Mario Benedetti, el poeta de las formas simples
Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia, o Mario Benedetti, nació hace 104 años, el 14 de septiembre de 1920, en Paso de los Toros, Uruguay, anticipándose a la primavera por una semana. No está mal haber llegado al mundo en el mes en que, en el Sur, que también existe, revive la naturaleza.
De niño sufrió la estrechez de la economía familiar. Su padre era un químico farmacéutico que había puesto su propia farmacia y fue estafado por un conocido. Pagó sus deudas hasta el último peso, pero el descenso en las condiciones de vida fue brutal.
“Proust busca el tiempo perdido en la infancia, yo no la añoro”, define sin perder el gesto amable en su rostro. Sin embargo, rescata que su padre le dio una clase de honorabilidad al saldar las cuentas. A los 14 años salió a trabajar e hizo de todo: cajero, vendedor de libros, contable y taquígrafo.
Con su tono de voz cordial y su mirada transparente, le puso colores a la vida de oficinistas grises como él que pasaron años en el trasiego de firmas, cuentas y documentos. Según contó el propio Benedetti en un reportaje de 1981 en el programa “A fondo”, de Radio Televisión Española, “Poemas de la oficina” fue su primer gran suceso de ventas con ejemplares agotados a los pocos días de la publicación y reediciones urgentes. “Uruguay es una oficina pública que llegó a ser república”, bromea.
El éxito se debió, según el propio autor, a que los poemas hablaban de la gente común que hacía rutinas iguales o parecidas a Don Mario, que se ganaba el pan como taquígrafo en una oficina publica o tenedor de libros en una empresa de repuestos de autos. Porque, allá lejos a fines de la década de 1950, los poetas escribían sobre otras cosas, más lejanas, menos cotidianas. El poeta acertó con sus versos a golpear el corazón de aquel tipo que cumplía sus rutinas tediosas con el mejor de los ánimos o no tanto. Sí, señor, aquí tiene el cheque. Un momentito que ya lo atiendo. Así es la vida.
Nuestro poeta escribía de manera simple poesía, cuentos, novelas y otras especies a la par que rellenaba las columnas del debe y el haber. “Escribo desde muy chico”, dice, y no puede precisar fechas exactas para Wikipedia. Escribe desde antes de haberse dado cuenta porque con pocos años garabateó versos y hasta redactó un periódico con la máquina de escribir que repartía entre los vecinos.
El amor y los libros
Descubrió el don del buen lector con las novelas de Verne, Salgari y la colección de Buffalo Bill y hasta se enamoró platónicamente de Miss Tacuarembó cuando tenía cuatro años. Pero, aclaremos, según el mismísimo poeta aclara en la entrevista televisiva, los sentimientos amorosos de él -como los de gran parte de su generación- estuvieron siempre envueltos por los prejuicios de una sociedad pacata. Según confiesa, fue introvertido, aunque pudo decirle te quiero a una niña de doce años cuando él contaba con 14: Luz López Alegre. Ese amor fue definitivo y se prolongó en un matrimonio de 60 años.
Ella murió primero, con la memoria estragada por el olvido y la ausencia. Él, tres años después, en su casa del centro de Montevideo. Era 2009 y tenía 88 años.
Y, a la hora de hacer el balance, justo con alguien que vivió de eso, quedaron 80 libros, cientos de reediciones, traducciones en decenas de idiomas y canciones inolvidables cuyas letras se colgaban en posters o abrían las carpetas escolares de varias generaciones.
Pero ¿cuál fue el mérito de Mario Benedetti para atravesar clases, modas y, también, las grietas ideológicas, a sabiendas de su simpatía por Cuba y la izquierda? Por supuesto, no tenemos respuestas. Quizá, eran otros tiempos; quizá, las diferencias políticas no eclipsaban la valoración artística.
Benedetti era un confeso antiimperialista, contrario a Estados Unidos y amigo del castrismo “con sus aciertos y errores”. La Isla lo cobijó en tiempo de exilio en la Casa de las Américas, igual que Argentina y España en distintos momentos.
Sostenía sus opiniones en sus artículos periodísticos y también en el ensayo “El país cola de paja”, cuya repercusión fue notable y que desmontaba en parte la idea de “Uruguay, la Suiza de América”. Arriesgamos a decir que lo suyo fue persuadir, no imponer ideas.
«La tregua», éxito editorial y en el cine
Su fama internacional se forjó con la aparición de “La tregua”, la novela del hombre viudo, de 50 años y a punto de jubilarse, que se enamora de una chica de 25, compañera de la oficina. Fue un suceso y el libro fue adaptado para la televisión y el cine. La versión cinematográfica (1974) de Sergio Renán, con Héctor Alterio y Ana María Picchio, fue candidata al Oscar como mejor filme extranjero, pero se quedó en la puerta porque le ganó “Amarcord” de Federico Fellini.
Con “Poemas de la oficina”, “Montevideanos” y “La tregua”, según el propio Mario, se cerró ese ciclo de títulos representativos de la clase media uruguaya de entonces. La historia siguió con más libros, colaboraciones con cantantes y presentaciones en teatro. El oficinista gris emocionó a millones de personas que supieron que “en la calle codo a codo somos mucho más que dos”.
Aclaración del autor: esta nota califica a Benedetti de escritor de formas simples. Eso es un mérito porque alcanzar la síntesis es el sueño de cualquier buen autor. Archívese.