El gato encerrado detrás de los países que usan un «100%» de energía renovable

01-08-2024
Energía y minas | Mundo
Público, España
Compartir:
Compartir:

Albania, Bután, Islandia, Nepal, Etiopía, Paraguay y la República Democrática del Congo son los siete países del mundo que, según anunciaba el Foro Económico Mundial, funcionan con energía renovable al cien por cien desde 2023.

«Esta afirmación esconde una doble confusión«, cuenta a Público David Hammerstein, sociólogo y activista medioambiental, eurodiputado del Parlamento Europeo adscrito a Los Verdes/ALE (2004-2009).

Para empezar, «cuando se habla de 100% renovable nos referimos solo a la electricidad que producen, que es una pequeña fracción de su consumo energético. Lo que no se está hablando es del 80% restante de energía que gastan, proveniente de combustibles fósiles», explica.

«Lo que compramos, lo que comemos, cómo nos movemos… todo eso es energía que se produce fuera de estos países», apunta, en relación a ese grueso porcentaje que permanece en la sombra.

El gato encerrado en las estadísticas

«China es la fábrica del mundo, que exporta la mayoría de los objetos de consumo (coches, electrodomésticos, material de construcción…) que se usan en todo el planeta. Para fabricarlos, no usa electricidad, sino energía fósil. De hecho, a pesar del aumento creciente de las renovables, estamos utilizando más carbón que nunca», denuncia.

Lo mismo ocurre con la industria alimentaria. «La agricultura es en un 90% combustibles fósiles«, señala Hammerstein. Se emplean, sobre todo, para la fabricación de fertilizantes nitrogenados para los cultivos.

Hammerstein: «La agricultura es en un 90% combustibles fósiles»

«Estos países que se dice que usan 100% renovables, igual que los que no llegan a ese porcentaje, también utilizan combustibles fósiles en la producción de acero, industria pesada, fertilizantes, cemento, hierro. Todos ellos productos para que los que no hay una forma viable de fabricación con renovables hoy por hoy», recalca.

Tampoco se está hablando de cómo llegan los aviones y buques a sus fronteras, todos ellos propulsados con combustibles altamente contaminantes. El CO2 que emiten no se computa en las contabilidades climáticas nacionales.

Las energías renovables suman, no sustituyen a las fósiles

Asimismo, a pesar de que vivimos en una economía totalmente globalizada, los cómputos no incluyen lo que los países importan. Un sesgo que, según Hammerstein, «descoloca cualquier comprensión realista de las estadísticas«.

Es lo que este experto llama «fuga de CO2«, en relación a todos esos gases de efectos invernadero que están motivados por su economía pero se generan fuera de sus fronteras.

Ante este panorama, la cruda realidad es que las energías de fuentes renovables suman, no sustituyen a las de origen fósil. Quizá, como mucho, la sustituye en un 1%, dice Hammerstein.

La realidad es que estamos viviendo unos hitos históricos en el consumo de carbón y que cerca de un 86% del consumo energético en el mundo todavía viene de combustibles fósiles.

«Para emprender una verdadera transición energética hay que reducir el volumen total de consumo directo e indirecto de combustibles fósiles, no solo el porcentaje. Hoy esto no sucede. Hasta ahora, las renovables apenas han sustituido a los fósiles», observa.

Coste medioambiental y social

Por otra parte, llama la atención que los siete países «100% energía renovable» son, en su mayoría de ingresos medios a bajos, teniendo en cuenta la inversión enorme que supone transformar una economía hacia la transición energética. La explicación es que la electricidad de fuentes renovables que producen casi todos ellos está financiada por compañías extranjeras, lo que aumenta su deuda externa.

Es decir, no se trata de construir un mundo más sostenible, sino de exprimir todavía un poco más a países vulnerables. Salvo Islandia, que sigue un perfil diferente y emplea energía geotermal de origen volcánico, el resto se basa en energía hidroeléctrica.

Esto genera, en muchos casos, grandes problemáticas medioambientales, cuando la construcción de gigantescas presas es el origen de esa energía «sostenible». Es lo que ocurre en lugares con grandes ríos, como República Democrática del Congo (RDC) y Etiopía, o con ríos rápidos en zonas montañosas, como ocurre con Bután o Nepal.»Hay que reducir el volumen total de consumo directo e indirecto de combustibles fósiles, no solo el porcentaje», recuerda el activista

Además de afectar a las especies acuáticas que lo habitaban, «cuando pones una barrera en un río, los pozos y acuíferos se quedan sin agua durante kilómetros. El caudal el río disminuye y, como no se renueva el agua, cada vez está más sucia», observa Hammerstein.

Un buen ejemplo es el río más grande del mundo, el Nilo, que padece en su delta una «contaminación irreversible y a gran escala con metales pesados causada por las presas y la reutilización de aguas residuales», tal y como denunciaba en 2023 un estudio de la Universidad del Sur de California (USC).

Bautizada como la Gran Presa del Renacimiento Etíope, es la planta hidroeléctrica más grande de África, junto con varias mega-represas más aguas arriba para generar electricidad que venden a sus vecinos y que han expulsado de sus territorios a las poblaciones indígenas que dependían del río para sus subsistencia.

Sus consecuencias también afectan a terceros, como es el caso de Kenia: la gran presa en el Nilo afecta al nivel del Lago Turkana y a las poblaciones adyacentes y a todo el ecosistema salvaje que alberga (cocodrilos, hipopótamos y aves acuáticas).

De igual manera, «en República Democrática del Congo, que tiene unos ríos enormes, tienen un proyecto hidroeléctrico para producir hidrógeno y exportarlo a toda Europa», apunta Hammerstein. Por supuesto, explotado por compañías extrajeras, en este caso, alemanas.