Biden saca músculo en primeros 100 días en la Casa Blanca y certifica el cambio de rumbo
Cuando el demócrata Joe Biden tomó posesión el pasado 20 de enero, hace hoy cien días, se hacía cargo del timón de un país cuya senda había prometido reconducir por completo. Apenas 14 días antes de su llegada a la Casa Blanca, el Congreso había sido asaltado en un ataque alentado por Donald Trump. La agenda del nuevo presidente incluye proyectos y medidas de diferente calado y urgencia, unas para corregir la deriva de la era Trump y otras más destinadas a reformar el país para introducirlo en lo que el nuevo mandatario pretende que sea una etapa con su sello. En sus primeros cien días de mandato, los dos primeros retos urgentes, la vacunación contra el covid y el paquete de ayudas a las familias, se han saldado con creces. En cuanto al resto, Biden ha tenido algún tropiezo, especialmente relacionado con la migración y las políticas de refugiados, pero ha marcado ya el paso y con ambición hacia la dirección prometida en asuntos como el cambio climático, las reformas económicas y la política exterior.
Pero a partir de mañana, su centésimo primer día en la Casa Blanca, empieza la etapa difícil de verdad. Su mandato seguirá siendo juzgado por los hechos y no por sus declaraciones y aquí entrarán en juego no sólo su verdadera ambición para cambiar las cosas sino las resistencias a estos cambios de parte de su propio partido (por ejemplo, en cuanto a la reforma fiscal) y, sobre todo, de su habilidad para atraer a parte del Partido Republicano. Casi todas las reformas de calado requerirán superar la llamada regla del filibustero, es decir, necesitarán el apoyo permanente de diez senadores republicanos puesto que dicha regla establece que para que la cámara alta apruebe leyes federales es necesario el apoyo de 60 senadores. La cámara alta está ahora mismo dividida justo por la mitad: 50 asientos demócratas y 50 republicanos. Toda la ambición de Biden puede irse por el coladero si los republicanos utilizan este cerrojo. PUBLICIDADA partir de mañana, su centésimo primer día en la Casa Blanca, empieza la etapa difícil de verdad
Además de esto, el presidente demócrata no tiene mucho tiempo: en noviembre del próximo año hay elecciones de medio mandato y se renovarán las dos cámaras del Congreso (Senado y Cámara de los Representantes), en estos momentos en manos demócratas, pero, según las encuestas, con elevadas probabilidades de que los republicanos recuperen alguna de ellas, como suele suceder al partido que está en la oposición en este tipo de comicios (los demócratas ya recuperaron la Cámara de los Representantes en 2018 con Donald Trump en la Casa Blanca).
De momento, la aprobación de Joe Biden como presidente es del 52% frente a una desaprobación del 42%, según un sondeo de esta semana del Washington Post y la cadena ABC, que revela que el 64% de los estadounidenses opina que el demócrata ha afrontado bien la pandemia.
Vacunación y plan de ayuda a las familias
Biden va por delante del ritmo previsto por él mismo en el cumplimento de sus promesas para los primeros cien días, aunque las medidas de esta primera fase eran la parte más asequible de su mandato puesto que dependían casi exclusivamente del timón presidencial. Biden llegó a la Casa Blanca con dos objetivos urgentes: vacunar a 100 millones de personas en sus primeros cien días de gobierno y aprobar un plan de ayuda para las familias en la pandemia. El primer objetivo ha sido pulverizado: el país alcanzó los 200 millones de vacunas el día 93º de la presidencia, con un 27% de la población vacunada completamente.
En cuanto al segundo objetivo, Biden sacó adelante a primeros de año un ambicioso paquete de ayudas dotado con 1,9 billones de dólares. La medida incluía, entre otras cosas, ayudas a las familias de 1.400 dólares, el aumento de la prestación por desempleo y la ayuda a estados y gobiernos locales.
El clima: piedra angular para borrar la era Trump
Si hay un apartado que destaca sobre el resto para diferenciar a Biden y Trump, éste será el de la lucha contra el calentamiento global. Trump no sólo se mofó de ello sino que desmontó todo lo que pudo las regulaciones internas en beneficio de la industria contaminante y hasta sacó a Estados Unidos del Acuerdo del Clima de París. Frente a esto, Biden, además del cambio de tono radical y de poner el clima en el centro de su agenda, ordenó el mismo día en que tomó posesión el reingreso del país en el pacto de París y, dentro de sus primeros cien días de mandato, organizó los pasados 22 y 23 de abril una Cumbre Mundial del Clima en la que participaron hasta 40 líderes mundiales, entre ellos los mandatarios de China, Rusia, la UE, India, Japón, Turquía, Arabia Saudí, Congo y Sudáfrica.
Con la cumbre la administración Biden dejó claro tres aspectos: en primer lugar, Estados Unidos pretende liderar en el mundo la lucha contra el calentamiento global y esta diplomacia climática; en segundo lugar y como consecuencia, las políticas sobre el cambio climático estarán enfocadas en reforzar ese pretendido liderazgo (del mismo modo que el liderazgo mundial del país desde el final de la Segunda Guerra Mundial fue de la mano de su papel como potencia industrial mundial); por lo que, en tercer lugar, Biden vincula el cambio climático directamente con las políticas económicas y de modernización de país, especialmente en cuanto a creación de empleo, de innovación y de seguridad nacional. Estados Unidos pretende liderar en el mundo la lucha contra el calentamiento global
Por este motivo, Biden quiere ser ambicioso y tener un enfoque holístico a la hora de abordar el clima. En relación con esto, el 31 de marzo, de hecho, presentó el contenido de su plan de infraestructuras. Dotado con un músculo de 2,3 billones de dólares, la propuesta destinará miles de millones de dólares en renovar carreteras, autovías, puentes, aeropuertos y líneas de ferrocarril. Junto a esto, destinará 174.000 millones de dólares a la industria de los vehículos eléctricos y otros 650.000 millones a la banda ancha (el 35% de las áreas rurales aún no disponen de este servicio, según Reuters), la depuración de aguas, el tendido eléctrico y la vivienda de calidad.
Junto a estas medidas propositivas, Biden ha firmado órdenes presidenciales para derogar otras órdenes similares de Donald Trump. Entre ellas, destaca la anulación del proyecto Keystone XL, de oleoducto y gasoducto con Canadá de casi 1.900 kilómetros que el nuevo presidente canceló nada más tomar posesión. El oleoducto tendría la capacidad de transportar petróleo equivalente a 830.000 barriles diarios. Obama ya había bloqueado el proyecto en 2015, pero Trump lo volvió a rehabilitar en 2017.
El plan de Biden para las familias
Una vez aprobado el paquete de ayudas para las familias como medida de urgencia por la pandemia, la administración Biden plantea también un ambicioso plan nacional para las familias que consolidará como derechos diversos aspectos del paquete de ayudas. El plan propuesto, que estaría dotado con 1,8 millones de dólares, pretende implantar un salario mínimo nacional de 15 dólares la hora, la baja laboral estándar y la baja por maternidad. Junto a esto, hay medidas sobre educación, como la propuesta de emplear 200.000 millones de dólares para que la educación preescolar de todos los niños de tres y cuatro años se gratuita.
Subida de impuestos a los ricos y las corporaciones
En total, entre el paquete de ayuda para la pandemia (1,9 billones de dólares), el plan de infraestructuras y clima (2,3 billones) y el plan para las familias (1,8 billones), la administración Biden pone sobre la mesa medidas que estarían dotadas con cinco billones de dólares. Y aquí entra en juego el otro pilar elemental ya anunciado por la administración Biden: una subida de impuestos a los ricos y las grandes corporaciones para pagar todo ello en 15 años.
Esto contrasta radicalmente con el mandato de Donald Trump. El magnate neoyorkino sólo aprobó una ley federal en sus cuatro años de gobierno (el resto fueron todos órdenes presidenciales). Dicha ley, que bajó los impuestos a los ricos (como el propio Trump) y las grandes empresas, fue aprobada a finales de su primer año de mandato, 2017 y casi todo su contenido entró en vigor en enero del año siguiente.
El cambio de giró lo anunció el 8 de abril Janet Yellen, secretaria (ministra) del Tesoro y expresidenta de la Reserva Federal entre 2014 y 2018. Ese día Yellen publicó un artículo en The Wall Street Journal titulado sin ambages: «Un mejor impuesto de sociedades para Estados Unidos». En el mismo, la secretaria del Tesoro de Biden alertaba de la «dramática reducción del impuesto de sociedades» provocada por la norma de Trump hasta el punto de que «en los últimos tres años, el impuesto de sociedades recaudado por Estados Unidos ha caído a su valor más bajo desde la Segunda Guerra Mundial», y concluía: «Muchas de las mayores compañías del país no pagaron impuestos federales en 2020».
Yellen defendió en el artículo un impuesto mínimo mundial de sociedades para evitar la fuga de capitales a paraísos fiscales. En cuanto a la propuesta de Biden para Estados Unidos, el nuevo presidente quiere subir los impuestos al 1% más rico del 37% al 39,6%. Por otro lado, la proyectada reforma fiscal propone subir el impuesto de sociedades del 21% al 28%. Con esto, Biden estima que podrá pagar en 15 años sus planes de 5 billones de dólares.
Retraso en Afganistán y escalada de tensión con Rusia
En cuanto a la política exterior, Biden ha lanzado desde el primer día un mensaje claro al mundo: «Estados Unidos ha vuelto. La diplomacia ha vuelto», como ha repetido machaconamente desde que tomara posesión el 20 de enero. El regreso del país al Acuerdo del Clima de París y su defensa de las Naciones Unidas es un claro ejemplo de ello. Biden cambia así la estrategia de Trump de replegar el país hacia dentro e incendiar las relaciones internacionales.»Estados Unidos ha vuelto. La diplomacia ha vuelto»
Sin embargo, nada de eso quiere decir que el nuevo rumbo de la política exterior sea un camino de rosas. Por un lado, China sigue siendo el gran rival en el escenario internacional. Estados Unidos organizó, por ello, en Alaska un encuentro bilateral cono el país asiático el 18 de marzo, que no se saldó especialmente bien. El secretario de Estado (ministro de Exteriores), Antony Blinken, aseguró al terminar la cumbre de que su país había expuesto a China «preocupaciones significativas». Una señal de por dónde irán las cosas con China es que la primera visita oficial que ha recibido Biden en la Casa Blanca fue la del primer ministro japonés, Yoshihide Suga.
Con todo, la tensión más elevada la ha alcanzado Estados Unidos en estos primeros cien días con la Rusia de Vladimir Putin. Biden llegó a llamar «asesino» a Putin a mediados de marzo y desde entonces ambos países han expulsado de sus territorios a diplomáticos del otro país.
Aun así, tanto Putin como el presidente chino, Xi Jinping, participaron en la cumbre mundial del clima organizada por Biden y éste ha propuesto a Putin celebrar un encuentro bilateral entre ambos países en un país tercero.
Biden ha encontrado ya en los primeros cien de mandato los primeros problemas en cuanto a la política militar. El demócrata hizo su campaña prometiendo que pondría fin a las guerras sin fin en las que Estados Unidos estaba involucrado. Cortó su apoyo a Arabia Saudí en Yemen, sin embargo, quedó atrapado por el acuerdo de Trump con los talibanes, que estipulaba que Estados Unidos sacaría sus tropas del país el 1 de mayo, justo el 101º día de Biden en la Casa Blanca. El demócrata no ha podido cumplir esta retirada (que dejaría vendido ante los talibanes al gobierno aliado afgano) y la ha pospuesto para el 11 de septiembre. Ahora, el riesgo es que los talibanes ataquen las tropas americanas por haber incumplido el acuerdo de retirada y Biden tenga que llevar más tropas al país, con lo que Afganistán se convertiría de ese modo en la primera guerra de Biden, justo el escenario que el demócrata quiere evitar a toda costa.
Junto a esto, debido a las tensas relaciones con Rusia y para mostrar su apoyo a la OTAN, Biden ha paralizado el repliegue militar de sus tropas en Alemaniaque había anunciado por Trump y ha impuesto sanciones Rusia por injerencia en los asuntos internos estadounidenses y por un ciberataque masivo.
Por último, Biden tendrá que lidiar, esta vez con el sector más progresista del partido, encabezado por Bernie Sanders, sobre el gasto militar, cada vez más elevado. A primeros de abril, Sanders, que preside la Comisión de Presupuestos del Senado, expresó su «seria preocupación» por el aumento en 12.300 millones de dólares en gastos de defensa propuesto por el presidente Biden. «En un momento en que Estados Unidos ya gasta más en defensa que las siguientes 12 naciones juntas, es hora de que examinemos seriamente los enormes sobrecostes, el despilfarro y el fraude que existen actualmente en el Pentágono», dijo Sanders. Biden ha propuesto un presupuesto para defensa de 753.000 millones de dólares.
Tropiezos sobre refugiados y política migratoria
Contrariamente a lo que prometió en campaña, Biden anunció en abril que mantendría el cupo establecido por la administración Trump de aceptar sólo 15.000 refugiados al año. El anuncio causó tanto revuelo que la Casa Blanca tuvo que recular y pospuso para el 15 de mayo la proclamación de la cifra definitiva. Esta semana, 34 senadores demócratas, incluyendo el líder del partido en esa cámara, Charles Schumer, ha enviado una carta a Biden urgiéndolo a aumentar esa cuota hasta los 62.500 este año y los 125.000 para el año que viene.
En cuanto a la inmigración por la frontera sur con México, Biden, que prometió regularizar a 11 millones de sin papeles, está empezando a recular sobre esto. En marzo fueron detenidos en esa frontera a 172.331 migrantes, el dato más elevado desde marzo de 2021. La administración Biden asegura que no está ante una crisis, pero no deja de emitir un mensaje claro a los inmigrantes: «No vengáis. La frontera está cerrada», como dijo a finales de marzo el secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas.
De hecho, Biden no se ha centrado en absoluto en América Latina salvo México y Centroamérica para atender la inmigración a su país. En abril, el enviado especial de Estados Unidos para el Triángulo del Norte de Centroamérica, Ricardo Zúñiga, hizo una gira por Guatemala y El Salvador para analizar las causas de la inmigración hacia Estados Unidos, sin embargo, Zúñiga no fue recibido en El Salvador por su mandatario, Nayib Bukele. Éste, de hecho, visitó Estados Unidos en febrero y tampoco fue recibido por la administración Biden, según explicaron, porque la visita no había sido anunciada.