«Con amor y furia», mucho más que un triángulo amoroso
CON AMOR Y FURIA 8 PUNTOS
Avec amour et acharnement, Francia, 2022
Dirección: Claire Denis
Guion: Christine Angot y C. Denis, sobre novela de la primera
Fotografía: Eric Gautier
Música: Tindersticks
Duración: 116 minutos
Intérpretes: Juliette Binoche, Vincent Lindon, Grégorie Colin, Issa Perica, Bulle Ogier.
Estreno de hoy en Atlas Patio Bullrich, Belgrano Multiplex y simultáneos.
Si el cine fuera solo cuestión de “argumento”, Con amor y furia sería una película más. Una de triángulo amoroso, con sus altas y bajas sentimentales, sus dudas y clandestinidades, sus pasiones y sus odios. Nada nuevo. Pero el cine no es cuestión de “argumento” sino de puesta en escena, y la puesta en escena pasa por los ritmos y tiempos narrativos, el modo en que se muestra cada fragmento, la elección de los planos, encuadres, transiciones de montaje. Es allí donde la película de Claire Denis –que le valió a la realizadora el Premio a la Mejor Dirección en el Festival de Berlín– se supera a sí misma y se hace única e inimitable, donde eleva su propio “argumento” a otra cosa, mayor y más intensa que cualquier melodrama “de triángulo amoroso”.
La historia de Con amor y furia –decimosexto film de la realizadora de Vendredi soir, Bella tarea y 35 rhums—comienza en un estado de plena felicidad, y eso hace suponer qué sucederá poco más tarde. Sara (Juliette Binoche) y Jean (Vincent Lindon) se aman, y ese amor es expresado en una escena en la que juegan en el mar, y continuado en varias escenas de intimidad. Aparece un tercero, François (Grégoire Colin), el hombre al que ella amó antes de conocer –por su intermedio– a Jean, y el mundo de Sara comienza a tambalear, movido por la duda amorosa. ¿A quién ama más, con quién quiere quedarse, cómo romper con uno de los hombres a los que ama?
Denis ralentiza algunas escenas, cuestión de transmitir la sensación de eternidad que embarga a los amantes, como el momento inicial de la playa, o para comunicar la intensidad de un sentimiento, como el segundo en que –el destino, la fatalidad, flor y nata de todo melodrama– divisa a François, años después de no verlo, y siente un flechazo como el que signa el comienzo de un amor. El hecho de que Jean y François fueran amigos, y ahora socios en un emprendimiento que el segundo de ellos acaba de ofrecer complica el nudo sentimental que acaba de armársele a Sara. En la medida en que la situación se vuelve cada vez más tensa, la puesta en escena también lo hace. Los planos se hacen más cortos, comunicando el encierro que cada vez más cerca a Sara y Jean (los encuentros de Sara con François están mostrados en planos más largos) y las discusiones y peleas de la pareja se muestran en continuidad (con algunos planos secuencia y cortes tan fluidos que hacen parecer que las escenas enteras están filmadas en planos secuencia), de modo de acrecentar la angustia, la sensación de encerrona sin escape. Breves paneos de un rostro a otro apuntan al mismo fin. La música como submarina de Tindersticks agudiza el “ruido de fondo” de la pareja.
Con amor y furia está contada desde el punto de vista de Sara, de modo que todo lo que sucede, toda la puesta en escena, responde a los sentimientos que ella experimenta. Ella trabaja como periodista radial, entrevistando a representantes de países de lo que antes se llamaba “Tercer Mundo”: una mujer libanesa que cuenta la calamitosa actualidad de su país, un hombre africano que hace el elogio del anticolonialismo de Frantz Fanon. El tema del colonialismo y sus secuelas no es nuevo en la obra de la realizadora, que vivió durante su infancia en África y aludió a él con la presencia de inmigrantes africanos en muchas de sus películas, abordándolo resueltamente en Bella tarea (1999) y White Material.
Aunque en el presente trabaje como cazador de talentos para clubes de rugby –la sociedad propuesta por François–, en la psiquis de Jean el pasado pesa más. Fue jugador de ese deporte, no pudo seguir jugando desde el momento en que se quebró, y viene de pasar varios años en prisión por un motivo que se desconoce (no vendría mal saberlo). Dada su ausencia, Jean perdió la custodia de su hijo Marcus (Issa Perica), quien quedó al cuidado de la abuela (la veterana Bulle Ogier, quien actuó en films de Luis Buñuel, Jacques Rivette y Barbet Schroeder, entre otros). La rebeldía adolescente de Marcus, sus incertezas, encuentran como canal de expresión la larga ausencia de su padre, y la difícil relación entre ambos es una de las líneas del relato. Pero todo el peso recae sobre el extenuante trabajo de Binoche y Lindon. Ella, cargada de angustia e indecisión amorosa; él, con esos músculos siempre tensos, de una furia que en ocasiones se vuelve físicamente peligrosa.