Hablemos de suicidio, ¿para qué?
El suicidio de Verónica Forqué ha desatado una nueva oleada de artículos, comentarios, tertulias, tuits… abordando de alguna manera -unas especialmente desafortunadas y superficiales- este asunto. En los dos últimos años, hemos pasado de ignorar esa realidad, de considerarla un tema tabú a, prácticamente, encontrarla todas las semanas en los medios de comunicación. Vale, hemos roto esa barrera, hablamos de suicidio, pero ¿para qué?
Hace justo dos años, escribí en Posos de Anarquía una artículo titulado Hablemos de suicidio. En aquel artículo ofrecía toda suerte de estadísticas que ya se manejaban y criticaba que España no contara con un plan estatal integral para reducir el número de suicidios.
Desde aquel artículo hasta ahora, se ha hablado mucho de salud mental y suicidio, pero continuamos sin ese plan integral y, todavía peor, seguimos a la cola de psicólogos de Europa: ni siquiera llegamos a 10 por cada 100,000 habitantes, cuando la media europea es de 38.
Hoy en día, se habla y mucho de salud mental y suicidio; toca averiguar ahora para qué, con qué propósito, porque a veces da la sensación de que lo hacemos para etiquetar, para manejar nuevas estadísticas que normalizan, deshumanizan y entierran los hechos en hojas de cálculo. ¿Cuál es la finalidad de abordar abiertamente el tema y qué frutos está dando esa conversación?
Ya no es solo que en el mismo Congreso la derecha se burle de la salud mental gritando «¡vete al médico!»; si bajamos a ras de suelo, resta tanto camino por recorrer… Después del suicidio de Forqué, se han cargado las tintas contra el programa Masterchef, del que otros colegas como David Torres o Pedro Luis Angosto ya habían advertido tiempo atrás -aunque siempre haya personas que tiren balones fuera diciendo que no se había advertido de esta suerte de telebasura-.
Se han vertido críticas por las formas y el fondo del programa, por el hecho, además, de emitirse en la televisión pública, que el día de la triste noticia no tardó en poner tierra de por medio a esa polémica improvisando una programa/homenaje. La burla a la persona distinta, a la vulnerable, a la que se sale de la media… alimenta audiencias porque toda esa mofa es reflejo de lo que se cuece en la sociedad. ¿Cuántas de las personas que estos días se indignan con Masterchef se rieron de Forqué y sus enojos, cuántas la convirtieron en trending topic semana tras semana a costa de eso?
No basta con informar y dialogar sobre salud mental y suicidio; hay que hacerlo con criterio, sin banalizar, sin caer en ese sensacionalismo que termina disfrazando de moda acudir a un terapeuta o un psicólogo -que son cosas bien distintas-.
La distancia entre esas personas famosas que publicitan la ayuda psicológica que reciben para tratar de romper el tabú y aquellas que lo utilizan como un instrumento más de marketing es muy pequeña, tanto como quienes lo hicieron antes con su inclinación sexual.
Las cifras de suicidios diarios del impacto de la pandemia en la salud mental de jóvenes, de personas mayores o que viven solas; de cómo la depresión y la ansiedad está ya a la cabeza de bajas laborales -y no laborales-… han de ir más allá, ahondando en el origen, ampliando las miras hacia el entorno no sólo como factor causal sino como extensión del mismo trastorno que, de un modo u otro, contagia, altera la conducta de quienes rodean, arropan, ignoran o ayudan a quien sufre depresión. Abordar esta cuestión desde la superficialidad, hacerlo únicamente con historias de triste final y no de superación o estancarse en las cifras sin ver todo el dibujo no contribuirá a cambiar una realidad que avanzaba silenciosamente -ya no tanto- y, hasta ahora, inexorablemente.