Mienten: Los bancos están quebrados y bajo una regulación defectuosa
Las autoridades de Estados Unidos y Europa no paran de repetir en los últimos días que el sistema bancario es sólido y que no hay que preocuparse porque están preparadas para evitar que pueda tener problemas.
Es mentira.
Los bancos de todo el mundo están quebrados por definición. Es materialmente imposible que puedan devolver a sus clientes el dinero que estos tienen depositado en sus cuentas por la sencilla razón de que no lo tienen. Si los bancos no caen es porque consiguen hacer creer a sus clientes que pueden tener confianza en ellos y no ir rápidamente a retirar su dinero. Cuando la pierden, como ha pasado últimamente con varios bancos de Estados Unidos o con el Credit Suisse, enseguida se vienen abajo.
Pero ni siquiera eso es lo peor.
Como añadidura, las inversiones que los bancos llevan a cabo con el dinero de sus clientes son cada día más arriesgadas. Lo colocan (sin informarles, en la inmensa mayoría de las ocasiones) en negocios puramente especulativos y, una buena parte de ellos, incluso en la sombra; es decir, al margen de todo tipo de control. Tanto, que ni siquiera los incluyen en sus balances, tal y como reconoció el Banco Internacional de Pagos en un informe reciente en el que señalaba que los bancos tienen deuda oculta por valor diez veces mayor que el de su capital.
En concreto, la banca internacional realiza la mayor parte de su inversión en los llamados derivados. Dicho de la manera más sencilla y clara, estos son simplemente unos productos financieros concebidos para apostar tomando préstamos porque, efectivamente, el sistema financiero se ha convertido en un inmenso casino, tal y como lo definió el premio de Economía del Banco de Suecia Maurice Allais.
Aunque es muy difícil saber exactamente la cifra de ese negocio, pues la mayoría de los intercambios se realiza de forma privada, las estimaciones van desde los 600 billones (millones de millones) de dólares del Banco Internacional de Pagos, hasta los 1.000 billones. Esta es la auténtica bomba de relojería sobre la que está sentada la banca internacional. La que aún no ha explotado pero que explotará irremisiblemente y con consecuencias difíciles de imaginar si los gobiernos y bancos centrales siguen permitiendo ese negocio, como hasta ahora.
Supuestamente, quienes operan con derivados lo hacen para defenderse ante el cambio en algún tipo de circunstancia (tipo de interés, prima de riesgo, quiebra, incumplimiento de pago…). La realidad, sin embargo, es que se utilizan para especular, aprovechando los cambios en esas mismas circunstancias que los grandes operadores pueden provocar a su conveniencia. Y eso es lo que puede dar lugar a gravísimos problemas si el riesgo inherente a esas operaciones se desajusta en algún momento y perjudica al mismo tiempo a varios operadores. Algo que ocurrirá antes o después necesariamente, por ley de los grandes números y por la naturaleza intrínseca del negocio: si alguien pide prestado para comprar un seguro (un derivado) por el cual cobrará si arde la casa de su vecino y, puesto que la casa no es suya, le interesa que arda cuanto antes para cobrarlo. Y de ahí a que sea él mismo quien la incendie puede haber muy poca distancia.
Todos los bancos del mundo están involucrados en este tipo de operaciones (por no hablar del tráfico de armas o de personas o del lavado de dinero que para ellos es peccata minuta o calderilla) y eso quiere decir que unos alimentan constantemente el riesgo que afecta a los demás. Antes o después, cuando se vea afectado uno de los grandes bancos, el sistema comenzará a arder en mucha mayor medida en que ya lo hizo en 2007-2008. Créanme, lo que han visto hasta ahora no es nada en relación con lo que, antes o después, va a producirse.
El riesgo diario de crisis bancaria tiene también que ver con la naturaleza del negocio bancario.
La gente cree que los bancos ganan dinero aceptando depósitos de sus clientes, pero eso no es así. El negocio de la banca es dar préstamos y la clave está en que eso puede hacerlo sin disponer de recursos previos: el dinero que prestan a sus clientes lo crean de la nada, mediante simples anotaciones contables.
Es verdad que los bancos centrales les obligan a mantener en sus cajas una parte de los depósitos o del capital, pero es un porcentaje no mayor del 1% en Europa, es decir, insignificante. Y, además, pueden disponer de él una vez que ya han dado los préstamos, simplemente pidiendo prestado a los bancos centrales.
Ese privilegio es el que hace que la economía mundial descanse (si es que se puede utilizar esta palabra en este caso) sobre otra bomba: la de la deuda.
¿Qué banco va a renunciar a hacer negocio haciendo crecer la deuda si puede obtener el dinero para ganar dinero con ella sin coste alguno?
La consecuencia es doble. Una, que los bancos influyen para que las políticas económicas frenen la generación de ingreso y obliguen a gobiernos, empresas y hogares a endeudarse sin parar, lo cual frena la economía y hace que siempre vaya a trompicones. Otra, que la deuda, gracias al tipo de interés compuesto, crece exponencialmente (una deuda al 4% se duplica en 18 años y al 7% en 10), mientras que la economía normal, la productiva, no puede crecer así, sino más lentamente y con altos y bajos. Eso produce algo que sabemos desde los códigos babilónicos: periódicamente las deudas estallan, es imposible pagarlas y todo se viene abajo, salvo que se anulen por completo.
Y, para terminar, hay un último problema. Funcionando sobre estas bases que acabo de señalar, los bancos se han convertido en el principal factor de perturbación y crisis de las economías modernas. Las autoridades lo saben perfectamente y tratan de establecer controles y normas que impidan que se salgan de madre cada dos por tres a base de inversiones arriesgadas, deuda incontrolable o sencillamente de estafas, como las que provocaron la crisis de 2007. Pero los bancos son las instituciones más poderosas del planeta y no se dejan atar fácilmente.
En Estados Unidos son copropietarios de la Reserva Federal, es decir, participan en la toma de las decisiones, de modo que pueden evitar fácilmente que se adopten las que no les conviene o reducen sus beneficios. En Europa, el Banco Central Europeo está dirigido por exdirectivos de los grandes bancos y quienes no lo han sido saben que pueden terminar en ellos una vez que concluyan allí su actividad (véanse los consejos de administración privados en donde han acabado los antiguos gobernadores del Banco de España, sin ir más lejos).
Sirva un solo ejemplo de lo que digo: para evitar que la quiebra de hecho de los bancos se refleje claramente, se les permite que valoren sus activos, en sus balances o a la hora de pedir préstamos o ayudas, a los precios que más les convengan y no a los actuales, los de mercado. Una práctica fraudulenta que obviamente no se permitiría a ninguna empresa o persona individual.
Gracias al poder que tiene, la banca actúa sabiendo que cualquiera que sea su mala práctica recibirá la ayuda necesaria cuando, por su causa, se encuentre en dificultades. Ayuda que, naturalmente, se le da siempre a cuenta del resto de contribuyentes.
Y el poder absoluto del que goza le permite, además, poner a su disposición a las auditoras, medios de comunicación, políticos y académicos en todo el mundo con el único fin de tapar su praxis peligrosa y fraudulenta y el riesgo que constantemente genera al resto de la economía.
No exagero: la auditora KPMG dio su visto bueno a las cuentas de los bancos Silicon Valley Bank y Signature solo dos semanas antes de su caída; la revista Forbes acababa de incluir a Silicon Valley entre los mejores bancos del planeta, y los más grandes del mundo (Deutsche Bank, HSBC, Santander, Citibank…) han sido condenados y multados en numerosas ocasiones (eso sí, con cantidades irrisorias) por lavado de dinero, fraude fiscal, fraudes bancarios, obstrucción a la justicia, mal asesoramiento a sus clientes, manipulación de tipos de interés… o han sido considerados responsables de la crisis de 2007-2008, sin que nada les haya pasado después.
Las reformas legales que se debían haber puesto en marcha después de esa última crisis y que las autoridades anunciaron a bombo y platillo o no se han aplicado o se han aplicado con alcance muy insuficiente. Los bancos pueden más que los gobiernos y les obligan a dejarlos actuar bajo una regulación defectuosa, porque les permite actuar como he explicado. Sabemos que, hasta ahora, los han dejado actuar prácticamente a sus anchas. La incógnita es si, cuando todo estalle, van a disponer de agua suficiente para aplacar el incendio. Lagarde dijo ayer que sí pero sabe perfectamente que si la crisis proviene de los derivados será materialmente imposible apagar el fuego.
Sólo los ingenuos y mal informados pueden creerse lo que nos están diciendo los irresponsables dirigentes de los gobiernos y bancos centrales: el sistema bancario no es sólido sino una bomba que va a explotar, lo malo de la crisis bancaria está por llegar, es inevitable si persisten en las medidas que están tomando y, como explico en mi último libro Más difícil todavía, lo malo es que no solo será bancaria sino que afectará a todas las empresas y al conjunto de la economía.
Infórmense bien, lean, descubran las numerosas alternativas que los economistas críticos ofrecen para que el sistema bancario sea estable, seguro y accesible, y no dejen que les quiten su dinero delante de sus narices.