El lento nacimiento de un nuevo mundo
Cuatro importantes reuniones multilaterales tuvieron lugar hace poco. En conjunto, pusieron de manifiesto la creciente fragilidad del poder occidental, lo ficticio del “orden internacional basado en normas” diseñado para sostenerlo y la ceguera de sus arquitectos ante el sistema que poco a poco les está desalojando de sus lugares en la cima.
En Washington, D.C., el Grupo Banco Mundial celebró sus reuniones anuales del 25 al 27 de octubre. El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional —resentidos en todo el mundo por imponer la austeridad, mantener a los países sumidos en la deuda y favorecer anti democráticamente a los Estados Unidos y sus subordinados— intentan redefinirse.
Sin embargo, como todos los ejercicios en relaciones públicas, los cambios son en gran medida retóricos. En su discurso inaugural, Kristalina Georgieva, Directora General del FMI, dijo a los delegados reunidos que “los países deben reaprender cómo trabajar juntos” y que el FMI “jugará un papel vital” en una “reactivación de la cooperación”.
Esas palabras sonaron vacías para docenas de países sumidos en la crisis de la deuda, en especial cuando en 2023 los países pagaron más servicios de deudas de lo que recibieron en nueva financiación externa.
El anuncio estrella del Fondo para el Sur Global fue un cambio de política que podría ahorrar colectivamente a los países del Sur unos míseros 1.200 millones de dólares anuales.
En lugar de suprimir la política depredadora de cobrar a los países deudores tasas adicionales cuando se encuentran bajo coacción, se limitó a recortarlas. Según fuentes internas, los Estados Unidos, que controlan de hecho el FMI a través de su estructura de gobierno antidemocrática, bloquearon nuevas reformas.
Mientras tanto, representantes de alto rango de 36 países, entre ellos Palestina, viajaron a Kazán, capital de la República de Tatarstán en la Federación Rusa, para asistir a la cumbre más importante de los BRICS hasta la fecha.
El bloque BRICS, formado originalmente solo por Brasil, Rusia, India y China, a los que se unió Sudáfrica en 2010, abarca más de la mitad de la población mundial. Y sigue creciendo.
El año pasado, Egipto, Etiopía, Irán y Emiratos Árabes Unidos se incorporaron como miembros, mientras que Arabia Saudí se quedó a las puertas. Este año, Argelia, Bielorrusia, Bolivia, Cuba, Indonesia, Kazajstán, Malasia, Nigeria, Tailandia, Turquía, Uganda, Uzbekistán y Vietnam se incorporaron como Estados socios.
China es ya el mayor acreedor bilateral del mundo y los países BRICS representan ya una parte mayor del PIB mundial (en paridad de poder adquisitivo) que el G7. Pero los miembros del BRICS aspiran a ser más que la suma de sus partes. En Kazán, comenzaron a esbozar los contornos de un sistema internacional verdaderamente alternativo.
Entre las propuestas más ambiciosas debatidas y aprobadas en principio en la Cumbre se encontraban los planes detallados para un sistema de compensación y depósito de los BRICS que eludiría el sistema del dólar controlado por Estados Unidos, permitiendo a los Estados comerciar en sus monedas nacionales.
Si tiene éxito, podría ser una medida innovadora para las naciones cuya dependencia del dólar estadounidense las expone al chantaje. Hay muchos ejemplos de la injusticia de ese sistema.
Hace sólo unos años, cuando el Parlamento iraquí votó abrumadoramente a favor de expulsar a las tropas estadounidenses del país, se vio obligado a dar marcha atrás después de que el gobierno estadounidense amenazara con cortar su acceso al dólar.
El potencial de ruptura con el orden imperialista es la razón por la que los resultados de Kazán fueron acogidos con entusiasmo en todo el Sur Global.
En respuesta, las élites occidentales repitieron el mismo libro de jugadas de “palabras-no-acciones” que Georgieva desplegó en el FMI. Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, declaró a los periodistas que la lección que había aprendido de la participación de tantos Estados en los BRICS era que la UE debía dejar de “sermonear” a los países en desarrollo.
La lección refleja la miopía cada vez mayor de Occidente. De hecho, los Estados del Sur están menos interesados en esquivar los sermones de Occidente que en buscar soluciones materiales a las injusticias seculares a las que se han enfrentado a manos de las potencias occidentales.
A más de 16.000 kilómetros de la rueda de prensa de Michel, el Reino Unido actuó de la misma manera cuando los Jefes de Gobierno de la Commonwealth se reunieron esta semana en Samoa, una nación insular de la Polinesia.
La Commonwealth es un club de 56 Estados miembros y un vestigio del colonialismo británico que hace muy poco. A juzgar por la presencia del nuevo primer ministro Keir Starmer y del rey Carlos en el Pacífico, el Estado británico cree que puede movilizar al bloque en la lucha geopolítica de Gran Bretaña —en nombre de EEUU— contra China, Rusia y otros enemigos oficiales.
Sin embargo, en lugar de unirse a la bandera británica, los líderes de Sudáfrica e India optaron por estar en Kazán. Y a pesar del intento de Starmer de bloquear los debates sobre las reparaciones por la esclavitud y el colonialismo, las antiguas colonias británicas forzaron su inclusión en la agenda y en el comunicado final, aunque de forma suavizada.
La línea oficial del Reino Unido es que comprende la “fuerza del sentimiento” sobre la justicia reparadora por los crímenes imperiales pero que prefiere mirar “hacia delante, no hacia atrás” —incluso mientras sigue aferrándose a un sistema de dominación imperial que hace tiempo que venció, más notoriamente al respaldar el genocidio colonial en Gaza.
La cuarta de las reuniones tuvo lugar en Cali, Colombia, donde las naciones se reúnen para la cumbre de la ONU sobre biodiversidad COP16. La semana pasada, un nuevo informe de la ONU afirmaba que el mundo va camino de alcanzar más de tres grados centígrados de calentamiento si se mantienen las políticas actuales.
Ese nivel de calentamiento supera con creces los 1,5 grados acordados en París en 2015, en el momento de mayor fe en la capacidad del actual sistema multilateral para hacer algo de provecho. 2023 fue un año de temperaturas récord, emisiones y pérdida de biodiversidad. Pero, en Cali, una vez más vemos la cruda brecha entre las ambiciones del Sur y la inacción del Norte.
El gobierno anfitrión, dirigido por el presidente ecosocialista Gustavo Petro, ha situado a las comunidades indígenas de Colombia en el centro de la cumbre. Defiende un mayor papel de los indígenas en la protección de los ricos ecosistemas del país.
La semana pasada, el Ministerio de Medio Ambiente anunció que creará organismos ambientales dirigidos por indígenas.
Pero este bienvenido y necesario cambio de poder dentro de un Estado no se refleja a nivel mundial. Esta cumbre es la primera desde el acuerdo de 2022 para que todos los Estados miembros de la ONU elaboraran planes de acción para la naturaleza y para que los países ricos entregaran 20.000 millones de dólares anuales a las naciones en desarrollo para proteger la naturaleza. Los fondos no han llegado y sólo alrededor del 10 % de los países han publicado sus planes.
El actual orden multilateral, construido por el poder estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial cuando gran parte del mundo aún estaba formalmente colonizado, está llevando a la humanidad al borde de un precipicio.
Desde el colapso climático a la violencia indirecta, pasando por la enorme desigualdad mundial y el genocidio, no puede responder a las necesidades de la mayoría de la población mundial. Y así, este orden está empezando a marchitarse mientras uno nuevo emerge cautelosamente para ocupar su lugar.
En solidaridad,
El Secretariado de la Internacional Progresista
Boletín No. 41. 02 de noviembre de 2024.