Problems are opportunities
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Tener hijos e hijas es y debería ser un sueño. ¡Hermoso! Una experiencia maravillosa y positiva. Lo creo así por lo vivido.
Lo es, lo digo, porque la conexión o complicidad emocional positiva que se crea desde el inicio, hará crecer una relación energizante entre padres e hijos.
Construir, reparar y dar mantenimiento a ese vínculo será determinante en la infancia, adolescencia y adultez.
Para mí, la mejor conceptualización sobre ese vínculo es la que regala Jane Nelsen en su libro Positive Discipline.
La disciplina positiva es, por decirlo de otro modo, educar con libertad y límites a la vez. Parecen contradictorios, pero no lo son. Se puede ser firme con respeto.
Este concepto permite entender que cuando el hijo se comporta “fuera de lo normal”, el padre, la madre o el adulto debería interpretarlo como una señal o llamado de atención de su inconformidad o dolor con sentirse excluido o poco importantizado.
Nelsen invita a los padres a mirar hacia dentro y evaluar el entorno que crean, para determinar si hay gestos, hábitos, que estarían provocando esa percepción en el niño o la niña.
Para la “Disciplina Positiva” no existe la permisividad ni el control excesivo.
Aconseja a los padres dar a los hijos, la libertad para tomar sus propias decisiones y como abordar y resolver los desafíos que les va planteando la vida a su corta edad, pero dentro de parámetros definidos por los padres.
Al reconocerles esa libertad, los padres permiten que los hijos vivan las consecuencias de sus decisiones y entonces cobra importancia que los ayuden a entender lo que sienten (aquí los abrazos son bienvenidos) y pueden aprender de los problemas de su cotidianidad.
Porque, en definitiva, educar es desarrollar capacidades físicas, emocionales e intelectuales en los hijos para que puedan lidiar satisfactoriamente -si así se puede decir- con la vida.
Criar, además de divertido, es una responsabilidad. Los padres deben construir y mantener actualizada una visión a largo plazo e ir definiendo el manejo más adecuado en cada fase de la vida de sus hijos.
Y es un reto con cada hijo o hija, independientemente de que sean padres primerizos o con experiencia.
Porque cada niño o niña llega a una familia distinta y entorno distinto. No es lo mismo llegar a una familia compuesta por dos adultos que una conformada por dos adultos y un hermano. La “comunidad” es distinta.
¡Enfrentemos cada reto con amor, paciencia, empatía y una sonrisa!
Nota: al titular estas líneas, recordé dos relatos de mi padre del año 1995. Enterada de lo que aconseja la “disciplina positiva”, le dedico con muchísimo cariño este artículo para ganarme un abracito por recompensa.
Lilliana Rodríguez Álvarez (Santo Domingo, 1982), economista con máster en políticas públicas y sociales y madre de dos (6 y 3 años).
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