La Juana de Cuba: negra, ancestral y sincrética
Negra, mujer, gruesa, Juana sabe la carga simbólica y energética que le atraviesa el alma. Va caminando por las calles empedradas de La Habana como si llevara la ruta histórica en su memoria.
Quizás mujeres ancestrales le han iluminado el alma, y por eso las evoca desde pensamientos cargados con lo real maravilloso que habita las culturas caribeñas y africanas.
No es casualidad el poder de regalar historias contadas a través de sus cartas. ¿Cura? ¿Predice? ¿Conspira?
Juana, la Cubana no sólo tira las cartas. Su mundo espiritual ha conducido su vida, y ayuda a alumbrar el camino de otras, de otros.
Sus flores rojas son como la corona que la guía, la enaltece. Y así entre bastos, monedas, espadas y copas, las cartas van mostrando “los caminos”, mientras se mezclan con caracoles, collares y la campana de Oshún, deidad religiosa en la santería cubana.
Las cartas con las que Juana adivina el futuro con los pies en la tierra, pueden ser símbolos de sanación y cuidado, haciendo eco de algunas tradiciones donde las mujeres se cuidan entre sí, y se entregan a procesos de sanación espiritual. También es una manera de presentarse una reconfiguración antropológica del tirar las cartas, donde no está escrita la última palabra sino un descubrir de imágenes y previsiones de la vida.
Los ojos de Juana traen en sí parte de la identidad de Cuba. Sus arrugas imperceptibles son como las líneas de la sabiduría y de esas calles de La Habana. Son ojos hablan y piden.
“Pido paz ya que mi padre en el santo es Obbatalá y mi madre es Oshún, la Caridad del Cobre que es la patrona de mi país; siempre pido paz, unión y tranquilidad para Cuba y también para el mundo entero”.
Juana representa lo que en Cuba se llama religiosidad popular, una mezcla de símbolos, prácticas y elementos de manifestaciones religiosas diversas. Ella se define: “Soy santera, soy palera, soy espiritual, soy vidente y me he dedicado toda mi vida a esto”.
Juana Ríos Ríos tiene 84 años de edad y es natural de la provincia de Pinar del Río, donde nacieron los Acuáticos, la práctica religiosa de Antonia Izquierdo, quien curaba con agua y vida.
Aunque Juana es más que esto, es Juana en sí; también es válido señalar que tiene cuatro hijos, diez nietos, 16 bisnietos. Su hija Teresa tiene su don y lee las cartas junto a ella.
La Cubana asegura que lleva la Revolución en el corazón, esa que hizo por ella, le entregó un techo digno, y la enseñó a leer y a escribir. Hoy la Revolución necesita resignificarse, recuperarse y apostar por los principios de justicia que la llevaron a ser. Después de decir que las cartas saben que Cuba “está caliente” haciendo referencia a los problemas que tenemos y cuánto nos estamos alejando de esos principios fundacionales, Juana, la Cubana, apuesta por salir adelante.
Entonces siguiendo los pasos y deseos de Juana, ¿qué significa para Cuba y para ti llevar la Revolución en el corazón desde los principios de justicia, donde el llamado hambre de sed y de belleza estén garantizados? ¿Qué significa Cuba en movimiento desde la justicia y la dignidad de todas y todos? ¿Qué significa seguir adelante sin perder la justicia y la dignidad cubanas? ¿Cómo llevar el plato de comida a cada persona y alimentar la espiritualidad?
La identidad de Juana: religiosidad popular en Cuba
Cascarilla y la cruz, el guano bendito detrás de la puerta, el bautizo, las cartas, las bóvedas espirituales… prácticas sincréticas. En Cuba, muchos símbolos están mezclaos, y hay conceptos de espíritus, antepasados, muertos, nfumbe, ganga, eguns, orishas, aché, que constituyen claves para la comprensión de la ontología de las religiones populares cubanas.
Por ejemplo, el guano bendito en Cuba no sólo se observa en las iglesias y en las viviendas de los creyentes católicos, sino que ha pasado a ser símbolo también de protección para los creyentes de la religiosidad popular e incluso de la religión yoruba.
Estos componentes forman parte de la religiosidad popular cubana que es, según quien fuera uno de los mayores estudiosos de este fenómeno en la nación, el doctor en ciencias filosóficas Jorge Ramírez Calzadilla, una práctica cultural específica de manifestarse la religión que en Cuba se corresponde con la religiosidad más extendida.
En ella se encuentran disímiles elementos religiosos. Este tipo de religiosidad representa “la forma más evidente y extensa con el que se ejercita la libertad de conciencia y de culto en la sociedad cubana contemporánea”, y adopta concepciones y simbologías de diversas expresiones religiosas como el catolicismo, el espiritismo y las religiones de origen africano.
En Cuba las prácticas mágico-religiosas, luego de un largo, complejo y espontáneo proceso de transculturación y sincretismo religioso con elementos del catolicismo español en Cuba dieron lugar a los llamados cultos sincréticos. Ellas son la Regla Ocha-Ifá o Santería (de origen principalmente yoruba), la Regla Conga o Palo Monte (de origen bantú), entre otras. Aunque también hay manifestaciones que rescatan las raíces históricas africanas.
La asociación a la cotidianidad y a la cultura de los pueblos, la sincretización del catolicismo con deidades o elementos de las religiones indoamericanas y africanas, las peregrinaciones, las imágenes, exvotos, la mortificaciones y las esperanzas en milagros, así como la presencia de lo festivo, del mito y de las superstición representan las principales características de este tipo de religiosidad.
Lo popular también es hibridación, un espacio de resignificación, de confluencia de lo moderno y lo tradicional, lo culto, lo popular y lo masivo. El cuadro religioso actual, y principalmente la religiosidad popular cubana como práctica religiosa predominante, se nutren de un conjunto variado de expresiones religiosas de distintos orígenes históricos (catolicismo, diversas denominaciones evangélicas o protestantes, la religión yoruba o santería, la regla Conga o Palo Monte, Sociedades Secretas Abakuá).
La devoción a figuras milagrosas, la creencia en resguardos y oraciones con propiedades mágicas, leyendas sobre espíritus y aparecidos, la atribución a objetos de cualidades sobrenaturales y de poder para cambiar el curso del destino con una fuerte carga simbólica, son unas de las principales actividades a desarrollar por esta denominación religiosa.
Es difícil encontrar huellas de las creencias aborígenes en Cuba, a diferencia de otros países americanos, donde lo indoamericano despliega su sincretismo, visible hoy en un sincretismo de la religiosidad popular en muchas sociedades latinoamericanas.
Posteriormente se desarrolla lo que se conoce protestantismo temprano tradicional o histórico y después una diversidad de iglesias del protestantismo tardío. El judaísmo, el vodú haitiano, las religiones de braceros chinos y yucatecos, las expresiones filosóficas religiosas orientalistas como el teosofismo y el bahaísmo, también influyeron en las concepciones religiosas populares en Cuba, aunque en menor escala que las provenientes de África y España.
La identidad cultural es el resultado, precisamente, de ese largo proceso de transculturación donde se han mezclado lenguas, costumbres, mitos y realidades de hombres y mujeres de cuatro continentes, unos voluntarios y otros traídos a la fuerza, pero que combinados todos en es “ajiaco” como denominó Don Fernando Ortiz a la cultura cubana, ha dado como resultado lo que hoy somos.
Para la investigadora y profesora Lázara Menéndez nuestro país “no es eminentemente católico, ni protestante, ni santero, ni palero, ni espiritista. Tampoco es ateo, como no lo es ni ha sido hasta ahora ningún pueblo conocido”.
La diversidad en el cuadro religioso precisamente está dada por esa multiplicidad cultural.
La construcción de la religiosidad popular en el escenario cubano
Un dato curioso de la manifestación de la religiosidad en Cuba a través de sus imágenes y el cine, es la construcción de la escenografía de la Guarida, altar religioso popular que construyera el director de cine Tomás Gutiérrez Alea en su filme Fresa y Chocolate.
La Guarida, que acoge todas las construcciones simbólicas de una representación religiosa popular, constituye un Altar cubano, elementos de la cultura cubana y extranjera adquieren una dimensión sagrada para Diego. En el altar se encuentra ese culto a elementos de la vida profana, que denota la existencia de un espacio sacralizado: los angelotes de escayola, una imagen de la palma real, un trozo de reja en forma de medio punto, efigies de indios aborígenes, zapatillas de ballet, un farol (ícono de la Campaña de Alfabetización), hacha de Shangó, carátula de un disco de Bola de Nieve.
Asimismo en la Guarida está presente un té indio en tazas de porcelana Sévres que pertenecieron a la familia Loynaz del Castillo, el escritor griego Konstantino Petrou Kavafi (1863-1933), John Donne, música de Ignacio Cervantes, María Callas, Renata Tebaldi, Ernesto Lecuona, Benny Moré y Pablo Milanés. Además figuras como Marilyn Monroe, Juan Clemente Zenea, Frida Kalho y Charles Chaplin. De igual manera una representación tallada en madera de un caldero de Ogún (asociado a los materiales férreos), un ángel (ícono de la religión católica) con un garabato (que tiene los colores de Oshún (el amarillo), Shangó (rojo) y Obbatalá (blanco), instrumento de Elegbá o Álgbára (Eleguá, orisha yoruba), quien abre los caminos.
La devoción de Diego por grandes intelectuales cubanos (representados en imágenes): José Martí, Lezama Lima, Fernando Ortiz, Alicia Alonso, Rita Montaner, José María Heredia, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Julián del Casal (Fidel y el Che, posteriormente incorporados por David), Servando Cabrera se equipara con la que siente por la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, quien sincretiza en Oshún.
La fe como significado de vida: otras lecturas
La fe, sigue siendo sustento para el caminar cotidiano de las personas, incluso el de Juana, la Cubana. “Hay cosas que no se explican”, profesan unos, “hay algo más allá que nos trasciende”, comparten otras. Y en esa colectividad e individualidad está el diálogo y el sentir con la fe.
Para la practicante de fe, Oneyda Díaz Rodríguez “la fe es la terquedad de la esperanza y la capacidad de esperanzar, en medio de la incertidumbre y la falta de certezas”.
La cristiana y profesora de la Universidad de La Habana, Yanela Soler Mas manifestó que “la fe es la certeza en lo que no se ve. Tener fe, o practicar la fe, es el reto más importante que tiene una creyente; no me refiero a un cristiano sino a cualquier persona que practique una fe. La fe es depositar toda tu confianza en un ente que tú no puedes ver, y tratas de tener una conexión. Tienes una confianza de que esa entidad está trabajando en función de lo que tú le estás pidiendo, de tus necesidades, de tus angustias, de tus aspiraciones, y de los propósitos que esa entidad tiene para tu vida.
Otro compartir de la fe se ancla en una convicción. Para el teólogo Rudiel Paneque la fe es una certeza que se tiene en función de un proyecto sea religioso, político, social o personal. “Es trabajar, accionar, esforzarse para que ese proyecto avance, se desarrollo, aún cuando tu no puedas llegar a constatar sus resultados. Creo que la fe, tiene relación con la utopía, la esperanza; y es a la vez como una fuerza, que te ayuda a caminar, a vivir cada día”.https://www.youtube.com/embed/RyVZgzMOd_Q?si=OvLz_02IYWvvKPnn
Otro de los sentidos sobre la religiosidad y la fe la compartió el periodista Mario Rodríguez, quien asegura que no es creyente, pero sí se siente portador de una espiritualidad. “La palabra fe me crea ruido. Es bonito sentir certeza de algo que no se sabe, pero lo asocio a contextos con los que no me identifico y lo he escuchado decir por gente con la que tampoco me identifico”, insiste.
Asimismo, insiste que cree que “la religiosidad es algo lindo, la religión no. Las creencias organizadas me parecen un control. Organizadas, ¿por quién? Que cada quien se llene de sus pedacitos donde los encuentre me parece lo más pacífico del mundo. Creo que hay un algo, no un alguien. No un señor con barba, pero sí un lugar, mental-espiritual, que comparten todas las cosas. Una sensación de paz y plenitud, creo que por momentos la he sentido”.
Con esa sonrisa también mística, la teóloga Mailé Vázquez Avila comparte su impresión sobre Dios, aunque también con una mirada pícara y a la pregunta de si puede ser Diosa, responde afirmativamente.
“Una de las primeras imágenes de la fe que tengo en mi niñez era como sentirme acompañada, sentir que no estoy sola, que tengo con quien hablar. Que existe alguien o algo con el que tengo una complicidad especial porque sabe lo que pienso, lo que estoy sintiendo”.
Así confiesa que su fe y su relación con Dios vienen por ahí, “no la puedo describir de otra manera que no sea como de sentirme conocida y amada”. Yo creo que ese fue el mayor descubrimiento; la fe también evoluciona.
“Hoy es el amor con el que construyo el futuro. La fe en la adultez creo que se me difumina más. Tengo menos claro de algunos límites. Viene a ser como cosas que me van asombrando, que me hacen crecer y la misma sensación de compañía, ahora también con la naturaleza, es decir, ahora mi fe yo creo que se conecta más o siente a Dios en la naturaleza y en las experiencias de la vida, como los aprendizajes que encuentro cada día y me confirman que estoy bien”, avizora.
“Escojo la divinidad, prefiero la Rúa. Es el término hebreo para referirse al espíritu y es femenino entonces después de mi maternidad si yo empecé a vivir más la divinidad como diosa, donde el amor de Dios tenía que ser maternal. Ahora me quedo más allá de que si es Dios o Diosa, con un rostro o una imagen amorosa y tierna”, responde con sus certezas.