La Navidad integral

25-12-2022
Cultura
Ojalá, República Dominicana
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“… Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo:  que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.  Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.  Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, ¡Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”

 Lucas, 2: 11-14 (Edición Reyna-Valera 1960)

Posiblemente ninguna otra festividad sea celebrada de manera tan uniforme como lo es la natividad de nuestro señor. En todas las culturas, en todas las lenguas, en todas las épocas, la navidad es una fiesta que aglutina a las familias, a los miembros de las colectividades, a los comerciantes, a los cantantes, a los artistas, a los diseñadores, a todos los eslabones de la sociedad.  Pero tanto la navidad como fiesta sagrada, como la navidad como momento de paroxismo comercial de la temporada, está atravesando por grandes sacudidas en sus raíces.

 Su lugar de nacimiento desde el punto de vista geográfico es todo un rompecabezas teológico, pues el nacimiento del señor ocurre como hecho físico, en un territorio que, al momento de recibirlo, ya presentaba convulsiones sociales y políticas.   Su venida anuncia el nacimiento del salvador del mundo y el regocijo de la providencia con los hombres de buena voluntad, pero fue recibido y juzgado por una sociedad que no entendió su mensaje de amor y que aún hoy, todavía se muerde la cola, en una circularidad viciosa, de violencia, ingratitud, negación y fanatismo. 

Nada ha valido el simbolismo de nacer en un pesebre, él, que es «rey de reyes y señor de señores». Nada ha valido el ejemplo de venir a cumplir la ley y no a transgredirla, él, que nació del Dios vivo, creador de cielos y tierra y de quien se necesita el permiso, para que una hoja caiga en otoño, o una nube se desgrane en aguacero. Nada ha valido su prueba de humildad, de comer con los infieles, lavarles los pies a los alumnos, ser justo con la pecadora o cenar en la casa de un recaudador de impuestos. Los que los seguimos nos empeñamos en tener las pompas que él rehusó y sentarnos primeros a la mesa, cuando a los llamados se le niega la puerta de entrada.  Tampoco ha valido su mensaje de acción basándose en dar sin recibir, a no escribir libros, sino hablarle “cara a cara” a los sedientos de la palabra tierna, a no tener ejército ni espada, que impongan sus verdades, sino poner la mejilla para que la verdad se imponga sola.

Hoy que con más dos mil años de ver su ejemplo y escuchar su palabra, nosotros pedimos prueba sobre prueba de su amor como si fuera un rigor científico, mientras negamos la convicción del centurión que no pidió la prueba del milagro, sino la promesa contenida en su palabra.

Duele ver la parafernalia en torno a su nacimiento como hecho físico, como lacera la ceguera en torno a su nacimiento diario. Porque la natividad es a fin de cuentas un milagro repetido del amor. Dios nace cada vez que cumplimos nuestro deber de padre, nuestra obligación de hermanos, nuestro mandato de amigo, nuestra obligatoriedad de ciudadano, nuestra responsabilidad compartida de miembro de la raza humana.

Por eso debemos de ejercitar nuestra celebración navideña, reinventarla como mito y como realidad, rediseñar nuestro espíritu de festejo y ampliar la cobertura de nuestras alegrías. Que por cada bombilla que adorne nuestra casa, demos una bendición por lo recibido y lo por recibir.  A cada tarjeta navideña que enviemos, agreguemos al mensaje un “Dios te bendiga”, por cada regalo bajo el árbol de pino de nuestra sala, demos un abrazo sanador a quienes se sienten abandonados en la cuesta abajo de la vida. En cada bocado que degustemos en la mesa con nuestra familia, pidamos de corazón que no le falte comida al resto de nuestros hermanos.

Quizás así, el Nacimiento sea enteramente cierto y no este dolor que presumo en la cara del que vino a ser mediador entre el Padre y los mortales. Cada fusil que apunta al pecho de nuestro semejante es sin duda una daga que se encona en el pecho omnisciente del creador. Cada niño que deambula sin hogar, sin asistir a la escuela, sin haber comido, es un pequeño Dios que procura que lo veamos en ese, que excluimos con nuestras ambiciones.  

La navidad no será definitiva hasta que sea justa y proporcional para todos. Es apenas una ración de felicidad que ofende a quien la inspiró con su llegada. Pero, aunque unos mueran por hartazgo y otros por carencia, debemos celebrarla en su honor con júbilo sincero y con conocimiento de causa.

Festejarla con la esperanza de ser mejores y con la voluntad de lograr la igualdad social, que anuncia la igualdad espiritual ante el Dios verdadero. Solo compartiendo la alegría seremos acreedores de la felicidad, pues la vida es un don que compartiéndolo es que se merece.  

Esta navidad nos encuentra en un mundo convulso, entre guerras fratricidas, hambrunas y enfermedades. A mitad del desasosiego de no saber si despertaremos en medio de una hecatombe mundial o de un cataclismo de la naturaleza. También la Navidad entraña la certeza inequívoca de que Dios aún confía en la capacidad de regeneración de sus siervos. Celebremos con la convicción de que nuestra ventura tiene por costo, que los demás también alcancen la dicha. Nadiedebe reír completamente si olvidaque el que llora a sulado, no es el «otro», es su hermano.