Matrimonio Igualitario: otro paso hacia un Chile más digno e inclusivo
En estos días, la Comisión de Constitución del Senado avanzó en la tramitación del matrimonio igualitario. Chile da un nuevo paso en su estándar civilizatorio, reconoce la lucha de un colectivo de personas sostenida por largos años, pero, lo más importante, la sociedad y el Estado legitiman a miles de familias, incluyendo a sus hijos, que estaban entre nosotros y que, por prejuicios, ceguera, ignorancia, intolerancias o dogmas, simplemente nos negábamos a reconocer.
Una de las características más sobresalientes de la especie humana es su capacidad creativa, de cambio y adaptación. Solo en las últimas dos décadas hemos vivido un desarrollo científico y una transformación tecnológica sin precedentes. Sin embargo, los mayores progresos de la humanidad están en el ámbito civilizatorio, aun cuando todavía subsistan profundas brechas y condiciones deshumanizadoras. La expansión de la democracia; la consagración internacional de los derechos humanos, partiendo por los derechos civiles y políticos, para luego avanzar en los derechos sociales, económicos y culturales y, posteriormente, en los llamados derechos de tercera generación; junto al reconocimiento y protección universal de la libertad, igualdad y dignidad de las personas, independientemente de su origen, sexo, raza, orientación sexual, género, ideología o religión, son las bases esenciales del actual orden civilizatorio.
Este nuevo orden representa un estándar que todas las sociedades deben alcanzar progresivamente. En este camino, tanto las instituciones como las personas han ido evolucionando y experimentando transformaciones. Este proceso debe ser enfrentado con mente abierta, libre de preconceptos, con una visión no reduccionista, asumiendo la complejidad, y poniendo al centro el entendimiento y comprensión de lo humano, como lo planteó Humberto Maturana.
La familia es una de las instituciones cuya integración y reconocimiento estatal más ha variado con el paso del tiempo. Inicialmente se impuso un modelo tradicional de familia (nuclear), integrada por un hombre y una mujer, unidos por el matrimonio y con hijos, donde el padre cumple roles de proveedor y la madre ejerce labores de cuidado. La fuerza de los hechos ha llevado al Estado a avanzar en el reconocimiento de otras formas de familias, como las encabezadas por mujeres jefas de hogar, a cargo de sus hijos y nietos (monoparentales), familias compuestas solo por parejas (heterosexuales u homosexuales), familias unipersonales, y también las familias homoparentales, donde existe una pareja homosexual con hijos, que ejercen la comaternidad o la copaternidad.
Antigua Roma como el vínculo entre un hombre y una mujer, en la actual sociedad occidental esta institución cambió y, hoy, el matrimonio es la unión entre dos personas, independientemente del sexo de estas. La igual dignidad y derechos de todas las personas, independientemente de su sexo, género u orientación sexual, y la libertad para definir sus propios planes de vida, son los derechos fundamentales que el Estado debe garantizar y, en virtud de ello, no existen fundamentos legítimos que justifiquen la discriminación en el acceso al derecho civil al matrimonio para las personas del mismo sexo.
Tradicionalmente el matrimonio heterosexual fue considerado la base de la familia, sin embargo, la fuerza de la realidad ha superado este presupuesto. El matrimonio es una institución romana vinculada en sus orígenes a la legitimidad de la maternidad. Luego, tuvo fines ceremoniales, sacramentales, patrimoniales, geopolíticos y contractuales. En la actualidad, el matrimonio es una institución social y jurídica, en la que el Estado reconoce el vínculo entre dos personas que han decidido libre y voluntariamente construir un plan de vida común y una familia. El matrimonio, más allá de sus implicancias patrimoniales, es un símbolo que confiere reconocimiento y legitimidad social a una pareja.
Las instituciones son “construcciones humanas” y están exclusivamente al servicio de las personas. Si las instituciones no se adaptan a los nuevos contextos, están condenadas a desaparecer.
Si bien el matrimonio surgió en la Antigua Roma como el vínculo entre un hombre y una mujer, en la actual sociedad occidental esta institución cambió y, hoy, el matrimonio es la unión entre dos personas, independientemente del sexo de estas. La igual dignidad y derechos de todas las personas, independientemente de su sexo, género u orientación sexual, y la libertad para definir sus propios planes de vida, son los derechos fundamentales que el Estado debe garantizar y, en virtud de ello, no existen fundamentos legítimos que justifiquen la discriminación en el acceso al derecho civil al matrimonio para las personas del mismo sexo.
En estos días, la Comisión de Constitución del Senado avanzó en la tramitación del matrimonio igualitario. Chile da un nuevo paso en su estándar civilizatorio, reconoce la lucha de un colectivo de personas sostenida por largos años, pero, lo más importante, la sociedad y el Estado legitiman a miles de familias, incluyendo a sus hijos, que estaban entre nosotros y que, por prejuicios, ceguera, ignorancia, intolerancias o dogmas, simplemente nos negábamos a reconocer.