Cuando conocí a Amaury Villalba fue como una tormenta

13-01-2022
Medioambiente
Ojalá, República Dominicana
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Cuando conocí a Amaury Villalba, Luis Sánchez y yo acabábamos de ser transferidos desde del Herbario de la UASD al Museo Nacional de Historia Natural, porque el Profesor Eugenio de Jesús Marcano había sido cancelado de su puesto de director del Museo. Y, para que no nos acusaran de ser “botellas”, fuimos entre otras cosas a limpiar fósiles al Departamento de Geología del Museo, bajo la dirección de Guy Nakasu, geólogo estadounidense, director de ese departamento. Yo donde caigo trato de ser útil, mantenerme ocupada y aprender y eso hice allí también.

Me asignaron escribir los rótulos para unas exhibiciones y lo hice lo mejor que pude, pero llegaron a manos de Amaury, el perfeccionista, y entró como un tornado por la puerta de Geología y puso en su sitio a titirimundati porque él ya se había ofrecido a llevar los rótulos a componer a la impresora Alfa & Omega, donde trabajaba como artista gráfico.

Donde fueres haz como vieres y eso hice. El director quedó un poco descolocado y yo me limité a responder que había hecho lo que me pidieron. Así que terminé haciendo corrección de estilo del español en inglés que escribía Chico (como cariñosamente se hacía llamar Guy Nakasu) para las futuras cédulas a exhibirse en la Sala de la Tierra del Museo cuando abriera al público sus puertas.

Aprendí casi todo lo que sé de Geología con este geólogo norteamericano de ancestros Japoneses, hawaianos, profesor de inglés en el ICDA para pagar sus gastos porque su salario del Museo no alcanzaba para mucho.

Amaury luego se excusó y yo prometí no sustituir sin saber la componedora de la imprenta. Luego, cuando tenía alguna pregunta sobre plantas o quería hablar de algo que le causara interés y buscaba una opción audaz o medio kamikaze, siempre nos encontrábamos porque al final Amaury y yo nos parecíamos mucho en el carácter.

En experiencia y sabiduría me llevaba unos años y yo le llevaba dos hijas que terminó adoptando, como todos los compañeros del Museo, porque eran como los aretes que le faltaban a la luna.

Ese Museo de Historia Natural, que hoy lleva el nombre del profesor Marcano, fue un lugar mágico en el espacio-tiempo. Convergieron allí muchas mentes brillantes en cuerpos alimentados por corazones nobles. Y Amaury era el más puro de todos. Era transparente como la lluvia y el viento y así iba y venía, sin detenerse en ningún lado que no fuera para dejar una huella de sabiduría e innovación. Era un creador nato porque todo lo hacía a su manera. Y todo lo inventaba de nuevo porque era para un propósito y un lugar nuevo de la Historia.

Esta nostalgia en palabras no pretende ser nada más que un desahogo emotivo de la tormenta que aún provocan los recuerdos, sobretodo porque cuando murió, caído su cuerpo en el mar de sus mamíferos marinos, yo estaba en Florida cursando mi Maestría.

No quiero llover sobre mojado en la obra de Amaury porque su familia ha mantenido muy bien su memoria en las redes sociales adaptándola a los nuevos tiempos. A Tammy la conocí poco, pero no me cabe duda de que la Ciencia perdió una bióloga de primera con su partida tan a destiempo.