¿Estamos al final de la pandemia? ¿el ómicron como el punto final de ella?

27-01-2022
Economía y empleos
Público, España
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Me preocupa en gran manera que se está reproduciendo y expandiendo a los dos lados del Atlántico Norte una postura sobre cómo responder a la pandemia (que en Estados Unidos había sido promovida por el entonces presidente Trump) que consiste en dejar que la gran mayoría de la población se contagie con el virus hasta que se alcance lo que se conoce como «inmunidad de rebaño» (es decir que la mayoría de la población alcance el nivel de inmunidad al COVID-19 como resultado de haber sido contagiados y caer enfermos, desarrollando así las defensas contra el virus). Ello implica que mucha gente (y sobre todo los más vulnerables, incluyendo grandes sectores de la población anciana) morirá, realidad que debería aceptarse como el coste necesario para alcanzar la deseada inmunidad y con ello recuperar la normalidad.

Ni que decir tiene que este proceso de alcanzar la inmunidad de rebaño lleva su tiempo y puede durar varios años. Pero por suerte (dicen ahora tales proponentes de alcanzar la libertad a través de la inmunidad de rebaño) la variante nueva -Ómicron- es tan expansiva que ya en cuatro semanas ha alcanzado a todo el mundo, y que debido a su velocidad podríamos quizás lograr la deseada inmunidad de rebaño en solo cuestión de semanas. Se habla ya de febrero o marzo. En realidad, más del 50% de la población europea estaría ya infectada y por lo tanto estaríamos ya a la vuelta de la esquina para alcanzarla. Ello transformara la pandemia COVID-19 en algo parecido a una gripe, lo cual nos permitiría alcanzar la normalidad ya en cuestión de meses. La nueva variante está pues, facilitando que en cuestión de semanas podamos ya volver a la normalidad.

La versión progresista de cómo alcanzar la inmunidad de rebaño

Hay una versión de esta postura que está siendo adoptada por sectores de las izquierdas deseosas de alcanzar esa ansiada normalidad, mediante la conquista de la inmunidad de rebaño, lograda, no sólo por contagio, sino también a través de la vacunación, lo que podría reducir el tiempo necesario para alcanzar tal inmunidad, al incrementarse el número de personas inmunizadas vía vacunación. En esta versión, como en la anterior, se celebra la aparición de la nueva variante pues a través del enorme incremento de la enfermedad y de la consiguiente inmunidad que obtienen los que sobreviven la pandemia, permite llegar más rápido a la inmunidad de rebaño. Desde entonces, la mayoría de la gente ya estaría inmune frente a toda nueva variante pues esta encontraría ya una población inmunizada, pudiéndose así recuperar la normalidad.

Los errores de estas estrategias

Varios son los errores de estas estrategias. El mayor, como lo ha señalado el Dr. Fauci, (director del U.S. National Institute of Allergy and Infectious Diseases y asesor principal del Presidente Biden), es asumir que la nueva variante va a proveer inmunidad frente a cualquier otro tipo de variante que pueda aparecer de nuevo. La inmunidad que se origina a través del Ómicron no és, sin embargo, seguro que vaya a proteger frente a futuras variantes del virus. En realidad, es probable, de que no lo haga, pues una característica de este virus es su enorme variabilidad, desconocida en otros virus, lo cual incluso dificulta la producción de vacunas para que estas puedan proteger frente a todas las posibles variantes del virus por venir. La mayoría de virus son como el del sarampión, que apenas varía y por tanto permite que su vacuna ofrezca una inmunidad por largo tiempo, pero no así en este virus. Es más, esta variabilidad explica que la inmunidad de la vacuna disminuya más rápidamente que en otros virus más estables, como se ha visto en el hecho de que para conseguir la inmunidad deseada se ha tenido que complementar la primera dosis de las vacunas más eficaces (Pfizer y Moderna) con otras dos dosis en un tiempo relativamente corto.

Cuál será el futuro

Es muy probable que tengamos pandemias con mayor frecuencia de las que hemos tenido hasta ahora (una vez en un siglo). En realidad, la actual es la única pandemia que hemos tenido a nivel auténticamente mundial, y las causas que las determinaron y/o cronificaron (la globalización de la actividad económica y las políticas económicas neoliberales dominantes que la determinan, basadas no en solidaridad sino en acumulación y concentración sin limites de la riqueza, nunca tan acentuada como ahora, así como los movimientos migratorios y turísticos mundiales, y la proximidad entre el mundo animal y el humano) facilitan la reproducción de estos fenómenos. La pandemia ha mostrado los enormes déficits de este orden (en realidad: desorden) internacional. No puede resolverse la pandemia manteniendo el orden internacional tal como está. Es irreal. Lo dijo Fauci con toda claridad, hace unos días, en el lugar que podemos llamar «el vaticano del neoliberalismo» -DAVOS, durante el primer momento de su intervención: «Ustedes no podrán estar salvos a no ser que los estén todos los demás». Esta frase aplica tanto al orden internacional como al orden nacional. Fauci les informó que Estados Unidos, el país más rico del mundo (y con una de las riquezas peor distribuidas) muestra que las cifras de la pandemia están entre las más altas del mundo. Y su seguridad no existirá, hasta que no haya una respuesta global a un hecho que es global. De nuevo, como acentuó Fauci, «no podemos terminar con la pandemia y que el virus se convierta endémico en un país, mientras el resto del mundo lidia con la pandemia. Así no és como funciona». Se necesita concienciarse de que se requiere un cambio muy notable de la situación económica, social, y política a nivel mundial y a nivel local para poder mantener y controlar la pandemia, para transformarla en endemia y volver a una normalidad que tendría que ser distinta a la que existió en la época pre pandémica.

Condiciones para conseguir la gripalización

De ahí que la deseada conversión de la pandemia en un fenómeno semejante a la gripe (lo que se llama la gripalización de la pandemia), no ocurrirá a no ser que cambios más significativos de los que se están considerando se realicen. Llegar a la normalidad exige mucho más que la reproducción de la normalidad pre-pandémica. En realidad, esta última ya no es factible, pues su persistencia es la garantía de la continuidad de las pandemias. Lamentó que, en los debates de «los expertos sobre pandemias», en los medios de información convencionales, como la Sexta Noche, se centran en temas necesarios pero que son insuficientes para explicar por qué unos países lo estén haciendo mejor que otros en controlar la pandemia y conseguir menor mortalidad acumulada por millón de habitantes debido al COVID-19 desde su inicio hasta ahora. Me estoy refiriendo a las variables de orden político y social que configuran el tipo de políticas públicas que se hagan en uno u otro país.

Los países de orientación liberal, cómo Estados Unidos y la Gran Bretaña, iniciaron su respuesta a la pandemia favoreciendo la estrategia de alcanzar la inmunidad a través primordialmente de facilitar la extensión del contagio para alcanzar la inmunidad generalizada, llamada «inmunidad de rebaño». Estos países han tenido una mortalidad acumulada por COVID-19 muy elevada. En cambio, en el otro polo, el de mortalidad muy baja, encontramos países que han dado prioridad al intervencionismo público a través de las medidas salubristas, sanitarias, y sociales que garantizan el derecho a la vida y al bienestar, como ha sido Noruega, gobernada primordialmente por gobiernos progresistas de vocación redistributiva desde la Segunda Guerra Mundial (que es uno de los países con menores desigualdades por clase social y por género en Europa). Los números hablan por sí mismos. La mortalidad acumulada por COVID-19  ha sido 10 veces en el caso de Estados Unidos, y 9 veces en el caso de la Gran Bretaña, mayor que Noruega (La pandemia actual: lo que se dice y no se dice de ella, V. Navarro, Público 18/1/22).

España ha mostrado su gran éxito en la velocidad que ha vacunado a la ciudadanía, una de las más altas en Europa. Pero a pesar de ello la mortalidad acumulada ha sido elevada, 7.8 veces la de Noruega, lo cual muestra que la vacunación, aunque muy necesaria, no es suficiente. Se requieren las intervenciones públicas y sociales que empoderan y protegen a la población, tales como el desarrollo equitativo y universal de los servicios de Salud Pública y de los Servicios Sanitarios y Sociales Públicos, todos ellos poco financiados en España. Es conocido que el Estado del Bienestar en España está sub-financiado para el nivel de desarrollo económico que tiene, siendo ello una de las causas de que España sea uno de los países mas desiguales en la Europa Occidental.

La pandemia ha mostrado claramente la naturaleza de estos déficits, pero es sorprendente que no se hable de las consecuencias de estos déficits incluyendo su elevada mortalidad por COVID-19. Un ejemplo claro es el enorme déficit de financiación de los Servicios de Salud Pública, que están incluso más sub-financiados que los muy pocos financiados servicios de Atención Primaria. No puede pasarse a la «gripalización» sin unos servicios de vigilancia mucho más extensos de los actuales existentes en España. Es más, la importancia y relevancia de tales servicios de salud pública es fundamental no sólo en el control de las epidemias, sino en el control de la alimentación, del suministro de agua potable, del aire que se respira, del trabajo que se realiza y de lo que se consume. Como experto en políticas públicas, he trabajado en estos temas asesorando a muchos países por más de cincuenta años, y puede asegurarles que los servicios del Estado del Bienestar en España cuentan con excelentes profesionales, pero escasamente dotados de recursos públicos.  El gasto público per cápita en cada una de estas dimensiones de tal Estado es de los más bajos de la Europa Occidental. Y esta pobreza está basada en una polarización por clase social en el que el 30% de la renta superior del país utiliza los servicios privados y el 70% restante utiliza los públicos, polarización que está dañando tanto a los primeros (los más pudientes), como a los demás (la mayoría de las clases populares), pues su pobreza de recursos afecta a toda la población. Miren los datos y lo verán. La mortalidad por COVID-19 entre las clases pudientes españolas, es mayor que en tales clases en Noruega, y eso no se debe a que Noruega sea más rica, sino a que tiene menos desigualdades de renta y propiedad. Esto es lo que las fuerzas conservadoras y liberales no captan. Sus ideologías les dificulta conocer la realidad. Nunca parecen entender que la solidaridad es más eficaz y eficiente que el egoísmo individualista masificado por el sistema económico actual, incrementando las desigualdades sociales que están obstaculizando la resolución de la pandemia. Así de claro.