El colapso actual de la ética

03-06-2023
Laicidad/ Religiones
Leonardo Boff
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Hemos vivido y sufrido en Brasil tiempos sombríos bajo el gobierno de Jair Bolsonaro, donde la ética fue enviada al limbo y prácticamente valía todo (las fake news, las mentiras, la predicación de la violencia y la exaltación de la tortura). En el  momento actual  asistimos desolados a la guerra Rusia-Ucrania. Esta guerra representa la negación de todos los valores  civilizatorios, pues una  gran potencia nuclear está literalmente destruyendo una pequeña nación y a su pueblo.

Sin perder de vista los dos datos que hemos mencionado, percibo, entre otros, dos factores  principales que alcanzan el corazón de la ética: la globalización del capitalismo depredador y la mercantilización de la sociedad.

La mundialización del capitalismo, como modo de producción, y su expresión política, el neo-liberalismo, ha mostrado las consecuencias perversas de la ética capitalista: sus ejes  estructuradores son el lucro ilimitado, acumulado individualmente o por grandes corporaciones, la competencia desenfrenada, el asalto a los bienes y servicios de la naturaleza, la flexibilización de las leyes y la minimización del estado en su función de garantizar una sociedad mínimamente equilibrada. Tal ética es altamente conflictiva porque no conoce la solidaridad, sino la competencia que hace de todos adversarios, si no enemigos a ser vencidos.

Es muy diferente, por ejemplo, la ética de la cultura maya. Esta cultura pone todo centrado en el corazón, ya que todas las cosas nacieron del amor de dos grandes corazones, del Cielo y de la Tierra. El ideal ético es crear en todas las personas corazones sensibles, justos, transparentes y verdaderos. O la ética andina del “bien vivir y convivir”, basada en el equilibrio con todas las cosas, entre los humanos, con la naturaleza y con el universo.

La globalización, al interrelacionar todas las culturas, ha acabado por revelar la pluralidad de caminos éticos. Una de sus consecuencias está siendo la relativización general de los valores éticos. Sabemos que la ley y el orden, valores de la práctica ética fundamental, son los requisitos previos de cualquier civilización en cualquier parte del mundo.

Lo que observamos es que la humanidad está cediendo ante la barbarie, poniendo rumbo  hacia una verdadera edad de las tinieblas global, tal es el descalabro ético que estamos viendo.

El segundo gran obstáculo para la ética es la mercantilización de la sociedad, lo que Karl  Polanyi llamaba ya en 1944 La Gran Transformación. Es el fenómeno del paso de una economía de mercado a una sociedad puramente de mercado.

Todo se transforma en mercancía, algo ya previsto por Karl Marx en su texto “La miseria de la filosofía” de 1848, cuando se refería a la época en que las cosas más sagradas como la verdad y la conciencia serían llevadas al mercado; sería “el tiempo de la gran corrupción y de la venalidad universal”. Pues estamos viviendo ese tiempo.

La economía, especialmente la especulativa, dicta el rumbo de la política y de la sociedad en su conjunto, que se caracteriza por generar un profundo foso entre los pocos ricos y las grandes mayorías empobrecidas. Aquí se revelan huellas de barbarie y crueldad como pocas veces en la historia.

¿Qué ética puede orientarnos como humanidad que vive en la misma Casa Común? La ética que hunde sus raíces en lo que nos es propio como humanos y que, por tanto, es universal y puede ser asumida por todos.

Creo que en primer lugar está la ética del cuidado. Según la fábula 220 del esclavo Higino, bien interpretada por Martin Heidegger en Ser y Tiempo y detallada por mí mismo en Saber cuidar, el cuidado constituye el sustrato ontológico del ser humano, es decir, el conjunto de factores objetivos sin los cuales el ser humano y los demás seres vivos no podrían existir.

Dado que el cuidado está en la esencia del ser humano, todos pueden vivirlo y darle formas concretas, según las distintas culturas. El cuidado presupone una relación amigable y afectuosa con la realidad, una mano tendida para la solidaridad, no el puño cerrado para la competición. En el centro del cuidado está la vida. La civilización deberá ser bio-socio-centrada.

Otro dato de nuestra esencia humana es la solidaridad y la ética que de ahí se deriva. Hoy sabemos por la bioantropología que fue la solidaridad de nuestros antepasados antropoides la que nos permitió dar el salto de la animalidad a la humanidad. Buscaban los alimentos y los consumían solidariamente. Todos vivimos porque ha existido y existe un mínimo de solidaridad, empezando por la familia. Esto que ayer fue fundamento sigue siéndolo todavía hoy.

Otra vía ética, ligada a nuestra estricta humanidad, es la ética de la responsabilidad universal. Ser responsable es ser consciente de las consecuencias beneficiosas o perjudiciales de nuestros actos personales y sociales. O asumimos juntos responsablemente el destino de nuestra Casa Común o recorreremos un camino sin retorno. Somos responsables de la sostenibilidad de Gaia y de sus ecosistemas para que podamos seguir conviviendo con toda la comunidad de vida.

El filósofo Hans Jonas, que elaboró por primera vez el Principio de Responsabilidad, le agregó la importancia del miedo colectivo. Cuando surge este miedo y los humanos empiezan a darse cuenta de que pueden tener un final trágico e incluso desaparecer como especie, surge un miedo ancestral que les lleva a una ética de  supervivencia. El supuesto inconsciente es que el valor de la vida está por encima de cualquier otro valor cultural, religioso o económico.

También es importante rescatar la ética de la justicia para todos. La justicia es el derecho mínimo que debemos a los demás para que puedan seguir existiendo y darles lo que les corresponde como personas: dignidad y respeto. Las instituciones, especialmente, deben ser justas y equitativas para evitar los privilegios y las exclusiones sociales que producen tantas víctimas, particularmente en Brasil, uno de los países más desiguales, es decir, más injustos del mundo. De ahí el odio y la discriminación que desgarran la sociedad, que no provienen del pueblo, sino de las élites adineradas que no aceptan la ley para todos, sino que quieren preservar sus privilegios.

La justicia no sólo se aplica a los seres humanos, sino también a la naturaleza y a la Tierra, que son portadoras de derechos y deben, por tanto, incluirse en nuestro concepto de democracia socioecológica.

Por último, debemos incorporar una ética de sobriedad compartida para alcanzar lo que  decía Xi Jinping, Jefe Supremo de China: “una sociedad moderadamente acomodada”. Esto significa un ideal mínimo y alcanzable.

Estos son algunos parámetros básicos para una ética, válida para cada pueblo y para la humanidad reunida en la Casa Común. De lo contrario, podríamos vivir un Armagedón social y ecológico.