¿Por qué lidera ‘Los santos inocentes’ las listas de mejores películas españolas?

26-06-2021
Cine
Cine con Ñ
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Unos personajes que reconocemos, nos resultan familiares, y un tema atemporal: la dignidad humana. Estos son los ingredientes de la gran popularidad de Los santos inocentes, que, año tras año, encabeza las listas de mejores películas españolas de todos los tiempos. Es un drama rural que nos acerca a las vidas de dos familias. Pone en escena realidades paralelas y dicotómicas. Por una parte, la de los criados y, por otra, la de los dueños de un cortijo extremeño, localización explicitada por la propia película, basada en la novela del mismo título de Miguel Delibes.

Los contextos del filme son decisivos para entender su popularidad. Ambientado en la década de 1960, durante el segundo franquismo, Los santos inocentes se estrenó en 1984, en los inicios de la joven democracia. Su lectura en clave política, como crónica de las relaciones de poder durante la dictadura franquista, adquiere gran importancia para una generación de españoles que experimentó la represión de la dictadura y también la apertura de la transición democrática. Les confronta con su pasado reciente, con su propia historia.

Sin ser militante y apelando a valores humanos universales, Los santos inocentes consigue que los espectadores asistan a un relato con el que se identifican y emocionan. Quienes experimentaron la época retratada, la reconocen y viven el filme como propia; como si mirasen, a través de una máquina del tiempo, al espejo de sus días pasados. Por otro lado, quienes no vivieron esos días hoy reconocen en la película un pasado al que no quieren volver.

En este universo fílmico el poder lo ejerce un sádico dictador, uno de los dueños del cortijo en el que transcurre gran parte de la acción. Se trata del “señorito Iván”, interpretado por Juan Diego. Acata sus órdenes una familia de criados que sobrevive en condiciones de miseria. Paco ‘El Bajo’ y Régula, personajes interpretados por Alfredo Landa y Terele Pávez, viven con sus hijos, Quirce (Juan Sachez), Nieves (Belén Ballesteros) y ‘la Niña Chica’ (Susana Sánchez). Completa este retrato de la España profunda, Azarías (Paco Rabal), el hermano de Régula.

Camus retrata a sus personajes con una mirada antropológica. Nos traslada a un cortijo que funciona como metáfora del engranaje social en la dictadura franquista. De esta manera, se ponen en escena los imaginarios que asociamos a esta época pasada. Las imágenes de la película tienen unas constelaciones que suscitan un tiempo antiguo e irrespirable. En el interior de las viviendas, donde conviven los dueños y sus familiares, encontramos los hechos culturales y materiales: cuadros, jarrones, espejos, juegos de té, y un largo etcétera de elementos a los que no tienen acceso los criados, que viven en el exterior, en chabolas desprovistas de bienes materiales y compartiendo espacio con los animales.

Destaca Azarías y su relación con la naturaleza, con la que en ocasiones casi se mimetiza. Sus emociones se vinculan a las aves que son empleadas como señuelos para la caza. De ahí el leitmotiv de Los santos inocentes, “Milana bonita, Milana bonita”, con el que se dirige a ellas, sus compañeras, a las que alimenta y acaricia con una ternura e inocencia propias de la infancia.

Por otro lado, los espectadores asistimos atónitos a la relación entre el señorito Iván y Paco, que está basada en la dialéctica del amo y el esclavo. El primero da órdenes y el segundo las acata, sin posibilidad de réplica. La humillación a la que somete a Paco provoca que a los espectadores nos repugne el personaje del señorito Iván. Tanto es así que nos encontramos a nosotros mismos deseándole ser sometido al mismo maltrato que él ejerce y, quizá, hasta algo peor.

Los personajes jóvenes, Quirce y Nieves, introducen una ruptura en el relato. Ambos deciden no seguir los pasos de sus padres, manifestando el principio de un cambio en el orden establecido. De nuevo, destaca el uso de la metáfora política. En este caso, se pone en escena la decadencia del franquismo, un régimen que acaba y no se va a reproducir. Por ello, Quirce rechaza, de forma sutil, aceptar dinero del señorito Iván. No lo llega a explicitar pero con su gesto viene a decirle: «nada acepto de ti, porque nada quiero deberte, no voy a acceder a la jerarquía que impones». Tanto él como Nieves se van, abandonan el cortijo para buscar otro lugar en el que construir sus relatos.

El clímax final de Los santos inocentes ocurre cuando Azarías, fiel a sí mismo y a su orden natural y social, que no es exactamente ni el del amo, ni el del esclavo, da rienda suelta a sus impulsos y comete un asesinato que el espectador, ya hastiado, no puede más que aplaudir. Se dispara un elemento incontrolable en el personaje, que, al mismo tiempo, puede interpretarse como un acto de justicia.

Begoña Gutiérrez Martínez (@beggmartinez)