Crónica del río marrón
El río Paraná siempre amainó en invierno, pero nunca como ahora. Hace dos años que vive, entonces, en invierno permanente, con una bajante tan brava como hace medio siglo. Pero en 2021 hay factores que no existían en 1969, mucho menos en el peor desecamiento, en 1944. Son las intervenciones humanas que agudizan las consecuencias de que el otrora caudaloso río marrón languidezca hasta quién sabe cuánto. Hay daños ambientales, económicos y hasta empieza a peligrar algo tan naturalizado en la vida urbana como la producción de agua potable, al menos en centros urbanos del litoral como Rosario y Santa Fe. La ciencia se pregunta si acaso el río no ha cambiado para siempre, y aquel gigante de color león que maravilló ojos europeos de escuálidos ríos haya quedado entre las postales del pasado.
El Instituto Nacional del Agua pronosticó esta semana que el río seguirá con tendencia descendente en su curso argentino. Así será en los próximos tres meses, al menos, y julio es el más crítico de todos. Para tener noción de cuán grave es la bajante, además de verla en imágenes, basta un dato: la altura promedio del río frente al puerto de Rosario en los últimos 25 años ha sido de 3,22 metros. Este miércoles estaba por debajo del 0: -0,05 m. Es decir, lo que se ve de agua en el curso principal es mayormente la hidrovía, o sea, el cauce dragado para navegación de ultramar. La prospección del INA vaticina el pico de bajante para el 3 de agosto, cuando el nivel descienda a -0,25 m. La situación es peor aguas arriba, en puertos como Corrientes, Barranqueras, Goya y Reconquista.
Las previsiones del INA para lo que resta del año avizoran un escenario más grave aún. Tomando como referencia la altura de Rosario, se estima que hacia finales de octubre y principios de noviembre el río haya bajado hasta -1,42 m, o incluso hasta -1,79 en la peor de las hipótesis. Esas marcas superarían la más baja de la historia, -1,39 m, registrada en 1944.
La diferencia actual con el río tal como ha sido conocido es de tres metros de agua. La altura promedio en invierno era de 3,2 metros, y hoy es de -0,05.
La desecación del río es un proceso que evoluciona desde hace dos años. Hoy es posible caminar sin riesgo a mojarse desde las riberas hasta varios metros cauce adentro. En el tradicional balneario público Rambla Catalunya, en Rosario, el río se retiró tanto que quedaron a la vista los caños de desagüe y los pilotes de muelles y amarraderos de lanchas. Los cursos interiores del humedal, riachos y lagunas ahora lucen como oasis de barro limoso, reseco y agrietado en medio de la vegetación parda de heladas e invierno. Ayer la chamuscaban los incendios, hoy, la sequía.
Fotos satelitales comparadas parecen el negativo una de la otra: el humedal era una superficie de acuática al 90%, y 10% de tierra firme. Hoy esa proporción se invirtió, en detrimento de los bañados y lagunas. Y encima, arrasada por incendios que en el último bienio devastó 500 mil hectáreas en el gran delta fluvial.
El impacto se siente ya en el abastecimiento de agua potable. Aguas Santafesinas SA capta con bombas en el río y produce unos 600 millones de litros diarios para abastecer a una población de 1,2 millones de personas en Rosario y conurbano. «Como todo indica que la tendencia es de bajante, es una posibilidad en el futuro cercano estar obligados a restringir la presión del servicio, porque no se pueda captar el agua suficiente del río. Hace dos años que estamos por debajo de la altura promedio y nos preocupa compensar ese déficit. Tuvimos que colocar bombas de refuerzo», explicó Guillermo Lanfranco, vocero de Assa.
La bajante depara un problema extra e inadvertido para obtener agua potable. Con menor caudal en el Paraná, el afluente Bermejo entrega mayor volumen de sedimentos que espesan el cauce y complica la absorción de las bombas, aguas abajo.
Agrupaciones ambientalistas como Foro Ecologista Paraná sostienen que el nombre real del problema llamado «bajante del río» o «sequía de lluvias» es, en verdad, «deforestación». Uno de sus miembros, Daniel Verzeñassi, explica que el origen de los ríos es impreciso: es la combinación de «atmósferas oceánicas cálidas, vientos, aire húmedo, y lluvia sobre bosques tropicales, selvas lluviosas y evotranspiración, nieves andinas que deshielan».
Los factores tropicales describen un «río en el cielo» que nutre los ríos de la tierra. Pero la tala indiscriminada en la selva amazónica, y el avance de la frontera agrícola sobre los bosques subtropicales han boicoteado ese proceso natural. La alta cuenca de Brasil y Paraguay, que aporta el 95% del caudal del río, ya no tiene tanto para entregar.
El Paraná empezó a languidecer hace veinte años. Estudios del INA observan que hoy el cauce ingresa a territorio argentino con la mitad de su caudal histórico.
La mano del hombre también agrava el problema aguas abajo. A lo largo del humedal es fácil descubrir extensos terraplenes clandestinos y endicamientos que hacen productores ganaderos para desecar bañados y ganar tierra al pastaje de la hacienda. Vacunos que se hacen isleros para liberar campos en tierra firme, aptos para el cultivo de soja, por ejemplo.
A pesar de reiteradas denuncias por parte de ONG ambientalistas, ningún gobierno ni tribunal provincial o federal ha intervenido con la eficacia necesaria para hacer cesar la alteración del humedal en pos de negocios agropecuarios e inmobiliarios.
El río tiene otra dimensión y es la macroeconómica: la hidrovía por donde circulan 100 millones de toneladas de mercadería al año y depara un negocio de 300 millones de dólares. Para mantenerla, hay que dragarla. Ecologistas afirman que en esta lógica economicista el río se draga de más para garantizar el tránsito de los buques de ultramar. Y la consecuencia visible es el derrumbe de las barrancas en las riberas.
«El río tiene ciclos de sequía en invierno e inundación en verano, con ciclos irregulares; pero hace seis años por lo menos que el humedal no se inunda y así no se favorece la reproducción ictícola que debería nutrir todo el ecosistema», explicó el decano de la Facultad de Bioquímica de la UNR y ex director del Acuario Provincial de Rosario, Andrés Sciara.
Los que frecuentan las islas advierten el cambio en la vegetación. Prosperan arbustos y pastos duros donde antes había bañados con totoras e irupés. El cambio también impactó en la fauna, con la migración forzada de varias especies propias del humedal.
Rosana Mazzon, investigadora del INA Litoral, señaló que con el retiro del agua en las lagunas interiores desaparecieron los sitios de desove y de cría de alevinos (peces embrionarios). «Era el lugar natural de reproducción de los peces, y ahora está seco. Esto disminuye la población ictícola futura. Hay que evitar la pesca extractiva en este momento, donde el pez está amontonado en el curso y es más fácil capturarlo. Sería recomendable proteger la especie», expuso.
El abogado especializado en derecho y ecología Rafael Colombo dejó esta semana una definición que estremeció a quienes lo escuchaban por LT8: «La expansión de la ganadería intensiva, miles de embarcaciones con millones de toneladas por el río, el dragado de la hidrovía, las industrias que contaminan con sus desechos y la degradación del suelo nos llevan a un escenario de efectos irreversibles: estamos ante un holocausto ambiental«.