Arte, música y memoria: el legado de Víctor Jara
Amanda Jara es hija del célebre cantante, guitarrista y compositor chileno Víctor Jara, brutalmente asesinado cinco días después de consumado el golpe de Estado en Chile, en 1973. Ella y su familia han sostenido el legado de Víctor a través de la Fundación Víctor Jara, desarrollando gran cantidad de iniciativas culturales para defender los derechos humanos en general y los derechos culturales del pueblo chileno en particular, para mantener viva su lucha a través de la música.
En esta entrevista, generosamente concedida para La Jornada Semanal, Amanda evoca al hombre amoroso que fue su padre, habla de la relevancia de su legado y el de otros músicos y artistas, incluyendo a la no menos entrañable Violeta Parra, así como del trabajo realizado por la Fundación creada para honrar y mantener vigente el legado de ese chileno universal que es Víctor Jara.
–Se cumplen cincuenta años del asesinato de Víctor Jara.
–A mí me incomoda un poco la fecha, lo mismo pasamos en los veinticinco años. Aunque se conmemoran cincuenta años del golpe cívico militar, ni la familia ni la Fundación han dejado de dar relieve a la figura de Víctor, su obra, sus valores, su visión del mundo. Era un artista trabajador. La Fundación sigue trabajando por la justicia, la verdad y la reparación.
No dejaremos de hacerlo porque en Chile vivimos en la injusticia y la impunidad en relación con los hechos ocurridos hace cinuenta años. Seguimos insistiendo en que se declare culpables a los responsables de estos crímenes. No sólo fueron crímenes en contra de mi padre, sino en contra de cientos de detenidos sin juicio en el Estadio Chile, ahora llamado Estadio Víctor Jara.
Después de una pelea desde la sociedad civil, somos las organizaciones sociales las que hemos logrado algunas cosas en estos cincuenta años. Ahora intentamos que sea un sitio de memoria digno de lo que representa para este país.
–¿Cuál es el objetivo de convertir el estadio en sitio de memoria?
–Queremos que el estadio se transforme en un sitio de memoria donde exista intercambio entre viejos y jóvenes, porque ha aumentado el negacionismo y esa sensación de que lo que se hizo fue algo que benefició a Chile. Esto no puede volver a suceder ni en Chile ni en ningún otro país de Latinoamérica. Como hija de un asesinado político siento que el Estado no ha hecho el trabajo que tiene que hacer: reparar, mirar su historia y reflexionar sobre ella.
Aquí hubo crímenes de lesa humanidad que no prescriben, pero seguimos en debates muy antiguos, seguimos teniendo miradas erradas sobre lo que significan las violaciones a los derechos humanos. [A Amanda se le caen las lágrimas. Es puro coraje.] Perdona, yo soy así, las lágrimas me brotan pero estoy bien. Da mucha rabia tener que vivir cincuenta años con esta tragedia colectiva aún sin justicia.
–¿Qué ha pasado desde que se llama Estadio Víctor Jara?
–El primer hito en el estadio fue Canto Libre. En el año ’91, iniciando la transición a la democracia se hizo un acto que planteamos como un sahumerio: una forma de limpiar ese lugar, llenarlo de vida, de música, de poesía, de teatro, de danza. Desde ese año, la Fundación ha querido realizar más actos de resistencia ahí porque sentimos que es una forma de pelear por la justicia. La víctima no fue solo Vïctor Jara, fueron muchas.
El cuerpo de mi papá se encontró junto al jefe de gendarmes, Littré Quiroga, y muchas otras personas que sufrieron tortura y muerte. De algunas ni se sabe su nombre, son NN; la causa es por todos ellos. Actualmente el estadio está cerrado para actividad masiva, y el Estado lo ha dejado así porque ha sido indolente con la historia de muchas víctimas.
Este trabajo nos ha llenado de frustración por un lado, pero también de alegría. Es maravilloso cómo la música, el arte, atraviesa generaciones, historias, océanos. Viene gente del otro lado del mundo a golpear la puerta del estadio para conocer la historia de mi papá. Los cabros jóvenes que hacen música urbana, interpretan a mi papá.
No puede ser que no haya un sitio de memoria como corresponde, con un museo de sitio donde esté la historia de todas esas personas que pasaron ahí. Me resulta muy impactante el sentimiento negacionista: decir eso ya pasó, miremos hacia el futuro, hacia adelante. La vida no es así, se necesita abrazar la historia.
De chiquitita aprendí que no hay justicia, pero tenemos que vivir de una forma que sea positiva y esperanzadora, tratar de construir y no quedarse en la rabia y en la ira, que es una tentación.
–¿Cómo ves este momento de América Latina y de Chile en particular?
–En Chile conozco un poquito más, siento que la música, la poesía, siempre va a estar al lado de un pueblo creador. Es una forma de expresar que es maravillosa y transversal. Atraviesa muros y está viva, muy vivita y coleando la música chilena. Entre los jóvenes hay un montón de cantautores y cantautoras. Si vas a provincia, está lleno de músicos.
En Chile levantas una piedra y hay poetas, a pesar de nuestra muy mala educación después de dictadura (son cincuenta años que aún no hemos podido recuperar nuestra educación pública) tenemos un alma creativa. Estamos llenos de anhelos y en el arte eso se ve, hay arte en la calle, mucho grafiti, es maravilloso. Me imagino que esto en México debe ser el doble, porque todos quieren ir a México. Todos los chilenos. México es nuestro referente.
–¿Qué tendrá el festival este año?
–Este festival es para la gente más joven que no vivió el golpe, para entregarles la historia, porque eso ilustra también por qué quisieron cortarlo de cuajo. Creo que es superinteresante que las y los cabros jóvenes sepan cuál era esta amenaza. ¿Por qué mataron a ese cantante? Por la fuerza del mensaje que se lleva a través de la canción. Por eso hay que cultivar el arte y la resistencia.
La música es principal, está siempre presente en las poblaciones, en los lugares más precarios. El teatro y la danza son un poquito más difíciles de articular popularmente si no hay políticas públicas. La música siempre va a estar y eso es maravilloso, no sé qué haríamos sin el arte, qué sería este mundo. Seríamos peor aún.
–¿Qué recuerdo tienes de tu padre?
–Tengo hartos recuerdos de casa, de la cosa doméstica, de las vacaciones, de la conversa, de las peleas, de las discusiones, de lo que se podía o no se podía. Yo diría que más que un recuerdo es una sensación de mi papá. Puro calentito, un apapacho, un abrazo.
Me llevaba en brazos todo el rato, hasta que tenía siete años todavía me llevaba en brazos. Así que yo creo que más que nada eso, esa cosa cálida. Con él era todo siempre entretenido, muy entretenido y de risa, playa, canción y todo entremedio. Con él no se pasa nunca mal.
–¿Está presente él en el sentido de esta calidez, de esta entretención que mencionas?
–Mi apá está presente todo el rato. Yo cuando más joven siempre sentía que él era alguna especie de ángel de la guarda que me cuidaba. Yo fui un poquito kamikaze en mi juventud y sobreviví a cosas, digamos. Y siempre sentía que mi papá estaba cerca, siempre. Y la gente te lo devuelve también, por eso está tan presente. Gente joven que recién lo escuchó y que quiere compartir, o gente más vieja que lo conoció. Siempre está.
–¿Cuál es tu arte además de militar por los derechos humanos?
–Yo pinto. Es lo que estudié, lo que he hecho durante muchos años, pero ahora estoy en una pausa un poquito prolongada, por el trabajo de la Fundación y los cuidados de mi mamá que ya tiene noventa y cinco años. Es mucho cuidado, me quita harto. Pero no importa, ya vendrán otras primaveras. Me gusta mucho pintar y algún día podré volver a hacer eso.
–Además del festival, ¿qué actividades hace la Fundación?
–Es bien diverso. Tratamos de hacer cosas con otras organizaciones sociales, no quedarnos en Santiago porque aquí hay un centralismo feroz. Intentamos salir a otros lugares, pero el archivo Víctor Jara es nuestro corazoncito.
Un archivo suena a algo caído en un estante oscuro, pero curiosamente es todo lo contrario. Es algo que se revitaliza todo el tiempo y llegan cosas nuevas y eso hace que se vean otras partes. Está en constante movimiento, siempre hay mucho trabajo. Hay investigadores, escritores, artistas que quieren revisar. Hay donaciones que llegan de distintas partes del mundo. Donde más nos estamos enfocando es en las escuelas. Queremos hacer cápsulas pedagógicas para llevar a distintas partes, porque nos hemos dado cuenta de que en otras partes del mundo también existe esta inquietud, esas ganas de usar la obra de mi padre en cosas escolares, pedagógicas, con niños.
Recibimos un proyecto de fondos estatales concursables, que nos ha permitido llevar el archivo a escuelas y hacer trabajos en relación con una obra musical específica o a la historia, en relación a Víctor y su época, tanto musical, como política. Claro, el Festival Arte y Memoria es la concentración de un montón de trabajo en el año, es el hito grande. Pero para construir eso ha habido harto trabajo, harto tejido, más chiquitito en todos estos meses, previo. Mucho, mucho trabajo.
–¿El trabajo que hacen en escuelas alcanza toda la República de Chile? ¿cómo está dividido ese esfuerzo?
–Buscamos escuelas a las que les pueda interesar este trabajo y hemos recibido mucho interés, de chiquititos hasta jóvenes de dieciséis, dieciocho años. No es un trabajo que vaya con el Ministerio de Educación, sino más bien con el de Cultura. Nosotros buscamos las escuela, dejamos libros y música en la biblioteca de la escuela, y luego ellos vuelven y dicen: tenemos otro grupo y así nos vamos.
Es un trabajo de hormiga. Qué bueno sería que hubiera grandes políticas públicas educacionales, donde la figura de Violeta Parra y la figura de Víctor Jara fueran parte. ¡Qué lindo sería! Esperemos que en algún momento el Estado chileno se de cuenta del peso que hay ahí.
–Y de la posibilidad también.
–Exacto, del peso y de las puertas que eso abre. Cómo se airea el pasado también, que nos hace tanta falta. Hay que seguir barriendo bajo la alfombra, porque hay una amnesia. Yo no sé cómo es México, pero aquí sufrimos de amnesia crónica. La amnesia es terrible, nos olvidamos de lo que pasó el año pasado. Nos olvidamos. Entonces, por eso aquí seguimos.