que, más allá de los géneros puros, representa, y cómo, al Caribe ante el mundo.
 


No se necesita acudir a los meses de junio o septiembre para evocarlo o cantarlo, o analizar su vida y su obra. Y es que la cotidianidad en el Caribe salsero, y en cualquier parte donde la salsa haga parte de la vida pasa por la voz de Héctor Lavoe, por su proyección social, por la solidaridad del pueblo melómano que siempre trató de acompañarle en su  íntima tragedia, y por ese repertorio al que se puede aplicar la letra del bolero del mexicano Álvaro Carrillo: “Pasarán más de mil años, muchos más…” 

La salsa muestra la ruta para reivindicar su nombre y su legado, acompañando con el sístole y diástole de los corazones a aquella soledad multitudinaria, a aquella extraña alegría de Héctor Lavoe…¡La Voz!

Fuente: