Carta desde Colombia sobre el paro nacional
Carta de Víctor de Currea-Lugo, médico de la Universidad Nacional de Colombia, Máster en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Salamanca y PhD de la Universidad Complutense de Madrid, con la tesis “La salud como derecho humano”.
Llevo tiempo sin escribirte, pero necesito un favor urgente: que te enteres de lo que está pasando en mi país, Colombia, y que le cuentes a tus vecinos. No sé para qué pueda servir, pero, por favor, hazlo. Es sobre el paro nacional.
Aquí, en este lado del mar, todos los números malos se han disparado. Hay 21 millones de pobres; la pandemia ha sido atendida de la peor manera; y la paz, esa que tú apoyaste, se encuentra herida de muerte, de hecho, más de 270 de los firmantes han sido asesinados.
Los temas de ese acuerdo incumplido siguen siendo nuestro dolor de cada día: la política agraria, la falta de participación política, la violencia contra millones de personas, la ausencia de justicia social y el narcotráfico, que es por lo que más nos conocen allá afuera y lo que alimenta una clase corrupta que se mantiene en el poder.
Creo que te acuerdas, Colombia lleva décadas de guerra, es uno de los conflictos armados más largo del mundo. Aquí han matado mucha gente, cientos de miles, además han desplazado a varios millones y hasta han asesinado a civiles para hacerlos pasar por guerrilleros, de estos últimos hubo por lo menos 6.402 durante el Gobierno de Uribe ¡6.402!
Los números más moderados hablan de más de 85 mil desaparecidos; es decir, si sumáramos las más crueles dictaduras de Chile, Uruguay, Brasil y Argentina les ganaríamos en número y en nivel de sevicia.
La pandemia no sirvió para unirnos. Aquí, como en otras partes del mundo, los ricos son más ricos y los pobres son más pobres. El sistema de salud no puede ofrecer justicia porque su lógica es la del mercado.
Imagínate que en noviembre de 2019 salimos a la calle contra el Gobierno actual y quedaron al menos tres muertos, cientos de heridos y mucho dolor, pero nos despertamos como país. El optimismo, los cacerolazos, la creatividad, la música, la protesta, nos llevaron a realizar entonces un paro nacional para decirle NO MÁS a un Gobierno que establecía más medidas económicas contra los pobres.
Que yo recuerde, nunca en Colombia habíamos hecho un cacerolazo nacional, ni una protesta con tanta gente saliendo a las calles, pero luego vinieron las navidades, un compás de espera y finalmente llegó la covid-19.
Desde 2019: de paro en paro
La pandemia mostró lo peor del Gobierno: abusos policiales, falta de ayudas económicas para la gente pobre, priorización de apoyo a los bancos, trabas para acceder a los servicios de salud y una gran cantidad de dolores en los barrios más pobres de muchas ciudades.
La gente empezó a sacar trapos rojos a sus ventanas, para indicar que ya estaba sin alimentos y, en medio de semejante drama, la policía mató a golpes a un abogado en Bogotá. Este suceso sirvió como detonante de un estallido social.
Te cuento que entre el 9 y 10 de septiembre de 2020, la gente quemó docenas de estaciones de policía (que aquí llamamos CAI) y no fue en un plan de vandalismo ni una acción de guerrilla urbana. Era la gente cansada de abusos, maltratos e irrespetos por parte de la policía, que a su vez simbolizan los abusos, maltratos e irrespetos de las elites para con la gente pobre. En esos hechos hubo 13 muertos y más de 400 heridos.
Ahora, el pasado 28 de abril de 2021, volvimos a las calles porque el Gobierno ha tratado de meternos una tercera reforma tributaria, con el fin de seguirnos exprimiendo, quitando a los más pobres lo poco que tienen con la excusa de la pandemia y sin tocar a los que tienen casi todo. Pero la gente no fue escuchada, sino reventada, golpeada, ultrajada y violada.
A cada momento, me llegan videos donde policías sin ninguna justificación disparan contra civiles, arremeten contra ellos o los detienen de manera arbitraria. Como si fuera poco, este Gobierno corrupto ha decidido gastar 14 billones de pesos en aviones de guerra.
Aquí tenemos algunas instituciones del Ministerio Público para controlar precisamente al Gobierno, como la Procuraduría, la Contraloría y la Defensoría. Pero estas instituciones, igual que la Fiscalía, están en manos de los amigos del presidente y no hay ninguna esperanza de que actúen de manera justa.
Es decir, para no aburrirte de más, esto es la suma de una política clientelar de unas elites que se alimentan de grupos paramilitares y mafiosos contra un pueblo que sufre una de las brechas sociales más grandes del mundo, tal como lo dicen los informes de economía. No hay un ápice de exageración al decir que hay una clara lucha de clases en Colombia, pero como decía un multimillonario en Estados Unidos, la están ganando los ricos.
Y la guerra contra el pueblo, sigue
Ahora, en este mismo momento en que te escribo, se oyen las sirenas en las calles, de las ambulancias, de los carros de policías, las aspas de los helicópteros, los gritos en las calles, las cacerolas en las ventanas. No sé si logras imaginártelo, es como un golpe militar sin la fachada de un golpe militar.
La violencia no es solo de estos días, solo este año van 32 masacres a lo largo del país y durante los primeros dos años del Gobierno actual habían ya asesinado 573 líderes sociales y defensores de derechos humanos.
En Pasto, por ejemplo, convirtieron un centro deportivo en uno de detención. Hay por lo menos una mujer que habría sido violada por la policía y numerosos casos de gente que ha perdido sus ojos por culpa del accionar de la policía, de heridos a bala y un sinnúmero de personas que no aparecen.
Aquí estamos solos, la comunidad internacional, como el Grupo de Lima que tanto le preocupa lo que pasa en Venezuela, no ha dicho nada sobre lo que está sucediendo en Colombia y tampoco lo va a decir. Estados Unidos que se cree el guardián de la democracia del mundo también ha guardado silencio y Joe Biden, que para muchos ingenuos era la esperanza, no se pronuncia.
La Unión Europea y otros países que ayudaron a afianzar la firma del Acuerdo de Paz hoy se ven limitados en sus llamados a la implementación, y se quedan cortos en comparación a lo que sucede.
Te confieso que yo no sé qué va a pasar mañana, es posible que todo vuelva a la calma como ocurrió en noviembre de 2019 y en septiembre de 2020 o que las cosas sigan creciendo. Ya los camioneros del país han decidido bloquear carreteras, los indígenas marchan hacia Cali y parece que el país estuviera a punto de estallar.
Es posible que este Gobierno se invente un autogolpe para reciclarse y quedarse en el poder muchos más años. Es posible que los militares intenten alguna maniobra, aunque aquí no hay tradición militarista golpista. Es posible que las mismas elites quemen el cartucho de Duque y se presenten a sí mismos como salvadores de lo que han causado.
El Gobierno recién decidió sacar el Ejército a la calle. Cada día Uribe y Duque dan un paso más para incendiar el país y luego, cínicamente, presentarse como la opción para salvarnos.
Estamos esperando qué dicen los liderazgos de oposición, los que se conocen aquí como la Coalición de la Esperanza y el Pacto Histórico, que son los llamados a promover un cambio, claro, con el resto del país como los valientes indígenas del Cauca, entre muchas otras comunidades.
Muchos ya pensamos que la reforma tributaria pasó a un segundo plano, lo que hay que discutir ya es para dónde va el país, y no simplemente volver como si nada al día anterior a cuando empezaron las protestas.
Pero cualquier decisión que se tome no puede desconocer la reforma tributaria, ni los abusos policiales, ni la inequidad social y sobre todo los muertos y heridos que van sumando. No se trata de llamar a la calma para que todo quede como antes, eso sería una terrible traición. Se trata de convocar ya mismo al país para que haya un cambio real, si no es ahora, no lo será en décadas.
Yo no sé para qué te cuento todo esto, para qué te envío esta carta, pero es posible que tú o tus vecinos al saberlo nos puedan echar una mano para que allá sepan porqué sigue nuestro paro nacional. Te envío un fuerte abrazo.