Las diez películas más vistas que te recomiendan no son las más vistas
Estados Unidos está dibujando con su mano derecha el boceto de una teocracia del siglo XXI. No ha caído como un meteorito ni es fruto de coincidencias como en un naufragio. Viene larvándose desde la caza de brujas de MacCarthy y con Reagan lograron incluso que James Bond se casara. Desde la literatura se lanzaron alertas tempranas, igual que desde el cine. También la ciencia política crítica hizo sus deberes, no tanto el común de la academia. Pero la racionalidad del neoliberalismo está construida con los mimbres de la guerra fría. Las constelaciones que dibuja están cerradas y blindadas. Una racionalidad que no escucha nada que le importuna. Mira mi lista: tienes que ver lo que yo te diga. Es lo que te conviene.
Esa teocracia va a ser aún más terrible que las de siglos anteriores e incluso que la de los talibanes, porque es una teocracia cibervigilante. ¿No conviven acaso los Estados Unidos en plena armonía con las teocracias sauditas? Las oligarquías norteamericanas –entre ellas PayPal, Facebook, Amazon, Apple o Google, las mismas que cercaron a Julian Assange por contarle al mundo las atrocidades que comete la teocracia norteamericana tomando en vano el nombre de los derechos humanos- van a vigilarnos en sitios insospechados. De momento, las mujeres norteamericanas ya están borrando datos de las redes sociales, especialmente las apps que hacían seguimiento de las menstruaciones: pueden ser usadas como prueba delante de un tribunal ahora que el aborto ha sido cercenado por los jueces del Santo Tribunal Supremo de la Inquisición. Los jueces de la horca contra la democracia. Cuidado mujeres con lo que contáis en Instagram, Facebook, Twitter o Tik-Tok.
La Iglesia de Santa Lucía, en las afueras de Tegucigalpa, tiene una arquitectura colonial típica. Sus dos modestas torres y su fachada blanca contrastan con la espesura de los verdes de las colinas que rodean a la capital de Honduras. En las elecciones presidenciales de noviembre de 2021, el Partido Refundación y Libertad (Libre) ganó las elecciones, derrotando a los golpistas que creían que podían conseguir por los votos lo que solo habían conseguido por las balas.
Doce años después del golpe que tumbó a Mel Zelaya en 2009, tras una dictadura ocultada durante más de una década, Xiomara Castro, compañera del depuesto Zelaya, sería nombrada presidenta del país centroamericano. Estados Unidos, que auspició el golpe, perdía a un aliado-era presidente Obama y Hillary Clinton su ejecutora-.
Honduras no ha estado en el radar, pero es parte relevante de la marea rosa que está regresando a América Latina. El último presidente de la dictadura, Juan Orlando Hernández, aliado de Washington, fue extraditado en abril de 2022 a los EEUU, donde deberá dar cuenta de acusaciones de narcotráfico, penadas con cadena perpetua. En Honduras saben que, además de asesinato, de narcotráfico también es culpable. Que el Chapo Guzmán, igualmente preso en una cárcel gringa, lo haya declarado su aliado le augura un negro futuro. Dejó una tasa de pobreza en Honduras del 70%.
En las afueras de Tegucigalpa, sobre una colina, Santa Lucía, una antigua ciudad minera, se ha convertido en un refugio de los ricos a los que la capital hondureña les agobia con su tráfico endemoniado y su abandono de siglos. También suben muchos capitalinos a casarse en el hermoso cabildo y disfrutar del día de boda mirando a Tegucigalpa casi desde las nubes. Recordaba López Obrador las palabras del colombiano José María Vargas Vila, válidas para todas las élites del continente americano: antes de asesinar, bañan el puñal en agua bendita.
En esa iglesia colonial hay un cuadro emblemático con una historia peculiar. Se trata del cristo de las ánimas. Un cuadro barroco donde un cristo crucificado, flanqueado por la Virgen y San José, se eleva desde su cruz sobre las cabezas de unos suplicantes que reclaman ser salvados del infierno y también autorizados a vivir la vida eterna al lado del Señor.
Me cuenta el ministro de Desarrollo Social del Gobierno de Xiomara Castro, el historiador José Carlos Cardona –el Gobierno tiene muchos historiadores y muchos jóvenes-, que estudios recientes demuestran que los rostros de los penitentes tenían muchas diferentes capas de pintura. Ese mismo cuadro se repite en varios sitios con historia colonial. Al parecer, era un mecanismo disciplinador que buscaba garantizar financiación al acabarse los fondos de las indulgencias por culpa de la Reforma protestante. Los paisanos que no pagaban a la iglesia, veían el domingo al ir a misa su rostro en el cuadro y, aterrorizados, iban a reclamar al sacerdote:
-Padre, ¡cómo puede haber aparecido ahí mi humilde cara!
-No sé hijo. Los caminos del Señor son inescrutables. Quizá hayas hecho algo que no le ha gustado a Dios. ¿Pagaste ya el diezmo?
Y pagaban. Vaya si pagaban. Y entonces, otro ocupaba su lugar. Un poco de disolvente y el artista, después del algoritmo contable, volvía a dirigir el dron de la época, pincel y óleo, contra el siguiente objetivo.
El catolicismo, y en general las religiones, han solido leerse de manera diferente por los pobres y por los ricos. Es comprensible que, al menos desde el Renacimiento, las clases nobles, leídas e instruidas, con familiares obispos, entrelazadas con los entresijos del poder, perdieran la fe –en Dios y sin duda en su administración-, pero ponían todo el esmero, la universidad, las homilías, el potro y la hoguera para que el pueblo no perdiera ni la fe ni el miedo. Lo resumió impecable Voltaire recordando que aunque le resultaba evidente que Dios no existía, su criado no debía saberlo nunca para que no le cortara el cuello por la noche mientras dormía. Al final, no le hablas igual a Dios con el estómago lleno que con las tripas rugiendo. Paradojas de la fe.
La democracia liberal recuperó esa noble mentira del catolicismo y a lo largo de la historia ha exigido la fe, el temor y la obediencia que ellos no tienen. ¿Cómo si no iban a mandar a los pueblos a las carnicerías de las guerras napoleónicas, a la primera y segunda guerras mundiales, a morir y a matar en Ucrania, a los centenares de guerras que han construido la historia? Diciéndonos qué series y películas son las que tenemos que ver siguen la estela de su escuela.
Los grandes mentirosos del siglo XXI son los medios de comunicación. Por ejemplo, es mentira que las diez series o películas más vistas sean las preferidas del público. Son profecías quizá autocumplidas.
Los grandes mentirosos del siglo XXI son los medios de comunicación. Por ejemplo, es mentira que las diez series o películas más vistas sean las preferidas del público. Son profecías quizá autocumplidas: serán las más vistas porque unos publicistas han dicho antes que son las elegidas por el gran público. Si no las vemos, nuestro rostro ardiendo en la eternidad aparecerá en la pintura.
Es por eso que a un mercenario español que pelea con los ucranianos lo presentan como un joven idealista. Es la gran mentira de las armas de destrucción masiva representada en la sede de las Naciones Unidas para lograr que el mundo apoyara la invasión de Irak y poder robarles el petróleo. Son las conspiraciones contra los nuevos partidos progresistas, horadados cada día desde las mentiras de sus portadas. Es la demonización de Gadafi para justificar su asesinato (como pretendieron, sin éxito, con Chávez, Maduro, Evo Morales, Correa…).
Esta semana se ha publicado en un periódico marroquí que Hillary Clinton y Nicolás Sarkozy decidieron asesinar a Gadafi porque había decidido crear un Banco Central Africano y una moneda panafricana común basada en el dinar libio y respaldada en oro –tenían reservas de 143 toneladas métricas-. Con esta decisión, tanto se sustituía al dólar como al papel hegemónico de Francia en la región. Te asesinan para robarte las riquezas y los medios dicen luego que el problema eras tú por no respetar los derechos humanos.
La representación de la mentira que nos ha convertido a todos en neoliberales o, al menos, en aprendices de neoliberales, lleva ajustándose medio siglo. Después del golpe contra Salvador Allende, Pinochet llamó a Chile a los economistas que estudiaban con Milton Friedman en Chicago. Los chicago boys son sinónimo de la muerte de Dios en la economía, la ausencia absoluta de moral en los libros contables, la entronización de los beneficios por encima del medio ambiente, la dignidad o los derechos humanos. Un año después del golpe, en 1974, la Academia sueca le entregaba el Nobel de economía a Milton Friedman. Es el mercado, idiotas.
Los rostros de los disidentes salen todos los días en ese nuevo cuadro de las ánimas que son los medios. Los diarios dicen todos los días quién está «in» y quién está «out». Los informativos y las tertulias ponen a unos y a otros a la derecha de Dios padre o ardiendo en el infierno.
Los rostros de los disidentes salen todos los días en ese nuevo cuadro de las ánimas que son los medios. Los diarios dicen todos los días quién está in y quién está out. Los informativos y las tertulias ponen a unos y a otros a la derecha de Dios padre o ardiendo en el infierno. Al igual que los pintores religiosos, los nuevos pintores están al servicio de sus pagadores, que dicen quién se salva y quién está desde el principio condenado a las llamas interminables.
El ser humano necesita esperanza. Por eso las religiones no terminan de marcharse ni la racionalidad laica termina de llegar. Junto con las religiones siempre pugnan el castigo y la recompensa. Por eso, en la historia, siempre regresa en algún momento el Sermón de la Montaña y los panes y los peces son sacados con la fuerza de las mayorías de los almacenes de los recaudadores y los nobles, y los comendadores y los intendentes dejan de nadar en la abundancia mientras los pueblos pasan hambre y frío. El paraíso a veces es comer tres veces al día o que no te maten otros que están un poco mejor que tú para que no llegues al cielo europeo. No veas esa película. Desecha esa serie. Salvo que maten en países en donde se están intentando alternativas.
No es complicado imaginar en las trastiendas de los pintores sus grandes obras, originales y vanguardistas en sus bocetos, desafiantes en sus primeras versiones antes que el cardenal o el rey mandara tapar todo lo que permitía pensar al pueblo. La democracia pasa porque hagamos nuestras propias listas de lo más visto. O que nos preguntemos entre nosotros. Crear la gran conversación que antecede al cambio. No creer a los tramposos que nos mienten sobre lo que vemos, sentimos y creemos. En el infierno de las ánimas, convertidos cada uno de nosotros en pintores, empecemos a pintar el rostro de los que dicen que no hay alternativa a tantas desigualdades, tanta depredación, tanta violencia y tanto egoísmo. Una democracia con oleo y con sombrero.