¡Qué escándalo! Aquí hay fascistas

26-04-2021
Mundo
Público, España
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El viernes 23 de abril mucha gente -demasiada- asistió atónita a la acción fascista contra el candidato de Unidas Podemos a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Pablo Iglesias, de la ídem de Vox Rocío Monasterio. Por supuesto, a los que no somos esa «demasiada gente» y llevamos empachadas de fascistas muchos años, nos soprendió también el gesto del exvicepresidente abandonando el debate, porque hasta ahora, creo que incluso Unidas Podemos ha aguantado demasiado de los fascistas. Conviene  recordar que la casa de Iglesias e Irene Montero lleva asaltada y acosada más de un año por fascistas; que no han podido veranear en Asturias por colegas de esos mismos fascistas; que fueron las cloacas policiales que habitan en esa frontera difusa que comparten fascismo y PP («El Estado es mío») las que crearon dosieres falsos contra Iglesias y su partido, contra los independentistas catalanes y su representación política y social; que las amenazas de muerte las han recibido un exvicepresidente del primer Gobierno progresista de coalición tras el franquismo -cuatro balas, para él, su mujer y sus padres-, un ministro del Interior homosexual y una directora de la Guardia Civil que es la primera mujer al frente de este cuerpo. Todo lo que el fascismo representa estaba en esas cuatro balas: ideología única, homofobia, misoginia e intolerancia. Todo cruelmente calculado.

Público lleva avisando del auge de la extrema derecha mucho antes de que existiera Vox como partido, mucho antes de que consiguiera representación institucional en Andalucía, encima, llegando a un acuerdo de gobierno con el presidente de la Junta, Juanma Moreno, uno de los barones presuntamente moderados del PPLa ultraderecha, la poda de las libertades elementales, no crece si el esqueje no se va regando cada día. En este país, encima, el esqueje nunca llegó a asfixiarse, sino que se le dejó apartado en un invernadero de cinco estrellas, creyendo que así no pasaría la línea roja, aquella en donde se empieza a renegar de derechos humanos y a arruinar convivencias.

España ha vivido 46 años sin restaurar su memoria histórica, tragándose los bulos del franquismo y machacando a las víctimas de la dictadura desde los libros de texto, por inexistentes; ha dado tratamiento de nobles, caballeros y demócratas a auténticos lamedores de botas franquistas, y ha establecido la columna vertebral de su Estado en una institución ungida por Franco y nunca refrendada en casi medio siglo, la Corona.

Y cuando Vox y la sutil y calculada amabilidad de Santiago Abascal o Iván Espinosa de los Monteros se rompen con la agresividad natural del fascismo menguante en Madrid, en pro del trumpismo igualmente antidemocrático (basta con mirar a EE.UU.), y lo hace en la cadena de radio mayoritaria en España durante un debate entre adversarios políticos (que nunca deberían ser enemigos), nos rasgamos las vestiduras. «¡Qué escándalo! Aquí hay fascistas».

Miren, no.

El fascismo ya era fascismo («¡Qué escándalo!») cuando lanzaba los mismos mensajes machistas, homófobos, xenófobos, racistas y aporáfobos desde púlpitos en iglesias y catedrales; cuando lo hacía en manifestaciones encabezadas por cardenales y dirigentes políticos del PP dispuestos a cercenar los derechos de la comunidad LGTBI y de las mujeres. Antes incluso, el fascismo era fascismo cuando irrumpía en las negociaciones de un Gobierno socialista dispuesto a acabar con la sinrazón de una banda terrorista a través de un diálogo legítimo cuando existe un conflicto político antes que otro armado. Pero mucho antes aun, el fascismo era fascismo cuando nos ordenaba aceptar una forma de Estado que en 43 años no ha sido ni cuestionada ni tan siquiera denunciada en su existencia por encima de un Estado de derecho, de una democracia.

El fascismo ya era fascismo («¡Qué escándalo!») cuando nos hacía gracia a los medios y nos daba audiencia con su banderita de España secuestrada y su estética entre rancia y matona. Después vinieron los votos aprovechando la crisis institucional, social y económica, porque la falta de credibilidad de las instituciones es el mejor abono del fascista. Ahí confluían los privilegiados de ese régimen postfranquista situado por encima de la democraica y quienes creen que las instituciones y la representatividad política no son un reflejo de sus propias carencias como sociedad, sino un mal a abatir, la causa de todas las desgracias. «Sin instituciones y políticos, viviremos mejor y más barato», nos dice Monasterio, como si ella se dedicara a la cría de lagartos y percibiera de ahí su sueldo. Ella quiere decir -traduzco lenguaje fascista- que «sin instituciones y políticos» que son y pertenecen a Vox, viviremos mal. Muy mal.

El fascismo (RAE: Doctrina de carácter totalitario y nacionalista de este movimiento [de Mussolini] y otros similares en otros países), su intolerancia, lleva incrustado en España desde la muerte de Franco. Mimado y tratado igual que la democracia, diluido entre demócratas, para no exasperar a la bestia. Estoy segura, y me consta, de que muchos de quienes le acariciaron el lomo estas cuatro décadas lo hicieron con la mejor de las intenciones: amansarla con privilegios sostenidos en el tiempo. Sin embargo, el fascismo no admite medias tintas; o con él o contra él. Quiere poder. Ha llegado el siglo 21 y parece que, al menos, en España se empieza («¡Qué escándalo!») a asumir que el antifascismo es inherente a la democracia misma; que Vox es fascista, y que quienes lo apoyan con su mal llamada equidistancia, también. Estamos hartos de «conformistas incompetentes» cuando lo que necesitamos son «rebeldes competentes». Ahora.

(*) Y no te olvides de votar antifascista.