Israel quiere cambiar la faz de Oriente Medio con intrusión en Siria, guerras en Líbano y Gaza, y cerco a Irán
Da igual que la comunidad internacional tenga su mirada en Siria y cruce los dedos para que termine la guerra civil que asola este país desde 2011 sin que se desate un conflicto aún mayor.
Israel está decidido a desarmar al nuevo Estado sirio que surja de la caída del dictador Bachar al Asad, con la destrucción de la capacidad militar de este país. Y al tiempo que alimenta la guerra en Siria, Israel cierra el puño sobre el Líbano, para asfixiar a Hizbulá, y persiste en sus matanzas en Gaza, con nuevos crímenes de guerra contra la población civil.
De poco sirvieron este jueves las palabras de la alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas, y de los jefes de las diplomacias de Alemania, España, Francia, Italia, Polonia y Reino Unido a favor de «la preservación de la integridad territorial de Siria y de su independencia».
La hoja de ruta del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ya está trazada y pasa por la conformación de un nuevo Israel sobre las ruinas de los territorios palestinos —con buena parte de su Gobierno partidario de la anexión y colonización judía de Gaza y Cisjordania—, y por el blindaje de sus fronteras mediante la anexión de franjas de seguridad en el Líbano y Siria, sin importarle las denuncias internacionales.
La última fase de ese plan, y no la menos importante, pasa por la anulación de la influencia en Oriente Medio del Irán de los ayatolás, ya muy dañada por la erradicación de sus aliados en Siria, con la caída de Al Asad, y en Gaza, con el aplastamiento de las milicias palestinas de Hamás, mientras en el Líbano se mantiene la ofensiva contra Hizbulá, la mano derecha de Teherán en la región.
El líder supremo iraní, Alí Jameneí, llegó a acusar este miércoles a Israel y a Estados Unidos de ser los «principales conspiradores» contra el régimen dictatorial de Al Asad y de orquestar su caída.
También responsabilizó a Turquía, aún sin citarla directamente, de jugar «un papel obvio» en los acontecimientos que llevaron finalmente a la toma de Damasco el pasado domingo por una amalgama de fuerzas insurrectas lideradas por el movimiento islamista radical Hayat Tahrir al Sham.
EEUU, el titiritero de la tragedia siria; Israel, el matarife
Rusia, junto a Irán, fue el principal valedor de Al Asad, a quien evacuó a Moscú, y ahora intenta no perder su presencia militar en las bases de Tartús y Lakatia. Este jueves, el Kremlin acusó a EEUU de ser «el titiritero» que movió los hilos para el derrocamiento del dictador sirio.
Pero si los movimientos de EEUU y Turquía son entre bambalinas, Israel no tiene problema alguno para mostrar abiertamente su poderío con el bombardeo de las instalaciones del Ejército sirio y acercando sus tanques a menos de 30 kilómetros de Damasco, tras ocupar una franja de 300 kilómetros cuadrados junto a la frontera israelí.
«Estamos cambiando la faz de Oriente Medio», reconoció esta semana Netanyahu, ya sin tapujo alguno para ocultar la «guerra total» en la que está inmerso Israel.
Cazas de Israel sobrevolando Damasco
Desde la caída de Damasco en manos de los islamistas el 8 de diciembre y cuando días después se formaba en esa capital un gobierno de transición encabezado por Mohamed al Bashir, las primeras reuniones del nuevo Ejecutivo sirio se celebraron bajo el rugido de los aviones israelíes sobrevolando Damasco y bombardeando sus inmediaciones.
Antes de ser evacuado por los rusos, Al Asad ordenó la disolución del Ejército. Quedaban intactos los silos de misiles, los sistemas antiaéreos, supuestos almacenes de armas químicas, centenares de tanques y sistemas de artillería, así como otros equipos militares que habrían servido para dotar al ejército del nuevo Estado sirio.
Inmediatamente, Israel se dedicó con ahínco a la destrucción de «la mayoría de los arsenales de armas estratégicas de Siria» para «impedir que cayeran en manos de elementos terroristas», tal y como indicó el propio Ejército israelí. Además de las citadas instalaciones, los aviones israelíes hundieron la mayor parte de la flota siria y destruyeron las fábricas de armas en Damasco, Homs, Tartús, Latakia y Palmira.
Y tanques israelís a 30 kilómetros de la capital siria
El mismo domingo, las fuerzas israelíes sobrepasaron la zona desmilitarizada entre Siria e Israel, ocuparon una nueva franja de varias decenas de kilómetros de profundidad en territorio sirio, junto a los Altos del Golán ya anexionados por Israel, y movieron sus carros de combate hasta las cercanías de Damasco, a menos de 30 kilómetros de esta ciudad.
Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, los ataques israelíes de este jueves en las inmediaciones de Damasco afectaron al helipuerto de Aqraba, al suroeste de la capital. Desde la defenestración de Al Asad, la aviación israelí ha participado en medio millar de operaciones militares contra territorio sirio, 350 de ellas aéreas.
En esta situación, pocos se creen ya las afirmaciones del estado mayor israelí de que la intervención en Siria es «limitada y temporal». Los encarnizados combates que en el norte del país tienen lugar entre fuerzas kurdas subvencionadas por EEUU y los rebeldes apoyados por Turquía resaltan el avispero en que se ha convertido Siria, la injerencia de potencias regionales y la necesidad de Israel de afianzarse en sus posiciones aprovechando el caos desencadenado por la caída de Al Asad.
Siria, tercera fase de las guerras de Gaza y el Líbano
La justificación de Israel de atacar Siria para impedir que las armas de Al Asad caigan en manos de los «terroristas» o que las operaciones militares en ese país tengan un plazo limitado no es muy creíble si se tiene en cuenta lo que ocurre en estos momentos en el Líbano y Gaza.
En Líbano, el alto el fuego que rige entre Israel y Hizbulá desde el 27 de noviembre no ha impedido que el Ejército hebreo ataque los depósitos de armas de las milicias proiraníes y dificulte, con sus bombardeos, el despliegue de unidades libanesas que debían reemplazar a las tropas israelíes.
La retirada israelí del Líbano es improbable. La invasión que lanzó el ejército hebreo el 1 de octubre tenía como objetivo no solo la destrucción de las fuerzas de Hizbulá en la zona, sino la creación de un área de contención de futuros ataques de la milicia chií, aunque ello conlleve la ocupación permanente de esa franja.
El pretexto de Israel para atacar a Hizbulá en el Líbano fue el apoyo proporcionado al grupo palestino Hamás por ese movimiento chií, al que respalda Irán y que también cerró filas con el régimen de Bachar al Asad.
Al producirse la ofensiva israelí contra Gaza para castigar la incursión de Hamás en Israel del 7 de octubre de 2023, que asesinó a 1.200 personas y secuestro a 251, Hizbulá se alineó junto a la formación palestina.
Aunque los centenares de cohetes lanzados por Hizbulá en el norte de Israel no hicieron demasiada mella, Netanyahu decidió ordenar la invasión del Líbano para combatir allí al grupo proiraní y asegurarse el control del sur de ese país.
Si en el Líbano la guerra desatada por Israel ha causado 4.000 muertos desde el 7 de octubre de 2023, la mayor parte cuando empezaron los bombardeos masivos a fines del pasado septiembre y durante la invasión, la cifra de víctimas en Gaza es espeluznante.
Más de 44.800 palestinos han sido asesinados en un auténtico genocidio, (reconocido así por la ONU) la mayor parte mujeres y niños muertos en el bombardeo de edificios residenciales, campos de refugiados, columnas de desplazados, hospitales y escuelas donde se alojaban los civiles.
El 90% de los 2,3 millones de palestinos que habitaban Gaza antes de que Netanyahu acometiera su venganza han tenido que abandonar sus hogares y están sometidos a la falta de agua, alimentos, medicinas e higiene derivadas de la invasión israelí.
Medio centenar de asesinados en dos días en Gaza
En la madrugada de este jueves se produjeron las dos últimas matanzas en la Franja por las bombas del Ejército israelí. Una de las masacres causó 13 muertos en el ataque a un convoy que repartía ayuda humanitaria en la zona de Rafah, en el sur de Gaza. La otra matanza acabó con la vida de 15 personas cuando bombas israelíes destruyeron una vivienda donde se refugiaban desplazados palestinos en el oeste del campamento de Nuseirat, en el centro de Gaza.
El miércoles habían muerto otros 22 palestinos, miembros de una misma familia, en otro bombardeo israelí en Beit Lahia, norte de la Franja.
Ese mismo día, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó por una mayoría aplastante (158 votos a favor y 9 en contra) una resolución a favor de un alto el fuego en Gaza. Esta propuesta no es, sin embargo, vinculante. Tampoco hubiera significado mucho que la hubiera aprobado el Consejo de Seguridad de la ONU, pues Israel ha desoído todos los mandatos para acatar el alto el fuego.
Netanyahu no quiere una tregua
El único acuerdo de alto el fuego logrado hasta ahora entre Hamás e Israel tuvo lugar en noviembre de 2023. En esa pausa de una semana, fueron liberados 105 de los 251 rehenes israelíes a cambio de 240 prisioneros palestinos. Actualmente quedan 96 cautivos en Gaza, de los que 34 pueden estar muertos.
Aunque se está negociando otra tregua, no hay mucha confianza en Netanyahu. Su supervivencia política depende de la guerra de Gaza y los conflictos abiertos en Líbano y Siria.
Además, los rehenes son el pretexto del extremismo gobernante en Israel para continuar la masacre de Gaza, cuyo objetivo, reconocido por los propios radicales judíos es erradicar a los palestinos de la Franja y de Cisjordania para, más tarde o más temprano, anexionar los territorios palestinos a ese Gran Israel en ciernes.
Periodista y analista para Público en temas internacionales. Es especialista universitario en Servicios de Inteligencia e Historia Militar. Ha sido corresponsal de la Agencia EFE en Rusia, Japón, Corea del Sur y Uruguay, profesor universitario y cooperante en Bolivia, y analista periodístico en Cuba. Habla inglés y ruso con fluidez. Es autor de un libro de viajes y folclore.