El costo de la verdad

03-07-2024
Ciencia, Tecnología e Innovación
Ojalá, República Dominicana
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Julian Assange, el australiano que una década atrás puso en aprietos a presidentes, diplomáticos y naciones enteras con impactantes revelaciones que resultaron en una brutal persecución, es hoy un hombre libre, ¿pero a qué costo?

Empecemos por el principio de esta historia: Assange es el fundador de WikiLeaks, medio de comunicación sin fines de lucro fundado en 2006 para la difusión de documentos clasificados que, potencialmente, contienen información delicada que deja al descubierto el manejo de las grandes potencias y personalidades de peso en el mundo.

Publicar documentos clasificados, dada su naturaleza secreta y oculta, siempre tiene el potencial de causar revuelo y controversia, tal como se vio con revelaciones inesperadas en 2010, 2011, 2012 y 2016 que trajeron consigo consecuencias insospechadas.

Fue a través de WikiLeaks, por ejemplo, que se revelaron los correos electrónicos que impactaron las posibilidades de la entonces candidata Hillary Clinton de llegar hasta la Casa Blanca en 2016.

Fue también por vía de WikiLeaks que el mundo se enteró del sadismo estadounidense en guerras como la de Irak y detalles de la falsa diplomacia que permea al mundo.

Por estás filtraciones, que venían de fuentes a veces muy ligadas al gobierno estadounidense, como es el caso de la ex soldado Chelsea Manning, Assange se convirtió en blanco fijo de los Estados Unidos, aun si estas intenciones no se hicieron claras hasta abril de 2019, cuando fue arrestado por autoridades británicas de Reino Unido en la embajada ecuatoriana en Londres a pedido de ese país.

Aunque el arresto de Assange ocurrió en la fecha señalada, desde 2012 perdió efectivamente su libertad al quedar confinado a la embajada de Ecuador en Londres, país que le otorgó asilo hasta que fue revocado a raíz del arresto y otras motivaciones.

Assange buscó asilo ahí escapando de una potencial extradición a Suecia, donde le aguardaban cargos por una denuncia de violacion sexual que siempre negó, convirtiéndose en una especie de símbolo de resistencia y desafío al establishment.

Mientras ocurría todo esto, Estados Unidos aguardaba su momento para actuar, el cual ocurrió en abril de 2019, y ahí se supo lo que ya se sabía: que ese país no le iba permitir a Assange salirse con la suya con las filtraciones que había estado haciendo.

La semana pasada, quizás sin nadie esperarlo, Assange salió libre, y para ello se declaró culpable de haber violado la Ley de Espionaje de los Estados Unidos, la cual condena, justamente, ese tipo de filtraciones.

Para muchos, este desenlace tiene el potencial de afectar la de por sí debilitada libertad de prensa, pero conocedores del tema aseguran que prolongar la lucha de parte de Assange hubiese resultado en algo peor.

Toda esta situación debe llevar a reflexión y a plantear una pregunta un tanto inocente: ¿por qué se insiste en ocultar al público la realidad de lo que ocurre?

Si los gobiernos y los que trazan las pautas se manejaran con transparencia, no habría necesidad de hacer filtraciones y exponer secretos potencialmente terribles, lo que significa que WikiLeaks y gente como Assange, Edward Snowden o Frances Haugen no serían necesarios.

Ese, entonces, es el costo de la verdad cuando no se deja fluir: libertad coartada, riesgo de violación y una sociedad sumida en la ignorancia.