Los diez retos de China en el año nuevo del Tigre
El Año del Tigre asoma en el calendario lunar chino y son muchas las miradas que concita ya su densa agenda.
El primer reto es, sin duda, la celebración exitosa de los Juegos Olímpicos de Invierno. Nadie pone en cuestión la capacidad organizativa o ceremonial de las autoridades chinas, cuya excelencia se ha acreditado en numerosas ocasiones.
En esta oportunidad, sin embargo, deben enfrentar el peligro de un rebrote pandémico, lo cual exigirá una gestión minuciosa que acaparará las escrupulosas observaciones que, a buen seguro, se harán desde el exterior. Y habrá que calibrar también el alcance del «boicot diplomático» promovido por EEUU que, a día de hoy, se anticipa, en general, desigual.
En segundo lugar, el desarrollo de la política de «tolerancia cero» contra la pandemia y su tridente de rastreos severos, confinamientos estrictos y restricciones en los desplazamientos supone un esfuerzo ingente. Las cifras, por más que se infunda desconfianza respecto a su fiabilidad, se antojan contundentes en cuanto a número de contagiados y de muertos si las contrastamos con las ofrecidas por otros países. Frente al impacto negativo en la producción, el consumo, el turismo o el suministro de bienes y servicios, la primacía de la salud y la vida ofrece un balance rotundo. Desde el inicio de la pandemia, poco más de 100,000 personas fueron infectadas y menos de 5,000 han fallecido. Y con estos números, la economía creció en 2021 un 8,1 por ciento. No es previsible un aflojamiento.
Tercero, la gestión de la economía. No será un año fácil. El temor a los rebrotes y el complicado entorno exterior, con retos estructurales preocupantes (desde la demografía a la baja a las dificultades del sector inmobiliario, sin ir más lejos) con contracción de la demanda y aflojamiento de las expectativas generales, sugieren un escenario de notable complejidad. En el haber, cabe destacar los logros alcanzados en la transición hacia un nuevo modelo de desarrollo con la transformación tecnológica avanzando a buen ritmo o el relativo fracaso tanto de la guerra comercial como de los envites al desacoplamiento.
Cuarto, el XX Congreso del PCCh en otoño vaticina un año de gran relevancia política, especialmente por cuanto debe sellar, una década después de su elección, la continuidad de Xi Jinping, un hecho anómalo de atenernos a los cánones del denguismo. Ese cambio de escenario sugiere que el cónclave puede no estar exento de tensiones.
Quinto, el mantenimiento de la confianza social y política en un contexto de adversidad y dificultad como el actual, constituye un desafío añadido. Según el Edelman Trust Barometer, la confianza de los chinos en sus autoridades ha llegado al 83%. En comparación con 2020, ha crecido 11 puntos porcentuales mientras registra una continua caída en los gobiernos liberales occidentales (43% en EEUU). Ello ofrece una holgura significativa al PCCh, que intentará mantener con su discurso de integridad moral e intervencionismo a ultranza a favor de la estabilidad y la «prosperidad común».
Sexto, la situación en Hong Kong se ha «estabilizado» tras la aprobación de la Ley de Seguridad Nacional el año pasado. Toca elegir nuevo líder de la región. Podría repetir Carrie Lam, fiel a las políticas del gobierno central. La continuidad política, en cualquier caso, está garantizada y solo cabe esperar un endurecimiento de los controles de todo tipo con un aseguramiento paralelo del comportamiento «patriótico» de las instituciones. Hong Kong seguirá atado muy en corto.
Séptimo, Taiwán vivirá unas importantes elecciones locales que pueden afianzar el liderazgo secesionista (del PDP), debilitar a los partidarios de la unificación (KMT) y alejar un poco más a la isla del continente. La creciente implicación exterior en las tensiones a través del Estrecho y lo controvertido de las iniciativas del PCCh pueden derivar en crisis puntuales de relativa gravedad.
Octavo, a 50 años de la firma del Comunicado de Shanghái, en las relaciones con EEUU no cabe esperar grandes cambios, al menos en sentido positivo. La «doctrina Biden» tiene como núcleo esencial la competencia estratégica con China. La margarita de la guerra fría seguirá deshojándose mientras Beijing optará por socavar cuanto y donde pueda la influencia estadounidense con el recurso preferente a su capacidad de proyección económica.
Noveno, el empeoramiento de las relaciones con la UE y también con Japón es una posibilidad bien verosímil. Según un reciente estudio del Pew Research de 17 economías avanzadas, en solo dos (Singapur y Grecia) se considera a China más favorablemente que a EEUU. La imagen de China en buena parte de los países desarrollados se ha resentido notablemente, especialmente desde 2020. Los cambios de gobierno en países principales (Alemania) y el incremento de las tensiones de todo signo auguran altibajos en los vínculos diplomáticos.
Por último, la expectativa de un repunte de los BRICS, cuya presidencia rotatoria asume China este año, a la espera de que Brasil celebre en octubre unas elecciones cruciales, podría contribuir a minorar los daños en la política exterior. Sin embargo, la desconfianza india seguirá lastrando la operatividad de este foro en su día llamado a ser expresión de la multipolaridad emergente. La «no alianza» con Rusia debe afianzarse, también en el marco de la Organización de Cooperación de Shanghái.