Liz Truss y el triunfo de la mediocridad
Los conversos son los peores. Liz Truss había hecho campaña por el ‘Remain’ en el referéndum de 2016 para que Reino Unido continuara en la Unión Europea. Al ganar en las urnas los partidarios de la salida, la entonces ministra de Medio Ambiente reorientó rápidamente su carrera política, y no fue la única. Varios pesos pesados de los tories que habían apoyado continuar en la UE tuvieron que retirarse o quedarse en segundo plano. Los ‘brexiteers’ más radicales y los que como Truss supieron adaptarse a los nuevos tiempos dieron un paso al frente. Una generación de ineptos comandada por Boris Johnson había tomado el poder en el Partido Conservador.
El periodo de convulsión permanente que ha vivido la política en Reino Unido desde 2016 ha tenido un desenlace que puede ser calificado de muchas maneras, pero no como sorprendente. Theresa May y Boris Johnson sufrieron todo tipo de crisis, aunque de ese ejemplo de incompetencia también salió una clara victoria en las elecciones de diciembre de 2019. Ambos terminaron pereciendo de forma prematura víctimas de sus propios errores y de las luchas internas de los tories.
Al final, el caos creó el producto que resumía esos seis años de confusión. De la misma forma horrible con que a veces nacen las criaturas en las películas de extraterrestres, surgió Liz Truss. El resultado, sin embargo, no fue un depredador letal, sino una política mediocre y mala comunicadora que acabó comparada con una lechuga que supuestamente iba a sobrevivir más tiempo que ella en el poder. Y así ocurrió.
Como decía una cómica en Twitter, “incluso su discurso de dimisión ha sido aburrido”.
Al presentar su renuncia a los 44 días de llegar a Downing Street, Truss batió un récord y pasó a ser la jefa de Gobierno más breve de la historia de su país. El anterior poseedor del registro era George Canning, primer ministro durante 119 días. En el caso de Canning, no se le puede achacar errores graves. Falleció de tuberculosis en 1827.
En principio, Truss, de 47 años, no carecía de experiencia política. Diputada desde 2010, llegó al Gobierno cuatro años después, y no como viceministra. Entró como ministra de Medio Ambiente y luego ocupó las carteras de Justicia, Presupuestos, Comercio Exterior y finalmente Asuntos Exteriores, todas ellas importantes por distintas razones. Nunca se supo de ninguna gran iniciativa asociada a su mandato en esos departamentos y nunca pasó más de dos años en esos puestos.
Su trayectoria en Comercio Exterior fue reveladora. En primer lugar, era una forma de quitarse de encima la etiqueta de partidaria de la UE. Su misión era hacer posible una de las fantasías del Brexit, conseguir cuanto antes la firma de acuerdos de libre comercio con las mayores economías del mundo que sustituyeran a la gigantesca relación comercial anterior con la Unión Europea.
Esos acuerdos pueden llegar a tener miles de páginas –el firmado a finales de 2020 con la ciudad-estado de Singapur tiene más de 2.000– y son extremadamente complejos. Para los tories partidarios de Brexit, iba a ser tan fácil como coger un avión y presentarse en cualquier país dispuesto a escuchar ofertas.
Era imposible que Truss pudiera conseguir algo así y lo mismo se hubiera dicho con otro ministro en esa cartera. Pero la parte del avión sí la adoptó. Como forma de elevar su perfil público, hizo varios viajes con los escasos resultados previsibles, sólo algunos acuerdos de impacto reducido y que lograron enfadar a los agricultores británicos. Eso no impidió que sus cuentas de Twitter e Instagram reflejaran su intensa actividad con resultados bastante mejorables.
En 2019, viajó a Australia, Nueva Zelanda y Japón. En la etapa australiana, se hizo unas fotografías en Sydney con un paraguas con la bandera británica sobre una bicicleta y el célebre edificio de la ópera al fondo en un día lluvioso. En un tuit, Truss hacía publicidad de una empresa británica con vistas a la exportación de su producto a ese país. Una ministra haciendo horas extra como vendedora de bicis resultaba un poco ridículo. Para este tipo de imágenes en los tres países, su Ministerio contrató a un fotógrafo profesional con un presupuesto de 1.483 libras.
Boris Johnson la puso al frente del Foreign Office en la remodelación de 2021. En ese momento, ya se había hecho un nombre en el ala derecha del partido. Las crisis constantes del Gabinete de Johnson estaban destrozando la reputación de tantos diputados de esa corriente –la que sostiene que no hay situación económica que no se pueda enderezar bajando impuestos– que por momentos parecían tener una esperanza de vida inferior a la existente en las trincheras en la Primera Guerra Mundial. En ese momento, Truss ya era una candidata potencial a la sucesión de Boris Johnson. El Foreign Office había sido antes el trampolín que ha dado el impulso definitivo a futuros primeros ministros. Ella lo sabía y optó por hacer una apuesta mayor por su imagen.
Los medios de comunicación se dieron cuenta de que estaba repitiendo imágenes de Margaret Thatcher. Ya habían visto que se ponía blusas similares a las de la ex primera ministra. El momento en que ya no quedó ninguna duda se produjo en un viaje a Estonia en noviembre de 2021. La visita era para reunirse con otros ministros de Exteriores con los que discutir sobre la amenaza rusa. Su equipo contaba también con otros ideas, con imágenes que resultaran más directas que subirse a una bicicleta.
Inspirados en una conocida foto de Thatcher subida a un tanque, llevaron a la ministra a una base de tropas británicas, le pusieron un chaleco antibalas que no necesitaba y ya tenían una imagen thatcheriana. Una Dama de Hierro para el siglo XXI. No era necesario ser muy sutil.
Un exministro conservador contó a un periodista que la candidatura de Truss al liderazgo del partido “consiste en decir la palabra ‘libertad’ tantas veces como sea posible y parecerse a Margaret Thatcher tanto como sea posible”.
Las primarias tories para suceder a Johnson reunieron a ocho candidatos en varias votaciones del grupo parlamentario tory. En la primera votación, Truss obtuvo 50 votos sobre un total de 357 votos emitidos. No es que fuera la favorita, aunque comenzó en tercera posición. Los dos ganadores se iban a enfrentar en una consulta a la que estaban convocados los militantes del partido.
En la última votación, consiguió situarse la segunda por detrás de Rishi Sunak con 113 votos. Es decir, le votaron menos de una tercera parte de los diputados tories. 81.326 votos de los militantes la ascendieron a primera ministra.
La falta de un apoyo más amplio y la complicada coyuntura económica podrían haberle hecho más cautelosa. Prefirió jugárselo todo al negro con rebajas fiscales masivas sin recortes del gasto público y adelantando que se financiaría con más deuda. Inevitablemente los bonos británicos se hundieron en los mercados, así como la libra esterlina.
La fiabilidad de su política económica siempre ha sido el principal argumento de los tories en las campañas electorales. Truss se lo cargó en poco más de dos semanas. Primero provocó una catástrofe financiera –conjurada a medias por el Banco de Inglaterra– luego tuvo que cesar al responsable de la política económica de su Gobierno, perdió en el camino a la ministra de Interior y en el último momento se vio obligada a entregar su cabeza en medio del ridículo general.
Sustituyó la capacidad de comunicar sus ideas –era terriblemente poco convincente en las entrevistas– con la arrogancia y la fortaleza en las convicciones que ella asociaba con Thatcher.
“Soy una luchadora. No soy alguien que se rinde”, dijo desafiante el miércoles en la Cámara de los Comunes para responder a los ataques del líder laborista, Keir Starmer. Veinticuatro horas después, se rindió.
Truss sólo era una mala imitación de una figura política del pasado. Un producto falsificado comprado en el mercadillo callejero al que se asemejan ahora los conservadores británicos. Cinco primeros ministros en poco más de seis años (contando al que se nombrará en unos días). Sólo un país en decadencia podía ofrecer una jefa de Gobierno como Truss.