La Generación Z confía más en los ‘influencers’ que en los medios de comunicación
Una adolescente mira seriamente a la cámara, el marco se tambalea mientras coloca su teléfono en ángulo hacia su cara. Un texto superpuesto en su sudadera con capucha comparte una advertencia preocupante: si Joe Biden es elegido presidente de Estados Unidos, «los seguidores de Trump» cometerán asesinatos en masa de personas LGBT y de color. Un segundo título anuncia: «esto de verdad es la tercera guerra mundial».
El vídeo se publicó en TikTok el 2 de noviembre de 2020 y tuvo más de 20,000 me gusta. En aquel momento, decenas de otros jóvenes compartían avisos similares en redes sociales y sus publicaciones atrajeron cientos de miles de visualizaciones, me gusta y comentarios.
Claramente, las afirmaciones eran falsas. ¿Por qué, entonces, tantos miembros de la Generación Z (la etiqueta que se aplica a las personas de entre 9 años y 24 años, que presumiblemente tienen más conocimientos digitales que sus predecesores) creyeron en esa desinformación tan flagrante?
Llevo desde el verano pasado trabajando como asistente de investigación en el Observatorio de Internet de Stanford (EE. UU.), analizando la difusión de la desinformación online. Estudié las campañas de influencia extranjera en las redes sociales y examiné cómo la desinformación sobre las elecciones de 2020 y sobre las vacunas contra la COVID-19 se volvió viral. Y he descubierto que es más probable que los jóvenes crean y difundan la desinformación si tienen una sensación de identidad común con la persona que la compartió inicialmente.
Fuera de internet, a la hora de decidir en qué afirmaciones confiar y a quién deberían ignorar o cuestionar, es probable que los adolescentes se basen en el contexto que ofrecen sus comunidades. Las conexiones sociales y la reputación individual desarrolladas a través de años de experiencias compartidas indican en qué miembros de la familia, amigos y compañeros de clase confían los adolescentes para formar sus opiniones y recibir actualizaciones sobre los acontecimientos. En este escenario, el conocimiento colectivo de una comunidad sobre en quién confiar y sobre qué temas contribuye más a la credibilidad que la identidad de la persona que hace una afirmación, incluso si esa identidad es la que comparte una persona joven.
No obstante, las redes sociales promueven una credibilidad basada en la identidad más que en la comunidad. Y cuando la confianza se basa en la identidad, la autoridad se traslada a los influencers. Debido a que se parecen a sus seguidores y suenan como ellos, los influencers se convierten en los mensajeros de confianza sobre algunos temas de los que no tienen mucho conocimiento. Según una encuesta de Common Sense Media, el 60 % de los adolescentes que usan YouTube para seguir la actualidad recurren a los influencers en vez de a medios de comunicación. Los creadores de contenido que han construido su credibilidad ven sus afirmaciones elevadas al estado de hechos, mientras que los expertos en la materia luchan por ganar terreno.
Es más probable que los jóvenes crean y difundan la desinformación si tienen una sensación de identidad común con la persona que la compartió primero.
El rumor de los planes de violencia postelectoral se hizo viral en gran parte por este fenómeno. Las personas que compartieron esa advertencia fueron profundamente identificables con su público. Muchas eran personas de color y abiertamente LGBT, y sus publicaciones anteriores hablaban de temas familiares como conflictos en la familia y problemas en la clase de matemáticas. Este sentido de experiencia compartida los hizo más creíbles, a pesar de que no ofrecieron pruebas para sus afirmaciones.
Lo que empeoró las cosas fue la sobrecarga de información que muchas personas experimentan en las redes sociales, lo que puede llevarnos a confiar y compartir información de peor calidad. El rumor electoral apareció entre docenas de otras publicaciones en los feeds de TikTok de adolescentes, dejándolos con poco tiempo para pensar críticamente sobre cada afirmación. Cualquier esfuerzo por desafiar el rumor quedó relegado a los comentarios.
A medida que los jóvenes participan en más debates políticos online, podemos esperar que aquellos que han cultivado con éxito esta credibilidad basada en la identidad se conviertan en líderes comunitarios de facto, atrayendo a personas con ideas afines y dirigiendo la conversación. Si bien eso tiene podría empoderar a los grupos marginados, también empeora la amenaza de la desinformación. Las personas unidas por la identidad serán vulnerables a las narrativas engañosas dirigidas precisamente a lo que las une.
Entonces, ¿quién tiene que exigir responsabilidades? Las plataformas de redes sociales pueden implementar algoritmos de recomendación que priorizan una diversidad de voces y valoran el discurso sobre el clickbait. Los periodistas deben reconocer que muchos lectores obtienen sus noticias de las publicaciones en las redes sociales vistas a través de la lente de la identidad y presentan la información en consecuencia. Los legisladores deben regular las plataformas de redes sociales y aprobar leyes para abordar la desinformación online. Y los educadores pueden enseñar a los estudiantes a evaluar la credibilidad de las fuentes y de sus afirmaciones.
Cambiar la dinámica del diálogo online no será fácil, pero los peligros que puede alimentar la desinformación y la promesa de mejores conversaciones nos obligan a intentarlo.