‘Mar adentro’, la película que cambió la mirada social hacia la eutanasia
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Begoña Piña
«La eutanasia es un tema que terminará legislándose y nosotros queríamos contar una historia con un material humano. Personalmente, creo que la vida de Ramón Sampedro le pertenecía a él». Era septiembre de 2004, el cineasta Alejandro Amenábar confiaba en que el sentido común de la democracia terminara aceptando que la muerte digna es un derecho esencial, tanto como vivir con dignidad.
Han pasado diecisiete años y se ha conseguido. Este jueves, el Congreso de los Diputados, por fin, ha aprobado la regulación que permite el suicidio asistido.
La historia de Ramón Sampedro que acudía cada día a las páginas de los diarios y a los informativos de televisión se hizo mucho más grande gracias al cine con Mar adentro, la película de Alejandro Amenábar que protagonizó Javier Bardem.
Un Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa, un Premio Especial del Jurado y la Copa Volpi al Mejor Actor, los galardones a Mejor Dirección y Mejor Actor de los Premios del Cine Europeo, nada menos que catorce Premios Goya… dieron una relevancia crucial a un tema, la eutanasia, que se miraba de refilón todavía en España.
Ramon Sampedro
Bardem, que ya era una estrella internacional, mostró a todo el planeta, con resonancias especiales en nuestro país, la situación emocional de Ramón Sampedro, un hombre, tetrapléjico, obligado a vivir postrado en su cama, que lideró la batalla por la legalización de la eutanasia. Finalmente, consiguió quitarse la vida sin implicar legalmente a los que le ayudaron a ello. Su determinación fue, sin duda, un ejemplo necesario, que los miembros del Gobierno de Rodríguez Zapatero quisieron apoyar, lo que hicieron acudiendo al preestreno de la película en Madrid.
«Me pregunté hasta qué punto no estaba utilizando el dolor de alguien para un entretenimiento. Pero la respuesta es que ese dolor era el que teníamos que mostrar para que nadie más muriera en soledad. Al final de la escena rompí a llorar. No podía más». Javier Bardem confesaba así sus dudas entonces sobre el trabajo en aquella película, con la que, probablemente, ayudó de una forma definitiva a conseguir un cambio en la mirada de la sociedad hacia la eutanasia.
“Un crimen cultural”
Una película sobre la muerte, «pero desde el punto de vista de la vida», repetía Alejandro Amenábar cada vez que le preguntaban por Mar adentro, que volvió a insistir en ello en Venecia y en la gala de los Oscar en Hollywood. Una noche, ésta última, en que el azar (o tal vez, la necesidad social de abordar el tema) hizo que otra inmensa película, Million Dollar Baby, se alzara con el Oscar.
«Papá decía que luché para entrar en este mundo y que lucharía para salir de él», decía Maggie Fitzgerald (Hillary Swank) en el filme de Clint Eastwood, una conmovedora y potentísima reclamación por el derecho a morir dignamente, que cabreó tanto a los conservadores de Estados Unidos que iniciaron una campaña agresiva y cargada de insultos contra la película y contra el cineasta. Llegaron a acusarle de haber cometido un «crimen cultural comparable al de Bill Clinton de haber llevado el término ‘sexo oral’ a las cenas de Estados Unidos».
Máquina de ‘autoeutanasia’
Estas dos películas han sido herramientas indispensables en la consecución de la aceptación social de la eutanasia. Mar adentro y Million Dollar Baby lograron que millones de ciudadanos del mundo comprendieran la humanidad y la necesidad de la dignidad también en la muerte. Antes, otros títulos se habían detenido en esta situación, pero nunca habían conquistado tal éxito.
Ocurrió con Mi vida es mía, una adaptación de la obra teatral de Brian Clark que recibió magnífica críticas en Broadway y después en las salas de cine, aunque no le acompañó una buena asistencia de público. En ella, Richard Dreyfuss interpretaba a un escultor que un día tenía un accidente de coche y quedaba completamente paralizado. La película revelaba la agitación en este hombre obligado a plantearse si no era mejor acabar con su vida que seguir viviéndola de esa forma.
Mucho más eco se hizo con La fiesta de despedida, película de Tal Granit y Sharon Maymon, que ganó el Premio del Público en el Festival de Venecia y la Espiga de Oro en la Seminci de Valladolid, y que planteaba el debate sobre la eutanasia desde la tragicomedia. Un divertido grupo de ancianos ayudaba a morir a los demás con una máquina de autoeutanasia, que se hacía muy popular en la residencia donde vivían.
Entonces, los directores ponían sobre la mesa una peliaguda cuestión, una molesta repetición de la historia cuando se trata de derechos fundamentales: «Si tienes dinero, tienes una muerte digna». La aprobación hoy en el Congreso de la regulación de la eutanasia acabará con esta injusticia. En España a partir de ahora se incluirá, como una nueva prestación en el Sistema Nacional de Salud, la ayuda médica para morir.