The Merchants of Duarte Avenue
Corría el año 2001. Había que vender unos bonos soberanos en el mercado internacional de capitales. El soberano era un desconocido en esa geografía económica pues no aparecía en el radar de las calificadoras. Cuando estas comenzaron a levantar el polvo, encontraron que el potencial emisor tenía una reputación de “serial defaulter”: al vencimiento, no pagó los bonos de la Reforma Agraria, tampoco los de Desarrollo Agropecuario y mucho menos, los del Huracán David. Quizás fue eso, lo que motivó al Padre José Luis Alemán, en una conferencia en la PUCMM, a afirmar que la colocación de los bonos soberanos era una quimera: a un moroso nadie le presta o le compra bonos. Otro reputado economista, el Lic. Bernardo Vega, era menos pesimista; planteó que, si se colocaban, el país tendría que pagar intereses de 13% o 14%.
Hipólito, el presidente, la tenía difícil. Alguien se le acercó y le dijo que, si realmente quería colocar los bonos, tendría que baipasear a Hacienda. Ese fue el origen del decreto que creó la Unidad del Programa de Mediano Plazo de Financiamiento Externo, adscrita a la Presidencia de la República, a la cual se otorgó la responsabilidad de dirigir la venta de los primeros bonos soberanos de República Dominicana. Hipólito encargó de la misma a un joven economista descendiente de sirios y libaneses con vasta experiencia en venta de telas de tapizar y manteles de Navidad a RD$1.00 en una tienda localizada en la Duarte con París. Durante el Roadshow, al escucharlo hablar de la economía del país, el entonces Ministro de Industria y Comercio, Hugo Guiliani, sólo atinaba a comentarle al otro joven economista que formaba parte de la trinitaria de la colocación inaugural de bonos soberanos, “es preso que vamos”. Sin haber mercadeado el bono en New York, tarea pautada para el martes 11 de septiembre, el día anterior el libro de ordenes sobrepasaba US$2,200 millones. Bin-Laden trató de boicotear el trabajo de su cuasi-paisano de la Duarte con París derrumbando las Torres Gemelas, lo que provocó el cierre del mercado hasta el 19 de septiembre. ¡Que va! Con dos torres abajo, el vendedor regresó la semana siguiente al mercado y logró vender los US$500 millones de bonos soberanos el 20 de septiembre, no al 14% pronosticado por Vega, sino a 9.50%. Terminada la colocación, el mercado global de capitales volvió a cerrarse de nuevo.
Fogueado en operaciones de compra y venta, así como financieras, en la Farmacia Any que sus padres tenían en la Duarte con (Félix María) Ruiz, provisto de una descomunal capacidad de trabajo, y dotado de una inteligencia que le permite incursionar en cualquier área de las ciencias puras y aplicadas, este comerciante-financista-economista logra lo que muchos percibían como otra quimera: la conclusión de la construcción de la CTPC antes de que terminara el segundo mandato de Danilo. Todos los que lo vieron desempeñarse como administrador del proyecto termoeléctrico más grande que haya sido ejecutado en el país, quedaron realmente asombrados con la capacidad de trabajo y la inteligencia de quien terminó convirtiéndose en el recurso humano más efectivo, eficiente y transparente de los 8 años de los gobiernos de Medina. Quienes no se asombraron fueron los conocedores de la inmensa capacidad de trabajo y perseverancia de su padre, Carmelo, y la colosal inteligencia de su madre, Pilar, la mejor bachiller del Instituto de Señoritas Salomé Ureña y de República Dominicana en 1954.
El joven de la Duarte con Ruiz sabía que Punta Catalina era un proyecto de la nación, no de un gobierno, presidente o partido. Con sus conocimientos, no sólo deslumbró a los ingenieros italianos y brasileños pertenecientes al consorcio contratista y a los técnicos de General Electric, Babcock & Wilcox y Hamon Corporation, sino también a las empresas suplidoras de carbón que lo vieron dirigir las licitaciones de compra del combustible de la CTPC, para la cual el economista, en poco tiempo, se convirtió en un experto en las propiedades químicas y físicas de la gran variedad de carbones que podía quemar las calderas fabricadas por Babcock & Wilcox. Aunque nunca favoreció el modelo de economía centralmente planificada, el joven sabía que para una empresa dependiente de insumos cuyos precios generalmente siguen procesos estocásticos no estacionarios, la planificación con modelos de programación dinámica resultaba fundamental. El economista-matemático, sin embargo, no era un adicto a la teoría pura. Por eso, abrazó la experiencia, la sabiduría y la genética negociadora de Don Pepín Corripio, de quien escuchó plantear y recomendar el modelo de subasta inversa en los procesos de licitaciones públicas: una vez listadas y ordenadas las mejores ofertas, el comprador da apertura a una o varias rondas para que los vendedores mejoren sus ofertas, lo que permite al comprador obtener el menor precio posible en la medida que los vendedores se socavan mutuamente.
Las licitaciones realizadas se organizaron con suficiente tiempo de antelación, para evitar las sorpresas, ruidos y perturbaciones que en ocasiones afectan a los mercados de commodities. En otras palabras, se compró carbón con anticipación, a través de contratos, y no con el agua al cuello, en transacciones relámpago en el mercado spot. ¿Qué beneficios reportó a la nación la compra organizada y sin sobresaltos del carbón durante las licitaciones abiertas, transparentes y “corripiadamente” competitivas que dirigió el hombre de la Duarte con Ruiz? Compare el precio que pagó Punta Catalina a vencimiento de factura con el precio del mercado spot en esa misma fecha y comprobará que en la compra de los 3.29 millones de toneladas métricas de carbón que la central termoeléctrica recibió en los 54 embarques despachados por Xcoal, República Dominicana se ahorró 151.1 millones de dólares.
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